Como una suave ráfaga proveniente de una ola de cálido viento primaveral, escuchaba un murmullo que parecía venir desde un lugar muy lejano, pero paradójicamente cercano, que me susurraba al oído. El suave sonido tenía un tono apacible y melodioso. Era una voz femenina que me hablaba quedamente, pareciendo estar muy cerca de mí. Pese a que no era la proximidad física la que me hacía percibir esa impresión tan placentera sino el matiz y el timbre de su tierno son. Pronunciaba las palabras con una sorprendente calidez. No me despejé con sobresalto como solía hacerlo cuando alguien me hablaba de improviso estando yo aletargado e inmerso en un estado de ensoñación. Más bien fui animándome como si emergiese lento y sereno después de un profundo y reparador sueño. El despejarme de forma acompasada me permitió captar con toda claridad el semblante y la figura de la aeromoza que me atendía. Me figuré que su rostro estaba casi apegado al mío para comunicarme algo, aunque aquél estaba a la distancia adecuada, en una postura cortés solamente. Era toda una belleza, si bien no tenía rasgos y cánones orientales evidentes, sino más bien atenuados, no podía ser considerada caucásica. Su hermosura era más bien exótica, con la gracia de una o más razas. Ello le permitía lucir unos grandes ojos rasgados de color café miel, un rostro más agudo y de piel más blanca que el común de las japonesas.
Seguramente, había sido bastante discriminada en su niñez por ser mestiza; la habrían considerado casi una henna gaijin - una extranjera extraña. Bien que en la actualidad, ello en vez de ser una desventaja laboral era un plus que las líneas aéreas y empresas de turismo aprovechaban bien, sobre todo si la joven dominaba más de dos idiomas, además del japonés nativo.
- Sumimasen, Leonardo-san. Ohayo gozaimasu - me saludó gentilmente la aeromoza, dándome los buenos días cuando se percató que ya estaba completamente despierto. Yo la había estado contemplando, casi acechándola, discretamente desde que abrí los ojos.
- O-genki desu ka? – preguntó a continuación - Queriendo saber cómo me encontraba.
-Automáticamente, respondí a esas convenciones consultas casi protocolares - E, ogake-sama de.-Muy bien gracias.
-Ortiz-san desu ka? – Esta vez preguntó si yo era el señor Ortiz, bien que ya sabía mi nombre de pila. Eso constituía una de sus obligaciones principales de urbanidad.
- Hai, Eduardo Ortiz desu – ratifiqué con la mejor de mis sonrisas, aunque tratando de no aparecer basto ni como un impertinente acosador de aeromozas, situación que era bastante frecuente durante los largos viajes de primera clase. Había tenido la inapreciable oportunidad para conocer y apreciar bastante los códigos femeninos japoneses y eso me precavía para no caer en yerros de este tipo. ¡Piano, piano va lontano, me repetía!
A continuación me invitó un café de delicioso aroma, un zumo de frutas y algunos bocadillos. Yo escogí los salados, dejando de lado los sabrosos dulces.
-Arigato gozaimasu, le agradecí al mismo tiempo que aceptaba lo que me ofrecía.
Estiré de manera cortés el brazo para tomar lo que se me ofrecía, mientras ella depositaba el resto del desayuno en la bandejilla movible, apoyada en el reverso del asiento delantero. Mi desayuno se asemejaba más a una merienda que a un desayuno continental o tipo americano. No era tampoco un brunch, el que podría haber sido una alternativa para contrarrestar el súbito cambio del huso horario, el cual no permitía el ajuste automático de los ritmos biológicos. Mas, me asaltó la interrogante acerca del por qué se me había ofrecido sólo un ligero desayuno, a diferencia de lo que se había hecho con muchos de los otros pasajeros, que devoraban nutridos desayunos continentales o brunchs. A pesar de todo, no quise preguntarle a la aeromoza por aquello. Parecería trivial, porque siempre podría pedir lo que se me apeteciera. ¿Tenía yo una apariencia diferente al resto, que indicaba sin lugar a dudas mi lugar de origen así como mis gustos culinarios en determinados horarios? ¿Fue iniciativa de ella darme este menú o estaba predeterminado por el servicio? Esta duda no me quitó más tiempo y la deseché de mi mente a los pocos instantes.
