Algunas veces presiento que el amor es camandulero, te mira, te agita se aleja rápido para verte sufrir regresa para sobarte y fácilmente contarte cuanta faltas le haces, por este motivo creo que también es traicionero.
Hace tiempo, mucho tiempo atrás, me encontré con una persona, digamos que su nombre es (y digo “es”, ya que esta viva), tan común como desayunar diario en los países tercermundista. Su caminar, normal, sin mas ni menos, caminaba ese día bajo un sol de invierno o de verano, era un sol cualquiera, se me acerco son sollozos y en mi hombro derecho se apoyo para decirme, te amo. Sabiendo las hipocresías que existen en este mundo inhóspito que vivimos, no le creí. Quiso aparentemente que le diera un beso, pero un beso con amor y pasión.
Después de pensar uno pocos segundos, la abrasé, la rodee suavemente de la cintura, acaricié su corto cabello y apretándola con una pequeña fuerza varonil, la acerqué así, suavemente hacia mi cuerpo, las miradas estaban fijas, sin mediar palabras algunas, busque sus labios para que toparan con los míos.
Pocos segundos, como si lo estuviéramos pagando en oro, el tiempo, la bese. Me dijo suavemente, con tanto amor, que salía de su corazón fuego de lujuria y llamas de desesperación nerviosa, te amo tanto que ya me quiero ir con vos. Otro beso, con mas pasión que el primero con mas segundos de mas, como si e tiempo me lo estuvieran regalando; la pase acariciando. Me separe de sus labios, unos labios que querían más unión, más jugos, mas saliva, más caricias. Le dije tan suave, casi calladamente al oído, para que ni el viento escuchara “Yo también te amo tanto”.
Esa noche después de hacer el amor, me fume un cigarro, fui al baño, me dieron ganas de una cerveza, fui por ella. De regreso a mi lecho matrimonial pensé en lo que había sucedido en horas de las tardes, al encontrarme con ella cuando mi esposa estaba trabajando.
Por eso digo que el amor es hipócrita.
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