Sentada en un columpio te observé. Te reías, estabas feliz compartiendo con tus amigos. Te miré largo rato, mas nunca me devolviste la mirada. Y si lo hiciste, no quisiste que yo supiera de la existencia de tus ojos. Y sin embargo, te equivocaste. Yo jamás dejé de mirarte, y cada gesto tuyo lo retenía en mi memoria. Pude sentir lo Poco que era para ti, pero no me importó tomando en cuenta lo Mucho que valías para mí. Pasó el tiempo y te conocí, maravillosa sensación de hablar con el que hubiera mirado tardes y mañanas desde mi asiento preferencial.
Yo nunca te dije, nunca me atreví. Me preguntaste, sí, muchas cosas, pero Aquello nunca lo mencionaste. Y si yo no tomé la iniciativa de decirte Aquello fue porque te quise así. Para pensarte, para mirarte. Para reflexionar que haría contigo en el cine o en cualquier lugar. Para verte y pensar que tus manos son para mí refugio, y que tus ojos son luceros en la oscuridad. Pero ahora que te tengo, has perdido importancia.
Ya no es un privilegio mirarte. Ni pensarte. Ni estar contigo a solas hablando de Aquello. Es que te prefería así, feliz y alegre con tus amigos a que estuvieras en silencio a solas conmigo. Hubiera preferido seguir siendo Poco para ti, y tú Mucho para mí. Pero ahora el asunto se dio vuelta, me miras y me buscas, y yo rehuyo tu mirada y caricias. Te hace falta algo a ti que tenia el tú de antes. Y es que te prefería así, para idolatrarte, para mirarte y pensarte. No para besarte. Sino que para amarte. |