- Al verla tan frágil y femenina, aun vestida con el esquematico vestido de la aerolínea, no pude resistirme a preguntarle por su nombre - O namae wa? – le consulté, nuevamente con una sonrisa afable y caballerosa, pero cuidando de que ésta pareciera casi neutra en su intención, bien que sí demostraba un respetuoso interés por ella.
Ella con voz suave, en un inglés correctísimo, me reveló que se llamaba Yoshie, a la vez que me preguntaba de qué país era yo.
- Chile desu - le respondí en japonés, tratando quizá de impresionarla con mi dominio del idioma, aunque éste en verdad era bastante feble. No salía de las frases típicas y útiles para movilizarse fluidamente en la ciudad. Me figuraba estar actuando como un niño con juguete nuevo, aunque no me desagradaba la idea de poder comunicarme con ella al menos en dos idiomas.
- Kashikomarimashita fue la última palabra en japonés que le dirigí, indicándole inequívocamente para mí, por lo menos, que estaba a su servicio. Mas éste vocablo connotaba otras acepciones además de la usual, pudiendo incluso llegar una intelección más personal. Implicaba también que yo la entendía y que por tanto cumpliría con sus deseos.
Mi última frase por cierto era bastante ambigua para ella, sobre todo si razonaba como japonesa; pero nunca se sabía de antemano las reacciones del sexo femenino. A veces las cosas más difusas surten efecto y las planificadas y precisas no. Sonreí para mis adentros pues ésta era la frase típica de nuestro argot juvenil, a la que llamábamos: P.S.P - por si pasa. Habría tiempo durante el viaje para conversar más y quizá invitarla a salir conmigo en Nueva York, pues la ruta de JAL sólo llegaba hasta esa ciudad. Yo tenía visa permanente así que no tendría ningún problema en pasar una estada allí, aunque la actual ciudad ya no era tan de mi gusto como antaño. La había conocido por primera vez en los años sesenta pero hoy estaba cambiado. Era otra distinta a la de antaño y completamente multirracial.
Después de beber el zumo de naranja, un café bien negro y comer algunos bocadillos salados me levante dirigiéndome hacia el toillete para asearme un poco. Divisé a una aeromoza que circulaba y le pregunté de lo más orondo en japonés.
- Toire wa doko desu ka?
¡Esta majadera y persistente actitud me parecía divertida y anecdótica, toda vez que estaba por completo fuera de mi habitual forma de ser! Curiosamente, Yoshie me había levantado el ánimo y me sentía contento. Tenía deseos de divertirme y disfrutar del viaje.
- Asoko desu – respondió afablemente la aeromoza, con un tono similar al de Yoshie. Aunque éste denotaba aquel matiz impersonal, ensayado y aprendido ritualmente según la costumbre. Las frases resonaban como repeticiones monocordes, bajo una pauta preconcebida. La naturalidad estaba ausente por completo de su expresión facial, corporal y palabras.
- Cumpliendo con la obligada cortesía, le expresé el consabido – Arigato gozaimasu. Luego, me dirigí enseguida al amplio baño de primera clase de este enorme y moderno jet
Regresé al asiento y me acomodé al lado de la ventanilla. Cuando por fin se levantaron las cortinas de la cabina, percibí manifiestamente que, por segunda vez en el mismo día cronológico, tenía la suerte de contemplar un nuevo amanecer. La incipiente aurora anunciaba con ímpetu su claridad, preludio del comienzo de un nuevo día. Al regresar de Oriente hacia Occidente se retrocedía en el tiempo sujeto a los parámetros cronológicos de medición. Era como haber estado viviendo en el “futuro virtual” pero sin posibilidad de cambiar nada cuando se regresase; se adquiría entonces una calidad de espectador pasivo del simple instante temporal: pasado, presente, futuro. Todo lo que es será. Nada podrá cambiar. Hace pocos instantes estaba en el futuro y ahora retornaba al día anterior.
