"Atada a sus acciones, condenada a esa obvia reacción"
Un vientre abultado,
esperanzas rotas y lágrimas entintadas,
besos de plata de Diana,
noches de insomnio que acaban.
Una lánguida mano se posa sobre ello,
un cuerpo frío penetra desde el pasillo.
Un tubo, mil tubos. Aire y aguas saladas.
Un vientre vacío, una mano póstuma.
Las horas besan al reloj
que, intimidado, corre lento y veloz.
Golpes en los espejos,
rasguños en la pared.
Pasos retrasados hasta llegar a él…
el ultimo ensayo, el último llamado.
La juventud que persigue a los años,
el verano enamorado del otoño,
seguido de meses de arduo silencio
y del continuo tictac onomatopéyico.
Azul y gris los perlados minutos,
envueltos en hálitos absurdos.
Paciente y suspendida
en la conciencia de la vida.
Errores sustanciales tras aquello,
impenetrables barreras de carne y sangre,
fuego impregnado de sombras.
En la cama yace eso que fue,
eso que era y jamás será.
Descansa el minuto postrero del aire,
la sequía agónica del beso de madre muerta.
No hay niño, no hay llanto,
esta el vacío y el negro espanto.
Mujer incauta, niña acorralada,
tras el peso de la conciencia desgastada.
Madre mala y fría, seca y añeja,
traicionera e injusta, débil y desgarrada.
Encajonada y vencida,
su mano sobre el vientre…
inerte. |