El elogio siempre lleva por algún lado una connotación satírica o una crítica encubierta, pero descarnada, de lo que se pone en alabanza; loa en el buen sentido es sólo para el que la hace, es un tributo a su genio combinado con ingenio. Mientras más críptico sea el texto mayor será la satisfacción del halagador, pues el alabado y los oyentes quedarán siempre en duda sobre el sentido o referencia de la alabanza, Epiménides, el cretense, está todavía en gloria y majestad. En todo caso el receptor también por vanidad verá confirmada sus pretensiones y creerá firmemente sólo en la letra. El primer humanista eligió la estulticia e hizo su panegírico social que ha servido de estudio por más de 500 años para reflejar los matices de lo antes enunciado; su formación agustina y los años previos a la Reforma le permitieron tratar varios temas partiendo por un elogio a la vida monástica; su admirador, el jesuita Gracián ya tenía los problemas de la férrea disciplina de las huestes de Iñigo y la amenaza latente y candente de los dominicos y por ello sólo desarrolló copias del florentino, sin incursionar en otros tópicos; otro autor francés moderno con su versión sobre la “opinión ajena” caló hondo en una realidad ineludible pero exacta. El docto leerá socarronamente las peripecias del desventurado venturoso de la comedia y se solazará ante la emoción que provoca al lector lego, otros lo consideraran ingenioso. El ingenio post renacentista tuvo sus mejores exponentes en Moliere y los españoles, los italianos retomaban solamente sus clásicos. La Comedia Humana de Balzac es un pálido reflejo de la execrable vida particular de su creador, éste más bien era una tragedia viviente para él como para los que lo rodeaban pero sus escritos rezan el título de comedia.
Luego del siglo de las luces y de la ilustración, un pobre onanista con terribles complejos sociales y existenciales y un danés también con severos traumas, que seguramente harían las delicias de un tratamiento psicoanalítico tres veces a la semana, son los voceros indiscutidos de la doctrina del superhombre y del existencialismo. Ambas doctrinas fueron el soporte básico y guía para las generaciones de la primera mitad del siglo XX y aún mantienen seguidores entusiastas, su impronta quedó grabada en la historia. El nexo entre ambos fue la timidez extrema que les impidió vivir la vida que deseaban, lo cual superaron magistralmente con sus escritos. Tragicómicamente son los prototipos de la vanidad afirmativa, el individuo es lo único válido, todo el resto es accesorio. Otro epígono de la propiedad indiscutible del hombre, el Único, es un judío que decidió cambiarse nombre por otro más sonoro porque en su tiempo, impregnado de hegelianismo y neokantianismo, jamás tuvo oyentes ni atención. ¿ Qué impulsaba a estos egregios personajes a plasmar sus ensoñaciones en tinta?. La respuesta no merece mayor agudeza ni dilación: vanidad, pura y simple representación de fantasía. No obstante, lo vano tuvo su efecto anulándose en su esencia etimológica, aquellos vanilocuos fueron captados como testimonios de realidades no vistas y posteriormente alabadas entusiastamente.
La mayoría de los escritores juegan a los dados al poner en conocimiento de las futuras generaciones sus sueños expresados como verdades no acaecidas, sin embargo, hay un personaje de acción que además de su triunfos bélicos y estadistas innegables quiso y supo plasmar la suprema expresión de vanidad humana moderna, nos referimos al emperador por antonomasia. Las conquistas, pirámides, monumentos y castillos eran los recurso más frecuente de los hombres de acción del la antigüedad para permanecer en el recuerdo de los tiempos. Alejandro y Cesar fueron excursionistas con espada en la mano, Lorenzo afirmaba su magnificencia en ser patrono de las artes. El divino corso también lo hace por conquistas y ordenamientos jurídicos, pero la suprema expresión de su vanidad inconmensurable es haber dado a la humanidad un nuevo patrón de medida, el metro. Esto marca el hito de término e inicio de una nueva era para la humanidad, todo referente anterior ha quedado anulado. Antes de él nada, la medida del mundo viene con él y seguirá así per secula seculorum. Queda olvidada aquella jactanciosa arenga del vanidoso Capeto en el sentido que después de él venía el diluvio y que el Estado era herencia borbónica. La autoimposición de la corona de emperador deja con las manos extendidas al representante de Pedro y el cetro le pertenece por voluntad propia. Se cumple así la importancia de ser él el primero, fundador de su dinastía y no un mero continuador de una estirpe desgastada.
