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Camino cuesta arriba, la subida es bastante pronunciada y el camino muy irregular, a mi alrededor veo cientos de personas que transitan en varias direcciones, algunas en pareja que en algunos metros se separan y toman cursos diferentes, otros avanzan constantemente unidos haciéndose viejos pero juntos.
Mas personas que como yo viajan solas en esta inmensa montaña donde se dice que al final, allá en la cima, se encuentra un oráculo donde todas tus preguntas encuentran respuesta, donde todos tus sueños se materializan y encuentras la paz interna para siempre. Ese es el objetivo de mi caminar, en el trayecto algunos seres me han acompañado algún tiempo pero casi siempre terminan tomando un atajo diferente, donde el destino los llama, donde su corazón los desvía y después te abandonan.
Pocos de estos seres dejaron huella durante mi camino, uno de ellos era una niña hermosa.
Caminando por varios meses me senté a reposar en una piedra junto a un árbol frondoso que me regalaba una buena sombra, me recosté un poco para observar el cielo y descansar mi vista mirando hacia la inmensidad celeste, de pronto un bello cantar se escuchó a lo lejos, me incorporé para buscar hacia donde provenía el hermoso canto, era una pequeña niña de aproximadamente 7 u 8 años, de cabellos claros que combinaban con lo blanco de su piel, corría por todos lados al mismo tiempo que cantaba, sus ojos castaños brillaban a lo lejos, me impactó su belleza y me olvidé de ver todo excepto su mirar, se dio cuenta que la observaba y me regalo una sonrisa, de inmediato sentí rubor en mi cara. Se acercó a mi y preguntó mi nombre, yo le pregunte del porque de su alegría, “he vuelto a caminar” contestó efusivamente, me tomó de la mano y pidió que la acompañara. Caminamos juntos un buen rato, ella saltaba y cantaba, la veía contenta como sólo los niños saben hacerlo, en alguna ocasión fuimos hacia una colina, al final de ésta, una pequeña barranca donde buscaba a una pareja de ancianos que habitaban dentro de una gruta, pero estaba deshabitada. Soltó a llorar, lamentando lo ocurrido, “ casi no comían y yo todas las tardes regresaba para bajarles frutas de aquellos árboles que rodeaban su guarida”.- exclamó llena de dolor, era un ser de gran nobleza, solo la abracé y le dije que ellos ya no sufrían, que seguramente habían llegado al final de la montaña y allá iban a estar mejor.
Una noche después de un largo camino, me miró y besó mis labios apretándome frente a su cuerpo, me quedé pasmado cuando esa niña se transformaba en una bellísima mujer que me hacia el amor, me enseñó a tocarla como si mis manos fueran un suave rocío que humedecían sus entrañas y humectaba su piel, donde mi ansiedad de poseerla la cambió por la ternura de mis besos y caricias, donde su perfume se mezclaba con mi esencia, donde no solo el cuerpo se involucraba sino también el alma que se desprendía y levitaba, al final me tomó de las manos y pidió que fuera su pareja durante todo el trayecto hacia la cima, que me había elegido para ello y que estaba segura de lo que deseaba.
Tanta belleza me asustó, sabía en el fondo que me aterraba el pensar que era mi responsabilidad llevarla con bien hasta el final, no contaba según yo con las armas suficientes para poder defenderla y protegerla, decidí no involucrarme porque sentía que había mas y mejores parejas que yo para ella. Acabé con sus sueños y mas de mil lágrimas derramaban sus ojos, ya no era la niña de mirada traviesa y feliz, solo dolor reflejaban sus ojos. Una mañana desperté y Ella ya no estaba.
Caminé hacia varias direcciones para encontrarla pero todos mis esfuerzos habían sido en vano y me tire al suelo pensando jamás en levantarme. Me di cuenta que ella no se había ido, fui yo que inconscientemente me había alejado, que sus sueños también eran mi sueños y yo me encargué de eliminarlos por mis estupidos miedos, que mi piel estaba en su piel, que la amaba como nunca había amado, que el oráculo de la felicidad no está en la cima de esta montaña sino en los momentos que pasamos juntos, que la grandeza de todo ser humano no está en todo lo que posee y sino lo que puede ofrecer, ella se ofreció a mi y no lo vi.
Ahora camino nuevamente solo, soñando despierto y dormido con ella.
Ahora camino sin rumbo no se si voy de subida o de bajada, sin sueños, tan solo con una pequeña esperanza que ella también me enseñó, “estoy feliz porque he vuelto a caminar”. ¿Qué cual era su nombre?: Wendy Belmonte, el amor de mi vida.

Texto agregado el 02-05-2007, y leído por 213 visitantes. (0 votos)


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