Camino por un desierto, frío he inhóspito. La soledad se vuelve una masa candente que busca sentirse entre los pliegues de tu blusa, la sed de calor humano es más torturante que la física, que te agrieta los labios mientras una ráfaga de aire levanta la arena y te nubla la vista, es el polvo que sacude los recuerdos y hace que no se queden en el olvido.

Caminas, mientras los pies descalzos se queman y ampollan, y el sol, supuesta gran bendición no te deja en paz, y la piel esta en brasas y los ojos se empañan. Te sientes abandonada y fría a pesar de los rayos que intentan hacerte caer, producto del calor. Su tibieza no te llega, estás demasiado lejos, perdida entre remembranzas de un pasado que aparece como un espejismo, como un oasis de felicidad a comparación de lo que viven en el ahora, ese tiempo presente con el cual uno pocas veces se siente satisfecho.
Y si tienes la suerte de encontrarte en esos momentos, esperas con miedo y angustia el instante en el cual el sueño se acabe, como los castillos de arena creados por la niña en la playa, que se iban junto a la marea.

Pero en este momento, esos recuerdos anteriores hacen que la melancolía se transforme en escape, queriendo aferrarse a lo que se dejó por ir en busca de algo más satisfactorio, para percatarte, ya demasiado tarde, que era mejor lo que tenías, que ahora es imposible de recuperar.

El desierto muestra su imparcialidad ante la desdicha humana. Como el supuesto Díos en el que la mayoría de los inocentes hombres creen, aunque les tire vendavales y les mate a los hijos. Pobres ilusos, juran que después de la vida habrá un reino de alegría y paz, ojalá sea cierto, por su felicidad, yo solo deseo que cuando llegue la muerte y se pose en mi regazo, pueda dejar de sentir.

El color arena es lo unico que ven mis ojos ardientes, y mi boca entreabierta y seca busca con desesperación poder coger algo de la humedad que hay en el ambiente.


Despierto. Siento el pijama empapado de sudor, y aún estoy algo confundida por el sueño de arena y polvo, recuerdos e ilusiones, sed y calor. Supongo que es porque el aire acondicionado quedó encendido.

Me levanto y recuerdo el día que me cambié de ciudad pensando que aquí todo iba a ser mejor y resulta que ahora me gana la melancolía.

Consulto el reloj lleno de polvo que opaca la hora, lo sacudo percatándome que es el mismo proceso que el sueño produjo en mí. Volvió a desvelar todo eso que había intentado olvidar, que se cubrió de una ligera capa de polvo. Las memorias de los días en el campo con mis padres, mi primer amor… Todas esas cosas de las que en su momento lo único que quería era escapar, y que hora añoro y recuerdo como los mejores días de mi vida.