Aquí me percaté que aprehendía de mejor forma que antes la temporalidad. Este raciocinio me sumió en un talante de profunda meditación, haciéndome olvidar los encantos de Yoshie. Mi especulación representaba una extraña mixtura de profunda irritabilidad ante lo fáctico inapelable y un auténtico asombro por las complejas maravillas de la naturaleza y de sus variados enigmas, aún sin poder ser resueltos o barruntados por el hombre. Mi lábil estado ánimo me estaba jugando una mala pasada porque retomaba la idea de que la vida sería un eterno retorno de lo mismo, sujeto al inflexible determinismo de las divinidades. Los dioses estaban envidiosos del hombre y los poetas no mentían tanto.
Los poetas no mienten pues la poesía es el lenguaje primitivo de los pueblos, permiten al hombre percatarse y reconocer sus emociones y al mundo; su lenguaje es el fundamento que soporta la historia. Los poetas son los profetas seculares que divulgan al mundo el porvenir, abriendo nuevas perspectivas de éste y de la vida; sólo otean un panorama oculto tras la bruma del afán cotidiano y lo proclaman poética, figurativa y alegóricamente. Por otro lado, las divinidades sí han sentido envidia del hombre. Sísifo y Prometeo son ejemplos de la envidia y de su consecuente castigo, porque de alguna forma ellos vincularon sus hechos con la imperecedera obsesión del hombre para convertirse en dios. Esto trajo consigo recelos por doquier. El hombre, luego de comer del árbol del conocimiento, se afana obcecadamente por conseguir el fruto del árbol de la vida, mediante el uso de la técnica.
Se supone que ello nos solucionaría el problema radical de la existencia: la angustia por la certeza de la muerte y la incógnita por lo trascendente. La Nada, o por el contrario, el Ser. He ahí el quid pro quo no resuelto. Ya no era posible frenar mis desparramadas reflexiones. Seguía varado en el hecho de que hoy estamos viviendo ineludible y menesterosamente en un mundo finito y descarnado. Carecemos de muchas cosas, tanto espirituales como materiales para ser felices en la vida, la que lamentablemente fue denominada como un valle de lágrimas. Incluso no siempre se nos da la oportunidad de poseerlas o de aprovechar las oportunidades para aprovisionarlas. Aun cuando, muchas veces no las aprovechamos por desidia o por no visualizarlas, ya que estamos inmersos en un perpetuo tráfago mundano, que nos recluye a una vida subterránea como la que se llevaba en la mítica caverna de Platón, en vez de subir a la superficie del mundo real donde el sol brilla, las nubes danzan alegres y juguetonas surcando el cielo y las formas no se distorsionan.
A estas alturas, reconocí que mi estado ánimo no mejoraba sino que más bien se hacia más lúgubre y sombrío cada vez. Lejos estaba aquél experimentado durante la alborada. Aún Yoshie no se había aparecido en todo este lapso; anhelaba su compañía, pues ella quizá mitigaría mi angustia y me infundiría fuerzas para saltar fuera de esta zozobrante nave. En los breves momentos de su compañía también podría resurgir de la sima en la cual yo mismo me había hundido. Mas no cambiaba en nada mi situación. Seguía obstinadamente en mi ensimismamiento, que me zambullía en un letargo desesperanzado y me hundía en una profunda sima.
- Al discurrir acerca de mi futura vida no podía olvidar que nuestro destino ya está definido. Nuestra permanencia definitiva sólo la sabremos cuando se nos presente, sin cita previa, aquel fatídico y famélico enviado y nos enseñe su reloj de arena. -¿Tendremos tiempo para acceder a la felicidad y a una vida normal antes de aquel momento?- la mayoría de las veces lo dudo, pues al igual que en el cuento ante las Puertas de la Ley de Kafka, pareciera que nos encontramos en una eterna espera para entrar en el añorado Paraíso y acceder a la Ley; el absurdo inherente de la vida es que cuando deseemos cruzar las grandes puertas no se nos permitirá hacerlo, sólo será posible ingresar cuando el irresistible sino humano se haya consumado. - ¿Valdrá la pena el intento de buscar la felicidad, cuando es posible y muy probable que quedemos sólo a mitad del camino y con ilusiones perdidas? -¿Para qué hacerlo entonces?- cavilaba febrilmente, rayano en una desmesurada exaltación anímica.
Con todo este sin fin de ideas desperdigadas, se recordé los versos acerca de la vida faustiana.
Dos almas ¡ay! habitan en mi pecho
y quieren una de otra separarse;
Una de ellas se aferra al mundo en un deleite amoroso; la otra se eleva violenta del polvo hacia las regiones de sublimes antepasados.
