Una discusión teológica.
Dos hombres, uno ateo y el otro cristiano, sostienen una discusión teológica. La discusión no da para más, por lo que estos dos sujetos deciden lo siguiente: uno expondrá su punto de vista y el otro refutará, si el argumento del que refuta es mejor que el del que sostiene, el primero, de común acuerdo, dará una bofetada al segundo. Entonces, el ateo le dice al cristiano:
A ver, vos me hablás de Santo Tomás de Aquino. Me decís que para él, el hombre es una sustancia única, que tanto el alma como el cuerpo son uno solo.
Así es –responde el cristiano–, es un principio tomado de la filosofía aristotélica. Para él, no existe el alma dentro del cuerpo, ya que eso significaría que el ser humano estaría formado por dos cosas. Él sostiene que alma y cuerpo están formando una sola unidad sustancial.
Tal vez el cristiano entendió mal la consigna o tal vez no tenía muy claro lo que era una refutación, pero apenas terminó de hablar, surtió al ateo con generoso castañazo.
Perfecto entonces –continuó el ateo, mientras se tomada la mejilla colorada–. Así, según tu teoría, una vez muerto el cuerpo, también estaría muerta el alma. ¿Y acaso no es un principio cristiano la vida después de la muerte? ¿Acaso tu religión no promete el Paraíso y advierte sobre el Infierno? ¿Cómo va a poder el alma ir a alguno de estos dos lugares si no existe?
No terminó de decir la última palabra el ateo y ya estaba sacando una mano que al final fue a posarse sobre la sien del cristiano, provocando un gracioso revoltijo en su prolijo peinado.
No es así –contestó el cristiano, que ya cerraba el puño–, si te fijás, vas a ver que en los evangelios se habla no sólo de la reencarnación del alma, sino también de la del cuerpo. Prestá atención, si te quedan dudas, a la resurrección de Lázaro.
A este último comentario lo rubricó con otra bofetada. Por supuesto que el ateo no se esperaba para nada el golpe, ya que le pareció una refutación muy poco feliz, mas su contrincante, obviamente no pensó lo mismo por la forma en que lo sirvió.
Pero si es como vos decís –dijo el ateo–, si todos los muertos resucitan, debido al crecimiento de la población mundial, la tierra no daría abasto (estaba seguro de que con eso sería más que suficiente para atenderlo como correspondía, pero siguió). Además, yo nunca he visto a un muerto resucitar.
Entonces sí, con lo último, se creyó completamente habilitado para soltar tremendo latigazo sobre el mentón de su interlocutor.
No seas tonto –dijo el cristiano mientras corroboraba con la lengua que no le faltase ningún diente–, el día de la resurrección no se da constantemente, llegará el tiempo para todos juntos, será el Día del Juicio, entonces sí, todos resucitaremos. Así que servite.
El tonto sos vos, la verdad es que nunca va a haber un Día del Juicio y ni vos ni nadie más va a resucitar nunca, y por lo tanto, tampoco lo hará el alma, en consecuencia, nadie se va a ir ni al Cielo ni al Infierno.
No terminó de hablar y le metió dos trompadas como para filmarlas. El cristiano se levantó un tanto mareado y con el ojo bañado en lágrimas. Tenía un vaso en la mano. Esto fue lo que le contestó:
¿Cómo estás tan seguro de que algún día no vamos a resucitar todos, vos que sos tan empírico, si ese día aún no ha llegado y, por lo tanto, no lo pudiste corroborar por medio de tus sentidos?
Otra vez, al ateo no le pareció que este argumento fuera de lo más convincente. No obstante, antes de darse por enterado, su interlocutor le estaba partiendo el vaso en la cabeza.
Yo te voy a decir –respondió el ateo– cómo es que estoy tan seguro de lo que afirmo. Sacó un 38 corto y le metió tres balazos en el pecho a su amigo cristiano mientras le decía: A ver, resucitá si podés.
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