Los malditos.






- Te diré lo que haremos –dijo el diablo al poeta–, tú escribe el mejor poema de todos y si realmente fuere el mejor, tu alma quedará libre.
- Está bien, haré lo que pides –contestó el poeta.
- Tienes una semana.
Dicho esto, el diablo se esfumó, dejando al poeta con la trabajosa situación.
Transcurrió una semana y el diablo volvió a presentarse ante el poeta. Le exigió el poema no sin antes recordarle acerca de la calidad que debía tener el mismo. El poeta se lo entregó. Se titulaba: El enemigo.

Mi juventud fue sólo tenebrosa tormenta,
de fulgurantes soles cruzada aquí y allá;
fue de rayos y lluvia la obra tan violenta,
que en mi jardín hay pocos frutos bermejos ya.

Y hoy al otoño de las ideas he llegado,
y ahora debo el rastrillo y la pala esgrimir,
para alisar de nuevo el terreno inundado,
donde el agua agujeros como tumbas fue a abrir.

¿Y quién sabe si, a esas flores nuevas que ensaya
mi sueño, da este suelo, yermo como una playa,
el místico alimento que haría su esplendor?

–Come el Tiempo la vida, ¡oh dolor! ¡oh dolor!
¡Y el oscuro Enemigo que el corazón nos roe,
con nuestra propia sangre crece y cobra vigor!


El diablo terminó de leer el poema y, dando un grito de furia –también teñido de impotencia–, se desvaneció nuevamente. Esta vez, el poeta quedaba libre, al comando y dominio absoluto de su alma.
Dejamos entonces al poeta y descendemos a los terribles infiernos. Allí, Satanás se lamenta por su derrota. Uno de sus satélites trata de consolarlo, se le acerca y le dice que así es mejor. Pero Satanás no recibe consuelo con esas palabras y le pide una explicación de por qué considera que es mejor tal desenlace.
- Mi señor –contesta Belial, que es el satélite en cuestión–, ¿acaso no ha visto los informes sobre los destinos de las personas?
- No, no los he visto, ¿debería?
- Si, mi señor, debería.
Belial sacó un libro de tamaño medio y habló nuevamente a su amo.
- ¿Acaso ese hombre que acaba de vencerlo no se llama Charles?
- Ese es su nombre –respondió el Diablo.
- ¿Y su apellido no era Baudelaire?
- Así es ¿Acaso importa?
- Claro que importa, vea lo que está escrito aquí. Ese hombre publicara un libro dentro de un par de años, en 1857. El título del libro será Las Flores del Mal. Es más, el poema con el que acaba de vencerlo estará incluido en dicho volumen.
- ¿Y por qué piensas que eso me consolará?
- Porque la publicación de ese libro hará que los hombres de Dios lo persigan y lo condenen.
- Pero poco me importa que sea encarcelado, yo quiero su alma.
- Su alma ya es suya, mi señor. Yavhé no lo aceptará en el paraíso. El estigma de Poeta Maldito lo seguirá por siempre. Usted ha ganado, mi señor. Y lo seguirá haciendo. Vea cuántos son los condenados por los hombres de Dios, observe el registro, mi señor. Aquí están un tal Rimbaud, éste estará un tiempo aquí y luego regresará a la Tierra a escribir sobre lo que verá ; también está un joven uruguayo que se hará llamar El Conde de Lautréamont, que, según parece, escribirá algo llamado Los Cantos de Maldoror, incluso, Su Majestad, aquí dice que debemos ayudarlo…quién sabe. Vea, mi señor, vea –Belial toma otro registro–. Un muchacho llamado Paul Verlaine también tiene el mismo destino. Aquí hay otro más, Oscar Wilde se llama. A ver, a ver, qué más tenemos por aquí…Sí, sí, lord Byron; su secretario, el doctor Polidori . Como ve, mi señor, son muchos. Permítame que yo mismo le redacte un informe más detallado sobre el asunto, verá que quedará más que satisfecho. De todas maneras, mi señor, créame cuando le digo que usted ya ganó, los hombres no lo quieren a Él, lo quieren a usted, aun cuando creen que obran por Él, lo hacen por usted, mi señor, para su beneficio.
- Ya veremos, Belial, ya veremos. Por lo pronto, haga el informe.