Entre el doctor y el necrófago.
- Esto no lo había mencionado –me dijo el doctor–, pero una vez me sedujo la idea de escribir. Usted sabe… cosas.
- Sí, lo entiendo –le dije.
- Tuve dos ideas que me parecieron buenos argumentos, y cometí el error de consultarlas con un amigo. Imagino que sería esa cuestión de la inseguridad, o acaso mero ego.
- Un poco de ambas, tal vez.
- Tal vez, sí. En fin, la primera de mis ideas era la de un hombre que tomaba prisionero a Borges y pretendía hacerle escribir todos los libros del mundo. Este amigo mío, realista hasta el hastío, me dijo que tal cosa era imposible y me juró, además, que a un tal Stephen King ya se le había ocurrido algo parecido y que la obra de llamaba Misery.
- ¿Usted qué le contestó? –pregunté.
- Nada –me dijo–, pero pensé que, en cierta forma, no era un disparate mi idea. ¿Acaso no dicen que un hombre es todos los hombres, y que lo que se le ocurre a uno también se le puede ocurrir a muchos, cuando no, a todos?
- Eso dicen. ¿Y la otra idea?
- Ah sí, la otra idea era sobre que un día determinado, un ingenioso hidalgo llamado Don Quijote de La Mancha se cansaba de su vida de viajes y acción y decidía cambiar su nombre al de Alfonso Quijano, para poder entregarse a la lectura y al pensamiento. Su afán era el conocimiento, pero no ese conocimiento que brinda la vida de viajero, ése, según el hidalgo, no servía de nada. Él buscada el conocimiento que prepara a los hombres para la muerte.
- ¿Y qué le respondió su amigo?
- Me dijo, más grosero que antes, que eso ya lo habían escrito Goethe y Flaubert, y que, además, no le gustaba Miguel de Cervantes.
Entre un genio liberado y el hombre libertador.
GENIO: Me has liberado de tan incómoda situación, hombre. Soy feliz, y por eso te concederé un deseo, el que sea.
HOMBRE: Genio, quiero la vida eterna.
GENIO: No, pide mejor, la eternidad es demasiado.
HOMBRE: Bien, genio. Concédeme entonces la inmortalidad.
GENIO: No, todos deben morir algún día, nadie puede ser inmortal, ni siquiera los soberbios dioses. Pide mejor.
HOMBRE: Pues dame la longevidad, genio.
GENIO: No, hombre. No te daré eso tampoco. De nada te servirá vivir más años que tus pares, siempre querrás más. Mírame bien, los de mi clase vivimos cuatro mil años. A mí sólo me restan cuatrocientos años de vida. Estoy próximo al fin y me apena. Te podría conceder vivir más años, sí. Pero no lo haré porque no tendría ninguna importancia, puesto que todo lo que es, tiende a permanecer en su ser.
HOMBRE: Pero, genio, ¿qué harás entonces por mí?
GENIO: Te mataré, hombre.
HOMBRE: ¿Por qué harás eso, genio?
GENIO: Porque debe ser que así sea, hombre. Te mataré aquí mismo porque hay alguien que debe nacer.
HOMBRE: Pero, genio, yo no quiero morir.
GENIO: Lo sé, hombre, lo sé.
El genio mató al hombre.
|