- Estaba cierto que esta misma dicotomía me invadía a mí también; dichos sentimientos ambivalentes con respecto a la vida en parejas no me habían permitido mantener largas y profundas relaciones. La vetusta antinomia del ethos versus pathos, o su correspondiente acción basada en el espíritu apolíneo o dionisíaco, convergían además para consolidar dicha situación. Iluso, ansiaba encontrarme como en el cuento de Borges a otra persona que tuviese mi alma si bien ésta radicaría en ambos cuerpos; seríamos personas diferentes, irreconciliables entre sí, pero a la hora del encuentro con la insondable divinidad sabríamos que formabamos una sola persona. Ésta la estocada maestra del poeta ciego contra el vate cortesano sería mi sostén y afán. Encontrar a otra persona que fuese sólo otra faceta de mi propio ser sería alucinante. Bastaría con encontrarse, compenetrarse, caminar juntos y gozar de la vida. ¿Mas era posible aquel anhelo? ¿Sería capaz de lograrlo o abandonaría la búsqueda y el intento al poco trecho- me cuestionaba pertinazmente.
-A lo mejor requeriría de la ayuda providencial para cruzar este abismo de dudas inmovilizantes. Repentinamente, sentí desde lo más profundo de mí ser que requería imperiosamente avanzar y evolucionar, sacudirme de una vez por toda esta nefasta apatía, pesimismo y desesperanza. Carente de éstas podría enfrentar a la vida tal como irrefutablemente era. Necesitaba renacer metafóricamente. Vivía pero no compartía; pervivía si bien no existía plenamente. ¿Cómo lograrlo? Solo no podía, necesitaba la ayuda de una compañera que tuviese mi misma alma; pero que naturalmente radicara en un cuerpo femenino. Así dejaría atrás mis dos antitéticas almas- ratifiqué.
No había tiempo que perder. La estada en el Oriente me había llevado al convencimiento de que la mujer japonesa tenía las cualidades precisas y necesarias para sacar del foso a un hombre angustiado y complejo como era él. Yoshie era la escogida. Debía planificar su conquista amorosa con extremo cuidado. Me levanté y recorrí el salón de primera clase, buscándola expectante y nervioso a la vez. A pesar de tener bastante mundo, en estos momentos me sentía inseguro sobre todo el referente a cómo sugerirle, de manera discreta, mis pretensiones de verla a futuro. Debía saber primero si ella se quedaría en Nueva York, por cuánto tiempo sería y dónde se alojaría. Luego de entrar en el juego, espero tener un aplomo y desenvoltura natural. - Aquél reto me templó por completo.
- El terreno no era fácil, bien que ahora tenía siempre presente la frase japonesa de ganbatte, kudasai, que se repetía una y otra vez cuando se iniciaba una nueva actividad. ¡Haz lo mejor que puedas, por favor!
- Además, estimo que si logro imprimir un carácter lúdico y agonal a esta conquista, ello me otorgaría esperanzadoras expectativas. Me estaba dando fuerzas y ánimo con el propósito de estar más seguro de mi mismo. Debía iniciar el recorrido hacia el logro de mis propósitos. En ningún minuto me detuve para considerar su opinión.
- ¿Para qué preocuparme de ella si de seguro que ella aceptaría de antemano que esto sería gratificante tanto para mí como para ella? – me respondí de inmediato. No había necesidad de entrar en especulaciones acerca del tema. Era lo que se debía hacer, ya lo tenía decidido; no había vuelta atrás. Alea iacta est ¡ la suerte está echada!
Muchos japoneses dejan de lado algunas inhibiciones cuando se viaja al exterior mas esta norma por lo general no la seguían las jóvenes. Las líneas aéreas eran reacias en cuanto a permitir que sus aeromozas saliesen con pasajeros de sus vuelos. En este sentido eran bastante estrictos.
- Debía estar atento a la respuesta de Yoshie - ya que por experiencia, yo sabia que el silencio no significa aprobación ni rechazo, bien que se puede intuir algo por el lenguaje corporal o los gestos. El rechazo rotundo es casi impensable en la cortesía japonesa, el lenguaje de lo implícito y la ambigüedad se enseñorea en las conversaciones, tanto entre varones como entre las de personas de sexo opuesto- planificaba ansioso.
