¡Maten al vampiro!
Un vampiro es, ante todo, una amenaza. Fue concebido y vive sólo para ocasionar desgracias a los hombres, es, a fin de cuentas, el gran depredador por excelencia. Si los hombres merecen o no las desgracias que un vampiro les pueda causar, es una cuestión aparte.
Terminando el año 1428, Amiens era castigada por una ola de muertes violentas, homicidios cometidos, en su mayoría, contra hermosas jóvenes de entre catorce y veintidós años. Todos los cadáveres eran encontrados en las cercanías de la catedral del lugar. Según dijo el obispo, un tal Treville, el homicida era un vampiro hereje (difícil es imaginarlos de otra manera) que mataba en las cercanías de la Casa de Dios para demostrar su insurrección.
Los cuerpos de las víctimas eran encontrados muy maltratados y con claros indicios de actividad sexual previa al acto mismo de la succión de sangre que, según los expertos contratados por monsieur Treville, era la causa prima de la muerte de las jovencitas.
Además de los expertos, el obispo había contratado a los cazadores de bestias más prestigiosos de toda Europa, esto había resultado lo más costoso ya que los mejores guerreros leales a Francia (acaso los más baratos), o habían muerto peleando junto a Juana de Arco o estaban prisioneros de los ingleses. Terminaban de formar este grupo algún que otro hombre de fe. Todos aseguraron, casi por unanimidad, que la bestia se ocultaba en la catedral, y algún teólogo dijo que lo hacía para desafiar el poder del Creador. Alguien gritó “¡herejía!” y una vieja que estaba allí perdió el conocimiento por el escándalo. Todos querían hablar. Fue un hombre, un abate llamado Sorel, el que se puso de pie y dijo, con voz calma:
- Es probable que haya una mejor explicación para esto, una explicación lógica. El homicida podría ser un hombre como cualquiera de nosotros.
- Ningún hombre podría cometer tales atrocidades –dijo Treville–. Somos hijos de Dios y un hijo de Dios no lo haría. Pero claro, usted parece no entender estas cosas.
El abate Sorel era un hombre tranquilo por sobre todas las cosas, pero también era justo y estaba dispuesto a dar su opinión cuando veía que la justicia no se hacía presente en las mentes de los hombres de fe. El problema es que sus pares consideraban que él había perdido su fe y por este motivo, su voz no era muy escuchada.
El obispo Treville, que ya estaba dispuesto a enterrar al abate en la vergüenza pública le dijo:
- Qué más da, monsieur Sorel, que el homicida sea vampiro o humano. Sus hechos seguirán siendo los mismos.
- Le explicaré qué más da –respondió Sorel–. Si vosotros acusáis ahora que el homicida es un vampiro, en los días siguientes todos los habitantes de Amiens no harán otra cosa que denunciarse los unos a los otros de vampirismo por sandeces de toda índole. Usted sabe eso, o debería saberlo, mejor que nadie.
Ante la respuesta, todos los presentes comenzaron renegar de tal posición y aseguraban que el obispo tenía razón. Algunos incluso decían haberlo visto. Con la reacción de la mayoría, el abate Sorel volvió a tomar asiento y sólo dijo:
- Sea pues. Hagan lo que quieran.
Lo que siguió fue cerrar y abandonar la Casa de Dios para poder organizar la cacería. La cosa no presentó mayores problemas, al día siguiente ya tenían a la bestia en su poder. Lo extraño, lo que hacía dudar de si era un vampiro o no, fue que sacaron al homicida a plena luz y, ni se evaporó, ni se incendió, ni siquiera gritó. Eso por un lado, por otro lado, la confesión del capturado también planteaba ciertas dudas respecto de su naturaleza diabólica. Él aseguraba que era un hombre común y corriente, decía ser un soldado inglés que había desertado ya que no creía en la guerra, en cambio, era un cristiano y pensó que en la catedral encontraría resguardo.
Ciertamente se equivocó, ya que para probar la veracidad de su testimonio, el obispo lo sometió a un “juicio de Dios”; esto es, le cortaron la cabeza. Así, si después de ser decapitado, ambas partes aún seguían con vida, pues entonces era un vampiro; si por otro lado, moría en el acto, es que era inocente y Dios lo acogería en el Paraíso. Por supuesto, el soldado inglés murió en el acto. El obispo Treville le concedió la razón a Sorel en eso de que el homicida era un hombre, no sin un comentario despectivo respecto de la nacionalidad del ejecutado.
Sin embargo, los crímenes seguían ocurriendo. Sorel aseguró en público que habían ejecutado a un hombre inocente y dijo además que el asesino estaba entre ellos. Lo tomaron por loco, salvo uno de los cazadores, un tal Lamartine, que se reunió con él y le confesó que estaba en total acuerdo. Le dijo que la forma de matar era la de un loco y que el soldado inglés no presentaba perfiles de locura.
Pasaron algunas semanas hasta que Sorel y Lamartine decidieron investigar. A decir verdad, ya hacía algún tiempo que estaban vigilando los alrededores de la catedral por las noches, pero esa vez fue distinto. Ocultos tras unos arbustos, pudieron ver que una joven era golpeada y arrastrada al interior de la catedral. Se apresuraron a entrar pero no había nadie ya, sin embargo, en una de las habitaciones se oían gemidos, seguramente de la muchacha, siguieron el sonido y dieron con la habitación, sólo para descubrir que la muchacha, casi una niña, estaba siendo violada nada menos que por el obispo Treville, quien en la euforia del acto, no oyó a los intrusos y ya se disponía a apuñalar a su víctima. Lamartine se le abalanzó y de un golpe de puño lo dejó inconsciente. La muchacha se salvó por muy poco de perder la vida a manos de un hombre de fe, pero cuando abrazó a su salvador para darle las gracias, éste, atraído por el cuerpo desnudo de la jovencita la tiró al suelo con intenciones de violarla, ella gritó y Sorel trató de ayudarla pero fue degollado por el cazador de bestias, quien obligó a la muchacha a fornicar durante horas, para luego matarla y no dejar testigos.
Lamatine se fue para siempre de Amiens y jamás se supo de él. Treville, a su turno, al despertar y ver todo aquello, informó al pueblo que el asesino había sido el abate Sorel y que él mismo le había dado muerte. Al poco tiempo, fue designado a la catedral de Reims. Los crímenes cesaron en Amiens pero comenzaron en Reims.
Ahora sí podemos atender a la cuestión inicial: ¿Merecemos las desgracias que un vampiro nos pueda causar?
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