Feng shui con gas nervioso
Verificaron las lecturas de las zonas contaminadas y no contaminadas del casino. La cantidad de gas era suficiente para acabar con todos allí.
Más de diez mil metros cuadrados de superficie, repartidos entre la zona de estacionamiento vehicular y el imponente hotel de veinticinco pisos, con su moderno casino de tres niveles, ditribuido entre los dos subsuelos y la planta baja. Cada piso del casino se repartía en cuatro grandes naves decoradas con exquisito buen gusto y lujosa definición ambiental, diseñada, específicamente, para ejercer influencia subliminal de predisponibilidad al derroche y a la liberalidad del apostador; para incitarlo a confrontar la suerte o el azar sin inhibiciones. Un hábil manipuleo encubierto que remitía a los jugadores a una excesiva confianza en sí mismos y, mediante la seducción secreta de cierta música, luces y colores; sumado a un inteligente despliegue y ordenamiento feng shui de cada área del casino, llegar a armonizar y dirigir los intereses del juego en beneficio de la banca.
-Son años! Solía decir, exhibiendo una media sonrisa de complicidad, Líbero Cerrutti, único dueño del Hotel Nueva Italia, y capo absoluto de la familia más poderosa de Timboteau, en la paradisíaca Isla del Cilantro, frente a Cuba.
Allí estaba yo, considerando las cosas que acabo de decir, pero mi urgencia en ese momento era otra. Integrantes de una célula terrorista mafiosa habían logrado llegar hasta la boca del sistema de ventilación central del casino y soltado una carga letal de Sentox 6 XV, más conocido como “gas nervioso”.
Las cuatro naves de cada piso del casino tenían compartimientos estancos, especialmente construidos para lograr sobrevivir a este tipo de ataques químico-biológicos. Yo me encontraba dentro de uno de estos cubículos junto a varias personas que lograron refugiarse a tiempo, antes de que se cerraran las puertas herméticamente detrás de ellos.
Ver a la gente echando espuma amarilla por la boca, enfundados en sus trajes de etiqueta y desparramando sus fichas sobre la alfombra, sin importarles para nada su valor, era conmovedor. Hacía sólo unos instantes estaban “sacados” de toda otra realidad que no fuera la de ganar en el juego. Ahora, sus ojos desmesuradamente abiertos, imploraban una bocanada de oxígeno, un poco de aire puro para seguir viviendo. Nosotros nada podíamos hacer para ayudarlos. El miedo condensaba el poco aire puro que había. Nos mirábamos unos a otros, confiando que el lugar en que estábamos refugiados no tuviese alguna hendija o filtración que permitiera la penetración de ese gas venenoso.
Las dos puertas del cuarto en que nos encontrábamos fueron selladas completamente con una pistola de goma, como así, también, la única abertura de aire que tenía el cielorraso.
Se nos había dicho que no intentáramos nada, que sólamente aguardáramos la llegada de los equipos químicos de emergencia, que ellos nos sacarían de allí.
Sonó el único teléfono fijo que había en el refugio. Una mujer teñida de rojo atendió con inusitada rapidez, su semblante fue demudándose poco a poco, a medida que respondía, -oh, sí … oh, sí … oh, sí … Sus ojos recorrían las caras de quienes seguíamos con dramático interés sus “oh, sí … oh, sí …” y la turbación de su rostro, y sus gestos de condenada desesperación. Cuando colgó, varios le preguntamos al unísono: -¿Qué está pasando? La pelirroja se retorcía los dedos y frotaba los antebrazos gimiendo entrecortadamente sin dar ninguna respuesta coherente a nuestra inquietud.
La desesperación fue ganando espacio rápidamente en los más ansiosos y asustados, quienes comenzaron a gritarle: -Pero, hable de una vez, díganos ¿qué está pasando? Sin decir palabra alguna la pelirroja corrió hasta la primera puerta y se puso a examinar los bordes; luego se echó al suelo para observar la hendidura entre la puerta y el umbral. Todos nos fuimos encima de ella y la increpamos a puro grito, alguno fue más lejos y la amenazó duramente. -Hable señora quién se crée que es para atender el teléfono y no dar cuenta de las noticias que a todos nos afectan … y, -diga usted que autoridad tiene para atender ese teléfono … y otros: -si no nos dice ahora mismo quién habló y qué es lo que le dijo, la vamos a … etc., etc., etc.. La pelirroja, se recompuso un poco y aquietando la agitación que la dominaba, siguió hipeando compulsivamente de cuando en cuando; pero, finalmente, pudo ir soltando prenda acerca del intrigante y temido llamado telefónico.