Esta búsqueda no era expectante ni nerviosa como la anterior. Sereno escudriñé por dónde podría estar Yoshie. La divisé junto a la salita de aprovisionamientos, llenando un coche móvil con diversos licores, bebidas y canapés. Me acerqué confiadamente a ella, diciéndole – Eigo de onegai - shimasu, hábleme en inglés por favor.
Intencionalmente se lo expresé en japonés, pues de esta suerte deseaba que ella tuviese muy en claro que yo conocía el proceder para el adecuado trato con las jóvenes japonesas. Esto pretendía que no se levantasen barreras adicionales a las ya imperantes. Después, desenvueltamente le consulté acerca de todos los datos y señas antes planificadas.
Ella estaba dubitativa y no respondió a todo lo inquirido por mí; en cambio, esbozó una alba y hermosa sonrisa, que destacaba más su boca de carnosos y bien formados labios. ¡Sonrisa y silencio!
-La situación parecía no marchar según lo previsto- pensé temeroso.
No pude atisbar nada fuera de lo normal que me indicara alguna seña sobré cuál era su actitud hacia mi persona. Ante esta disyuntiva decidí arriesgarme pues cuando arribáramos al aeropuerto nuestros rumbos y destinos se apartarían irremediablemente.
- Yoshie-san, deseo invitarte a comer en Nueva York, le pregunté directo y sin rodeos.
- Sumimasen Leonardo –san, pero yo estoy comprometida en Japón. Además la compañía no nos permite salir con pasajeros de nuestra ruta. Me habría encantado conocerlo más si bien eso no me será posible. Le ruego que me excuse pero le agradezco su gentileza.
-Quedé sin poder hablar, desconcertado ante su dura respuesta- aunque ella la había suavizaba por el atávico uso japonés de eufemismos. Yoshie, había transgredido sin rubor alguno las reglas convencionales de urbanidad. Por cierto, esto se debía a sus constantes viajes al exterior y su ascendencia mixta. Influía también en aquello su moderna educación, pues ella se notaba más instruida y culta que el resto de las aeromozas.
Abatido ante el impasse sufrido, regresé a mi asiento sin mirar hacia atrás como hizo Lot.
- ¡Vanitas vanitatum et omnia vanitas!, vanidad de vanidades, siempre vanidad- rondaba mi mente. Estaba seguro que ella se sentiría honrada y agradecida por mi invitación, jamás imaginé este rotundo rechazo.
- Pensé de inmediato en recurrir otra vez, como era mi costumbre, a Filaucia, el amor propio, para suministrarme admiración y complacencia de mi mismo. De esta manera podría recuperar mi decaída estimación propia. El halago hacia uno mismo es necio pero ha servido durante siglos para recuperar la autoestima. - ¿Era yo tan estulto y vanidoso, que mi amor propio oscilaba cual péndulo ante cualquier viento de relativa intensidad?- me interpelaba, molesto aún por mi fracaso amoroso y mi escasa resistencia ante la no gratificación inmediata.
Mi idealización femenina no me dio el resultado esperado.Hoy estaba igual que ayer. Nada de lo que fue podía cambiar. Pero confiaba en el eterno retorno de lo mismo. Mas la gratificación de lo efímero requiere que se viva de modo que se desee volver a vivir, regresando perpetuamente. Quien desee pervivir, vivirá. Aquel que desee descansar, reposará
Debía estar satisfecho conmigo mismo, con lo que soy. No puedo arrogarme la idea de tener gran ingenio ni menos de un formidable genio, pero alcanzo niveles aceptables y comunes en ambos. En mis cimas yo recurría a Filaucia. Quizá, para resolver mis problemas debería seguir con esa compañía más que buscar un renacimiento metafórico. La estulticia humana supera con creces los márgenes de las más febriles imaginaciones.
-¿Quién me dice que así no podría encontrar a otra persona que sin ser estulto tampoco, recurre a ella como un tronco donde aferrarse cuando es arrastrada por una fuerte corriente hacia un despeñadero?
– Idéntica alma en dos cuerpos es ficción, la necedad es real y contagiosa pero por sobre todo alegre y feliz- concluí. Ergo, ¡Necesito a una necia urgente!
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