La bestia humana.
La bestia humana vive en el Infierno, pero no lo sabe. Es deforme, pero no se nota. Está corrupta. Tiene demasiado de humano, le cree a Nietzche. Dice que no le gusta soñar últimamente. Nada la conforma, todo le aburre… entonces le cree a Churchill y a Conrad.
Esta abominación avanza a través de la noche, primero va temerosa, odia al Mundo, a quienes no la aman, a quienes no la entienden. Se mofa de quienes dicen conocerla ¿Acaso alguien conoce a alguien? ¿Acaso saben los pares de lo oscuro que es un párpado cerrado? A la bestia humana le asusta su libido, la reprime. Pero también le asusta la libido de los demás… y la reprime también. Sigue avanzando entonces y se siente miserable, poca cosa. Y lo es, sólo que le cuesta creerlo. No puede ni pensar en la muerte porque el Universo la atemoriza de tal manera que cree que no va a poder soportarlo.
Sabe, este ente, que sólo el amor le hará olvidar la muerte, pero momentáneamente, porque entiende que el amor dura muy poco. Se siente libre y acorralado a la vez, luego, casi comprende que la historia de un hombre es la historia de la humanidad. “Un hombre es todos los hombres”, repite con Borges, y piensa que el pensador también estaba solo.
Piensa, desde el Infierno, que matarse es sólo una forma más de devorarse, no obstante, es una forma seductora… vuelve a pensar en Conrad, pero vislumbra la niebla de Unamuno. Entonces insiste con el amor, piensa que todos creen saber lo que es, como lo hace ella misma… la bestia Todas las acciones de los hombres, entiende, son historia repetida, una y otra vez. Es el Eterno Retorno… Borges otra vez.
La bestia humana sigue encerrada. Horrísonas voces le hablan, le dicen que algún día la liberarán, pero nada pasará entonces; ni paz, ni armonía ni esa luz tibia, nada. Sólo un extremo terror efímero y luego nada. No quiere que el fin sea su único amigo. Ha puesto muchos finales ya, no quiere más.
A grandes rasgos está triste. Lo está aunque haya quien la pueda hacer feliz, lo está porque depende de otros para ser feliz… y vuelve sobre la idea de que un hombre es todos los hombres.
Hay quienes le dicen que ahora tiene juventud –divino tesoro– y ella responde que todos los hombres son jóvenes sin importar cuán próximos a la muerte estén. Y lo dice porque le cree a Spinoza cuando le dice que todo tiende a permanecer en su ser. Entiende el cambio, porque sabe de Aristóteles, pero le molesta, le aterroriza. Cree que en potencia sólo hay cadáveres que yacen sin alma… y ahora piensa en Shakespeare, y trata, trata, pero no puede pensar en no ser, es demasiado para ella, demasiado en serio. Y el fantasma de Borges sigue rondando, ahora le dice de la intolerable lucidez del insomnio.
Dicen que en la caja de Pandora aún se encuentra en el fondo la esperanza, y su esperanza es que llegado el momento, lo pueda aceptar, incluso hasta desearlo. Pero la esperanza no está en el fondo, en el fondo hay otra cosa muy distinta, hay una certeza que duele.
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