-Es terrible, gritó con voz aflautada, tenemos los minutos contados. Esta ûltima afirmaciôn hizo que todos allî pegáramos un respingo, y nos acercáramos más a ella para oír lo que estaba a punto de revelarnos. -Siga, por favor. Le suplicó alguien a mi izquierda. La pelirroja, se dió cuenta que su palabra era, en ese momento, la voz de Dios mismo. Entonces, con voz trémula, carraspeando entre dos hipos, dijo que quien había llamado era el jefe de seguridad del casino para informarnos que las pruebas que se hicieron en las respectivas áreas eran consistentes y terminantes, el gas era Sentox 6 XV, o gas nervioso. Éste había sido liberado en el sistema de ventilación central y todo el casino, en sus tres plantas estaba bajo la acción de este mortífero gas. Sólo estaban seguros los que llegaron a refugiarse en los cubículos herméticos que tiene cada nave. Hasta ese momento, todos teníamos más o menos en claro lo que ocurría en el casino. La mandíbula de casi todos se cayó, dejando ver gestos de estupefacción en la mayoría. Lo que la pelirroja nos tiró a mansalva, fue una condena a muerte inevitable. Ella dijo: -El Sentox liberado en el sistema de aire contiene un agente corrosivo que está destruyendo las barreras que protegen los cubículos de seguridad.
Me acerqué a la puerta y a la tapa del aire en el techo para examinar la goma aislante con que sellaran las hendijas. Al ver como la goma se iba derritiendo por la acción corrosiva del ácido, se me oprimió el pecho. En pocos minutos más, el gas nervioso estaría contaminando el aire y todos moriríamos irremediablemente. La ayuda del personal de agentes químicos no llegaría a tiempo para descontaminar el área. Deduje que nuestra única esperanza era pensar qué hacer en lo immediato, y poner manos a la obra sin pérdida de tiempo para salir de esta terrible situación. Pregunté si alguno era empleado del casino. La pelirroja dijo ser una de las encargadas de relaciones públicas del Hotel. -En estos refugios tiene que haber máscaras antigases en algún lugar. Le dije con gestos urgentes. -¿Sabe usted dónde pueden haberlas puesto? -No. Me respondió. Varios, de los que estaban oyendo nuestra conversación, se dieron a la tarea de revolver todo lo que allí había. -Por favor, le dije, llame por teléfono a seguridad y pregunte si ellos saben dónde podemos encontrar esas máscaras. Se me quedó mirando, como no sabiendo qué hacer. Entonces, casi con un rugido, le grité: -Llame ahora, hágalo! Se sobresaltó y corrió hasta el teléfono, el agente de seguridad que contestó el llamado le dijo que las máscaras habían sido retiradas de todos los cubículos para inspeccionarlas. Casi no teníamos más tiempo, veíamos como el ácido deterioraba la goma que sellaba las puertas; era cuestión de minutos para que entrara el Sentox y con él la muerte. Una muerte terrible y dolorosa. El gas nervioso ataca, primeramente, las membranas nasales, luego las de la traquea, bronquios y pulmones casi en forma simultánea, inmediatamente produce úlceras internas y altera el sistema nervioso central produciendo convulsiones y vómitos hasta que la persona muere alcanzando una rigidez total, en medio de indescriptibles dolores.
Una mujer vomitó en una esquina del cuarto. La pelirroja fue hasta el escritorio y sacó de un cajón una bolsa plástica para esas emergencias, y se la ofreció a la obesa mujer del vómito.
Alguien gritó que la goma estaba por ser totalmente fundida por la corrosión en uno de los márgenes de la puerta de cristal. Mi cabeza no hallaba nada, nada que diera respuesta a este problema. Mi mentor-personal-trainers, una vez me dijo que, un problema que no tiene solución, no es un problema; es una fatalidad. Entonces traté de pensar; preguntándome: -¿Qué nos hacía falta para salir de allí? La respuesta llegó al toque, -nos hacen falta máscaras antigases, me dije. Claro. Pero, ¿para qué nos hacen falta? Ah, ya sé … parece que lo tengo … sí, sí … ¡Atención! escuchen por favor. ¡Vamos a salir de aquí! Escuchen, volví a gritar con todas mis fuerzas. -Tomen las bolsas para vómitos, rápido; no hay tiempo que perder. Cuando yo lo diga, aspiren todo el aire que puedan, lo haremos todos juntos. Luego se colocan las bolsas en las cabezas y las sujetan con fuerza alrededor de sus gargantas. Entonces yo abriré la puerta y todos saldrán corriendo con cuidado hacia la puerta del casino que da a las escaleras, allí tendremos aire fresco. -¿Entendieron lo que dije? Todos asintieron. Bueno, atentos, cada uno estaba con su bolsa en las manos, sus ojos habían recobrado la atención y el interés para luchar por sobrevivir; me sentí bien, más allá de lo que resultara esa salida desesperada. -Atentos, insistí, cuando diga tres, todos se enfundan en las bolsas. Aspiren, uno, dos y tres. Me coloqué la bolsa y la aseguré con mi cobarta alrededor del cuello. Luego, descorrí el cerrojo de acero cromado de la puerta central y la abrí de un tirón, todos fueron saliendo, algunos a gran velocidad, y otros, según le daban sus piernas. La puerta que daba a las escaleras estaba a unos cincuenta metros del cubículo. No creí que todos pudieran alcazarla a tiempo. Sin embargo, hasta la mujer obesa lo logró.
Aún hoy, cuando, junto a Líbero Cerrutti y a su nueva esposa, la pelirroja del cubículo, recordamos aquel ataque que acabó con la vida de más de sesenta personas en el casino, coincidimos en que nada hay como estar a las puertas de la muerte para aceptar desafíos y asumir riesgos, donde el azar tendrá siempre la última palabra. Como sucedió aquella noche en el casino. |