M se había preparado sin descanso para este día. Tres años de su vida no eran nada comparados con los 15 que se había ganado al someterse finalmente a la prueba de rejuvenecimiento; obviamente, no todo era debido a la operación sino también a su completa devoción al entrenamiento. Mantener un ritmo cardíaco estable y sin palpitaciones aún después de correr 40 kilómetros a una razón de 12 por hora era sobresaliente; un alumno modelo y para la Academia, un ejemplo a seguir. Seamos honestos, M, se había preparado bien y el día que se supieron los resultados nadie quedó sorprendido, excepto los gemelos X e Y, sobresalientes segundo y tercero de las pruebas, pensaron en lo injusto de una decisión que recaía sobre una persona tan joven e inexperta. Salvo ese pequeño incidente nada pudo opacar la clara victoria de M.
El día había llegado. El despegue correcto y la puesta en órbita aún mejor. Desde que se pudo invertir la polaridad de la gravedad ya nada parecía imposible para vencer la fuerza de escape de los artilugios espaciales de hoy en día, y en este caso, tampoco fue una excepción: todo salió perfecto.
M empezaba a sentir la aceleración espacial, Pegaso se encontraba a seis meses de viaje y la hora prevista para la entrada en éstasis había comenzado a descontar: su visor mostraba -13:34:45 en cuenta regresiva.
La cápsula estaba preparada contra toda eventualidad. No había cabida a ningún error no calculado, ni siquiera a la caída de un micrometeorito o a un exceso de lluvia de neutrones. Todo estaba en orden.
A M le empezaba a escocer la espalda, un signo evidente de adormecimiento provocado por la inserción de las agujas electrónicas del traje que llevaba. Una maravilla tecnológica capaz de protegerlo contra toda adversidad. Se lo había desarrollado utilizando conceptos estudiados en articulaciones y líquido amniótico; es así que, incluso caídas y sacudidas de 4g podían pasar tan inadvertidas para el usuario que poca o ninguna sensación eran percibidas dentro del traje. La protección prevenía caídas e incluso accidentes en los cuales existía el peligro de aplastamiento, como terremotos o derrumbes. El traje podía mantener con vida a su ocupante por un mínimo de 6 años sin ninguna otra fuente más que la proveniente de dos pastillas nucleares almacenadas en un reloj-transmisor de pulsera convenientemente atornillado a los brazos de la mano derecha. Verdaderamente conveniente. La única desventaja que existía era que e traje debía ser montado y desmontado por una segunda persona, ya que requería completo aislamiento del exterior. Aunque esa ligera desventaja no representaba ningún inconveniente para M, al que le gustaban los servicios de otra persona que lo pueda vestir.
El viaje había concluido. Después de los seis meses de rigor M llegó a su destino, aunque el nunca lo supo; la sensación de sopor posterior al despertar de un éstasis mayor a seis meses requería de al menos otras 10 horas para ser eliminada y M se encontraba despierto tan sólo cinco minutos.
Ti ti ti ti ti ...
Finalmente, M recobró completamente sus facultades, aunque le costó un poco el entrar en cuenta de su situación. Al principio, su agitación fue constante hasta que toda la información proyectada en su visor terminó de explicar su situación actual y las razones de su entorno. M, se sintió mucho más reconfortado pero con un enorme dolor de cabeza; algo que él ya sabía de antemano y que junto al insomnio posterior que veía venir -que solía llegar hasta los 8 meses después de un éstasis superior a los 5 meses según el doctor IA- eran los únicos efectos secundarios para los que ni la espaciolina parecía poder curar. Un pequeño sacrificio con el fin de poder saciar sus ambiciones personales.
La cápsula se había posado suavemente sobre la superficie y a M se le terminaba de recuperar el entumecimiento de las piernas; pronto sería tiempo de salir a dar un paseo.
La cápsula se abrió y M se estiró cuan largo era, tambaleante y con un dolor de cabeza más incisivo. Pero aún así, logró salir de la cápsula sin ningún contratiempo. Afuera no había nada. El espectrómetro mostraba trazas de agua y oxígeno pero nada suficiente para permitir vida basada en carbono, algo que M ya sabía antes de aceptar venir a esta misión.
Ya de regreso a la cápsula, M, se dispuso a comunicarse con la base y transmitir los detalles de su misión. Encendió la antena aeroespacial y determinó la frecuencia correcta: tzzzzzzz...
Algo andaba mal. La frecuencia era la correcta, la dirección de la antena perfectamente alineada... pero no había ninguna señal. Intentó el comunicar de su pulsera pero tampoco había señal audible, sólo un eco sordo característico del espacio profundo y el ruido de fondo de la radiación estelar. No había señal. Al cabo de varios minutos de intentos se dispuso a localizar la base a la manera antigua: usando mapas de localización espacial y recalculando la inclinación de la antena en busca de alguna radiofrecuencia audible en el cuadrante elegido, pero no halló nada. Del lugar que se suponía estaba su hogar sólo provenía radiación. No tenía sentido. Miró otra vez el visor de su pantalla: 15:23:45. Lo que coincidía con el tiempo que él calculó desde su arribo. Buscando más en los archivos percibió algo en lo que no había reparado: la radiación proveniente de punto de origen de su viaje coincidía con un máximo registrado por el espectrograma tiempo atrás, antes de su llegada a ese planeta. Lo que lo dejó atónito fue el tiempo en el que sucedió: ¡los registros marcaban 6 mil años! Se lanzó nuevamente a registrar la radiación proveniente de donde se suponía estaba su base: sólo radiación remanente de lo que, sospechó pero no quiso aceptar, fue una explosión estelar que con seguridad determinó la desaparición completa de su planeta. De repente se sintió completamente solo, golpeó el registro, propinó un puñetazo a la computadora central y salió de la cápsula dando una patada a la escotilla. Gritaba pero su voz no se podía escuchar. Se sintió abandonado, traicionado. En su locura decidió que lo mejor era quitarse la vida y en un arranque de furia hizo corto circuito en las celdas atómicas de combustible de la cápsula y todo alrededor de ella estalló en un maravilloso color púrpura que pudo ser visible desde el espacio exterior. Cuando ya todo recobró la calma, M, se encontró a sí mismo tumbado boca abajo sobre la base de un cráter cuyo origen comprendió de inmediato. El traje que llevaba lo había protegido de la explosión y lo mantendría con vida. Sin moverse, comprendió el error de sus acciones y la total incapacidad de atentar contra su vida. Ya no quedaba nada. No existía la humanidad y él se encontraba solo en un planeta cuyo único habitante era él mismo. Se levantó y comenzó a caminar. El traje lo mantendría vivo y sin peligro por seis años y el insomnio de largos meses le daría nuevas ideas para intentar una nueva locura. Todo parecía estar decidido y M decidió empezar su larga jornada en medio de su demencia. Por el este se levantaban dos soles azules que proyectaban la sombra macabra de M, mientras al oeste las nubes presagiaban una tormenta sulfúrica. A M eso no le iba a preocupar, tenía puesto un traje que lo protegería, la última maravilla tecnológica de una raza ya inexistente.
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