Los destinos.





Hay otro lugar (en este caso sí que no se me a revelado su ubicación) en donde las personas viven bajo un régimen tiránico poco usual. Este lugar se me presentó como una pequeña villa. Posiblemente de no más de dos mil habitantes. Todos ellos con vidas ordenadas y sin conflictos.
Debajo de esta villa sucede lo extraño, lo siniestro, acaso lo inverosímil. Al parecer, hay un inframundo. Grandes cavernas y fétidas catacumbas conforman el panorama. Allí habitan unos seres que se me presentan, en extremo, extraños. Por lo que mi memoria alcanzó a retener, éstos son una suerte de gnomos o duendes, y si me puedo aventurar un poco más, diría que son el resultado de una fusión entre gnomos delgados y pequeñas parcas, una suerte de nigromantes del inframundo. Visten túnicas negras similares a los harapos del genio de la muerte.
Sin embargo, no importa qué son o cómo se visten. La actividad que realizan es lo llamativo. Grandes y horrísonas maquinarias de imprenta ocupan las cavernas. En estas bestias de acero, guillotinas y goma se imprime un periódico ignoto, oscuro, arcano, indescifrable para mi pensamiento. Los pequeños y nefastos seres redactan, editan e imprimen este periódico en donde está escrito el destino de todos los habitantes de la villa. Todas las mañanas, los heraldos de estos amos del destino se escabullen a la superficie y dejan un ejemplar en cada hogar, sea de familias numerosas o pequeñas, sea de personas solitarias, allí se deposita esta desagradable creación de papel y tinta en donde están escritas, sin posibilidad de discusión, todas y cada una de las acciones que se llevaran a cavo durante esa jornada. No hay individuo al que no le llegue su periódico cada mañana.
Esta actividad se realiza desde el principio dudoso de los tiempos y se realizará por, lo que nos han dicho alguna vez que es, toda la eternidad.
Esta Utopía es –por varias razones– mi pesadilla, pero representa también el sueño de Thomas More.