En una ocasión cuando ella fue por mi a la escuela noté que algo estaba mal, puesto que el carro estaba vacío, no se encontraba ahí, la busqué por todos lados, caminé unas calles pero no la encontré, tuve que regresar al auto para esperarla, me puse nervioso, sentí temor, un robo, un secuestro tal vez, pero no, Dios no era tan malo para permitirle eso a la mejor madre del mundo. Pasaron los minutos y ella no aparecía, sin darme cuenta, en mi afán de encontrarla pasé cerca de un carro oscuro que se encontraba frente a la farmacia, nunca debí haber pasado por ahí. Mi madre abrazaba y besaba a un hombre, el cual no precisamente era mi padre, no dije nada y solo corrí a llorar a solas, creo que ella no me vio, pues aún tardo en llegar. Al verme llorar, pregunto qué pasaba, no respondí, sólo la miré. Jamás mencioné nada al respecto y toda aparentemente era normal en casa.
Las visitas de aquel hombre desconocido eran cada vez más frecuentes, al salir de la escuela y mirar hacia la farmacia el carro ahí se encontraba. Mi corazón se destrozaba al verle con él, sólo me limitaba a llorar, ahogar mis sentimientos con aquella almohada que nunca me abandonó y siempre me oyó sin refutar.
En la casa las cosas iban bien, pero las llamadas telefónicas eran frecuentes y cada vez que yo contestaba siempre fue la misma persona, el mudo, así lo llamé, jamás hablaba. Pero cuando ella contestaba se pasaba hasta una hora pegada al auricular, riendo, platicando, a veces hasta las lágrimas se hacían presentes en su lindo rostro, que bajaban como las gotas de lluvia en las tardes de verano al mirar la ventana. Quién era tan poderoso de hacerla llorar, debía ser un maldito o por qué la hacía llorar, si ella siempre fue alegre. Aun así mi familia poco a poco se destruía y yo con ella.
Una noche cuando ella hablaba, mi padre la miró fijamente, le quitó el teléfono y lo desconecto. Los problemas no se hicieron esperar, corrí a mi habitación, los gritos de ellos se lograban oír a través de las paredes, esta vez mi cómplice nocturno no quería verme, tampoco oírme, todos me abandonaron y esa noche el cielo lloró a mi lado. Golpes, no, mi padre es incapaz de tocar a una mujer, así que eso precisamente le daba valor a ella de gritarle todo lo que se le ocurriera. Después de esa noche las disputas formaron parte de mi familia
Tenía ganas de decirle a mi padre todas las veces que ese hombre veía a mi madre en sus citas amorosas cuando me recogía en la escuela, pero nunca lo hice por temor tal vez, la amaba tanto que no podía hablar. Lo único que me quedaba claro es que era una pérfida que no merecía mi amor ni el de mi padre.
Una noche mi padre llamó para decir que no llegaría a cenar. Ella había estado muy ocupada en el día, encerrada en su habitación, lo único que pude percibir era ruido de cierres y que los cajones volaban de un extremo a otro. Puso la mesa como cualquier otra ocasión, sólo que esta vez sentí que era especial sin saber por qué, era eso, sirvió la cena, apagó la televisión y me miró fijamente, de su boca salieron las más horribles palabras que una madre puede decir, me voy, perdóname, sé que algún día me entenderás. Se levantó y subió a su cuarto, cuando miré hacia arriba ella bajaba con unas maletas, una en cada mano, grandes, sabía que era para siempre. Se acercó tratando de besar mi rostro, la eludí al sentir sus labios tibios, unas lágrimas brincaron de mis ojos, recordé cuando la vi llorar en el teléfono, pero no podía pensar en nada más, no podía ser posible, la mujer que me trajo al mundo ahora me abandona, la mujer que me enseñó a caminar, la que me enseño a comer, ella que me enseño todo en la vida ahora se alejaba de mi y de mi padre. Por un momento pensé que yo era el culpable de todo lo que pasaba, le prometí a Dios que me la devolviera, que comería todo lo que ella me diera, que me portaría bien, le ayudaría a lavar los trastos, limpiaría mi habitación, pero que regresara. Dios no me oyó, ella cruzaba la puerta lentamente sin decir adiós, como si no me conociera, como si no fuera su hijo.
Salí a ver si aún estaba, para pedirle que lo pensara, que no me dejara, pero ella se había ido, aquel hombre fue por ella y sólo el rastro frágil de un carro podía oírse. Subí a la azotea para tratar de mirar por dónde viajaba el auto, pero no ví nada, me acerqué cada más al filo de la casa, un viento fuerte atacó mi espalda. No sé que pasó, creo que tuve un largo sueño, del que curiosamente nunca volví a despertar.
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