Detrás de un callejón húmedo y vagamente iluminado se oyó por fin el disparo. El sonido de un cuerpo chocando contra el nevado suelo fue la última prueba de que por fin había sucedido del todo. Los niños del geto corrían despavoridos hacia sus casas, pues los hombres de uniforme les podían ver, y a esas horas del día no se podía estar en la calle. En el umbral de la puerta de una de las casas más cercanas al callejón una madre desconsolada se apoyaba, abatida, sobre sus dos hijas, cuando dos hombres vestidos de uniforme volvían del callejón entre risas y fumando. Entonces se dirigieron hacia la rota familia y uno de ellos, después de arrojar el cigarrillo contra la nieve, agarró a la más pequeña y se la subió, entre inútiles forcejeos, a una de las habitaciones del hogar. La madre perdió el conocimiento, pues una situación tan aplastante, acabaría por destrozar el alma del más fuerte. Del piso de arriba, de vez en cuando, venían fuertes golpes que, como martillazos, irrumpían en la cabeza de la otra hija, que sujetada por el otro hombre, luchaba con las pocas fuerzas que todavía no le habían arrebatado. Pasados unos minutos, bajó el hombre de uniforme de la habitación abrochándose la bragueta y con la niña, inconsciente, sujeta por un brazo.
-Como sangraba la muy zorra.- Y los dos hombres rieron más que antes.- Te toca.
Deposito al lado de la madre a la primera hija, y el segundo hombre, parando los vanos intentos de escapar de la muchacha que tenia entre sus brazos, consiguió subirla hasta la habitación. Desde las ventanas de otras casas las cortinas se corrían curiosas y con miedo, pero como es normal, nadie hacia nada.
Salieron por fin los dos hombres uniformados del hogar entre comentarios, y cuando se perdieron entre las grises calles, una de las vecinas, con cuidado de no ser vista, entró en el destrozado hogar con la intención de ayudar. Los llantos de una madre destrozada irrumpieron aquella noche en las casas del geto.
Acabó la guerra, y aquella familia consiguió migrar al sur. Olvidaron en parte lo ocurrido, pero las niñas se convirtieron en madres, y sea por el odio que todavía dormía en sus almas, o sea por otra razón, ahora son sus hijos los que, en esta nueva tierra, aplastan con el idioma de las armas al pueblo residente, intentando borrarlos de este mundo, como en un tiempo, intentaron hacer con su gente.
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