Sin aquella vanidad el gran corso no habría logrado cambiar la faz del mundo ni Francia hubiese recuperado parte de los dominios de los carolingios. Los Austria primero y luego los aún vigentes Borbones españoles le habían arrebatado, sin tregua, el predominio de Europa y el mundo conocido a la línea directa Capeto. Aunque aquella ensoñación durase un suspiro en la realidad, Napoleón es parte fundamental de la historia universal. ¿ De qué le hubiese servido a él y a su país la humildad contagiosa de Francisco de Asís?. Tanto Agustín de Hipona como Tomás de Aquino no se caracterizaron por su tolerancia ni humildad, sin ellos la doctrina de Pablo habría permanecido siendo sólo cristiana y no católica. Tampoco aquel vasco impetuoso y avasallador, que no trepidaba en nada ante la amenaza al pontificado de Roma, no es un modelo de virtudes monásticas aunque elaboró unos ejemplares ejercicios espirituales, superiores y más prácticos que los de Benito. Su vanidad es tan grande como la lucha que emprende y gana en muchos sectores, si no recuperó todo lo perdido fue más bien culpa de terceros que de él. El que bien se viste o luce prendas, propias o las más veces ajenas, brilla y se destaca. Antonio Abad y fray Angélico sólo abarcaron un pequeño terruño y son recordados solamente como ejemplos de virtud monástica, Torquemada, en cambio, es universalmente conocido por su utilidad a la Iglesia.
Sin vanidad no podría existir su antónimo la humildad, aunque el más humilde de todos esconde en su interior una vanidad tan grande como la de cualquiera de los citados anteriormente. Freud desenmascaró aquella manifestación contraria pero la confesión de parte al autodeclarase el más humilde y bajo de todos también dio tempranos indicios que algo no cuajaba del todo.
Parece lógico pensar entonces que la vanidad forma parte de nuestro ser cotidiano, ya sea como un atributo, que por su permanencia se ha adherido fuertemente a la esencia y no es posible diferenciarla, o porque está en la misma esencia humana. Los pecados capitales lo confirman al hacer explícita su exclusión en el convivir, la caja de Pandora también la incluía. ¿ Porqué dar tanto énfasis en eliminar algo que no debería darse sino sólo en condiciones favorables o ambientales?. Narciso y la misma Venus experimentaron la vanidad en grado máximo como también todo hombre que haya dejado su impronta en el mundo. ¿ No será más plausible morigerar o canalizar en fines y medios positivos aquel pathos que tratar de suprimirlo como en Oriente, aunque el pensar que no se tiene deseos ni aún vanidad, es de por sí vanidad?.
Vanidad adquiere sentido en su acepción de vano, inútil, fútil. Aquel que asume la vanidad de no llegar a ser aquel perfecto que debería ser es cauto, realista, pero alguien muy realista dijo que si no se intentan las cosas imposibles hasta las posibles no serán factibles de realizar. Un afán que se da por vencido antes de iniciar la brega es seguro que fracasará, deja todo su acontecer a la fortuna, la cual como toda mujer es esquiva y cambiante. Desde tiempos inmemorables la característica varonil ha sido la conquista, el asedio inteligente ante una fortaleza que no abre sus puertas ante el primer embiste. La destreza del guerrero es saber entrar en batalla o asediar. Cuando las condiciones están dadas y la diosa fortuna momentáneamente está de su lado deberá darse la estocada final de acción u omisión. Plausible es la conquista pero vanidosa es la manutención perpetua. El rey Lear lo expresó certeramente al exclamar: “off,off the lendings”, señalando que todo en el fondo es un préstamo. Stirner se equivocó, el hombre no es el Propietario, tiene algo en usufructo cuyo pago periódico es la vanidad.
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