¿Dónde están esas alas?
¡Malditas piernas de algodón!


Si hubiera sabido que así era el color de mi futuro me hubiera despertado sin brazos y sin piernas.
Es que así te trata la vida, no te avisa de las consecuencias y luego, sin más, te lanza el contrato con letra menuda, en la cara, sin anestesia ni advertencia.

Aprendí a correr en mi memoria, allá por el Cuarto Grande.
Donde mi hermano y mis recuerdos jugaban a no tener hambre
mientras le gritábamos a los hombrecitos de la tele que de una vez se pusieran a bailar.
Nunca funcionó, pero nos proveía de la esperanza que nuestros pequeños cuerpos no tenían.

Allí, conocí a una de las personas más felices que había encontrado en toda mi vida,
aunque la primera vez que la vi era feliz sólo porque aún no había crecido lo suficiente como para comprender que debía comenzar a tener necesidades como todas las personas normales.
No tenía aún el brillo de la decadencia en sus ojos como estrellas. Todavía creía en Dios.
Nadie quiso comprender su decisión cuando ella escogió ser libre volando por los aires en su cumpleaños número quince.
Fue la primera vez que la oí reír como se debe en diez largos años de encierro obligatorio al que la habían sometido; 'estaba loca', decían las voces que sí sabían de lo que hablaban.

Y volviendo a la realidad,
aquí me encuentro en este pudridero de gentes.
Compartiendo el techo con ilustres genios y borrachos empedernidos que juegan a las guerritas. Mientras en la oscuridad, se juegan a los dados lo último que me queda de esperanza.
¡Me tengo bronca!
Pero la bronca que les tengo a ellos es mayor.
Esa debe ser la única razón por la que sigo en pie, esperando...

- Ya vengo.



(Dedicado a un ejemplo de Ser Humano. A una persona que supo vencer todos los obstáculos provistos por la intriga de una sociedad podrida y una enfermedad maldita. A una persona a la que le falta poco para volar y para quien la necesidad de piernas será tan leve como la de la vergüenza cuando es ajena. Para vos, siempre vos)