Recuerdos de Playa IV.
-¿Por qué uno se refugia en lo pasado, lo vivido, cuando aún está joven para disfrutar la vida plenamente? – pensaba Carlos García mientras se daba vueltas en la silla de su escritorio en la oficina. La sala tenía paredes de madera y grandes estantes para libros, casi no cabía ni uno más. Ya llevaba unos cuantos meses enclaustrado en remembranzas de tiempos pasados que le distraían del presente o, mejor dicho, no lo dejaban vivir a conciencia. Estaba como la canción de Alberto Cortés que decía “No soy de aquí ni soy de allá”. Era cierto, No encontraba su ámbito espacial ni temporal exacto. Gran parte de ello se debía a crecientes desavenencias matrimoniales. Ya la situación con Macarena estaba llegando a un punto sin retorno, ambos vivían su vida sin considerar al otro, dormían en dormitorios separados pues ella alegaba de sus fuertes ronquidos. Se les había terminado la pasión y sólo les quedaba un aburrimiento mutuo solamente morigerado por la presencia de los hijos. Pero éstos cada día estaban más tiempo fuera de casa y hacían su vida aparte. El se quedaba hasta tarde en la oficina pues no quería llegar a su casa. El Bufete de Abogados lo había heredado de su padre y trabajaban tres abogados más. Una joven y dos muchachos, a Carlos le gustaba ver gente joven a su alrededor. Las dos secretarias tampoco superaban los treinta tres años. Jóvenes de buena presencia, educadas y bastante hermosas, daban lustre al bufete. Los clientes esperaban a Carlos o sus ayudantes pacientemente.
Se abre la puerta y entra Carla con unos papeles en la mano.
-Don Carlos, este es el expediente de Rojas y otros contra Domínguez, mañana está el alegato ante la Corte- le dijo con una voz muy femenina y como tratando de ser formal, aunque en realidad se tuteaban y habían salido juntos en más de una oportunidad. Se acercó por detrás del sillón y le dejó los cuadernillos encima del escritorio. Carlos pudo aspirar el exquisito perfume francés que él mismo le había regalado hace poco. Ella jugaba con el roce de su ropa y la proximidad corporal con él en una lúdica e insinuante mise en scène. Nadie los observaba, así que él la atrajo hacía sí y la besó apasionadamente al tiempo que la acariciaba. Ella le correspondió con fervor y una pasión inusitada para aquel despacho de trabajo. Costó que se separaran, pero al final se escucho la voz de Carlos que decía.
- Está bien Carla, déjelo en sala de reuniones y llame a José, Ricardo y Amanda para una reunión. Gracias. Ah y dígale a Leonor que ustedes pueden irse temprano porque nosotros trabajaremos hasta tarde y no las vamos a necesitar.
- Gracias don Carlos, le diré, es usted muy amable - le respondió un irónica Carla, mirándolo con cara de amurrada y haciendo un coqueto mohín. Salió Carla y fue a decirles a los tres jóvenes abogados que el jefe los llamaba reunión a esta hora- ¿Un poco tarde no?- remachó no para molestarlos sino porque ella había quedado molesta pues se suponía que hoy saldrían a comer.
Los tres jóvenes juntaron expedientes y se dirigieron a la sala. No alegaban pues el sueldo era bastante generoso y las causas que les llegaban eran atractivas para un abogado que deseaba foguearse en el foro.
- Adelante por favor y perdonen por citarlos tan tarde, es que me surgió un imprevisto y no podré alegar mañana en la Corte. Vamos a decidir quién está más al tanto del caso Rojas y Otro para que me reemplace- les dijo un afable Carlos. Lo decidieron luego de unas horas. Sería José quien lo haría con la ayuda de Amanda, Ricardo vería las otras causas.
- Bueno muchachos, tendré que irme mañana a la playa, así que el Bufete queda en sus manos. Cualquier problema grave, digo grave en verdad, me llaman por celular y en menos de tres horas estoy aquí- les explicó.
Salieron juntos y tomaron el mismo ascensor. En la calle se despidieron y cada uno fue a recoger su coche al estacionamiento. Carlos tenía dos en el mismo edificio, unos cuantos pisos más abajo pero le gustaba bajar junto con sus colaboradores. Decidió dar un paseo antes de recoger su auto. Cerca había un moderno centro comercial, más bien pequeño, pero con mucha variedad en sus locales. Habría por lo menos tres Pubs y dos restaurantes de lujo. No tenía hambre ni tampoco quería meterse en un cine para pasar el tiempo. Llamar a Carla era un opción pero la desechó de inmediato, no quería mucha intimidad con ella, no por él sino porque no quería ilusionarla ni prometerle nada, aunque era bien extraña su manera de hacerlo pues la seguía convidando cada cierto tiempo y terminaban en el departamento de ella. Carla era una buena mujer, joven, bella y con grandes oportunidades. Ya no sabia qué hacer. Nunca fue un mal tipo, no le gustaba hacer daño, pero ella definitivamente no podría entrar en su vida. Ella no se daba cuenta de eso o esperaba una repentina reacción de él. Eso lo tenía un poco inquieto y algo culposo por esta situación creada por él. Decidió entrar en un Pub, pero se sentó afuera pues todavía hacía calor y quería fumar, no sabía si adentro era lugar de fumadores. Pidió un vodka tónica y una tabla surtida.
Decidió acostarse temprano e irse mañana a la playa. Sin embargo, esta vez lo haría por el antiguo camino interior, que bordeaba las playas de la zona central. Hace mucho tiempo que no las visitaba, aprovecharía para darse una vuelta por El Quisco para ver si el nuevo panorama de ese idílico balneario, hoy transformado en uno superpoblado, le quitaba esa constante nostalgia por el tiempo pasado. Despertó temprano, bebió una taza de café y decidió desayunar en el camino. Tomaría el camino lateral para comer algo en La Montina, lugar donde su especialidad eran unas salchichas envueltas en una dorada masa delgada. Aquellas eran el disfrute más grande de los viajes a la playa de antaño. Los dulces de Melipilla y el almuerzo en el hostal de doña Juanita completaban esos viajes, así la mamá no tenía que hacer el almuerzo.
En la bifurcación hacia Valparaíso camino de la costa tomó este último y comenzó el descenso hacia el mar por la empinada carretera. En una curva específica se vislumbraba por primera vez la visión del mar, hecho que era motivo de peleas entre él y sus hermanas por gritar quién veía primero el mar. Casi siempre ganaba Daniela y él quedaba molesto, pero cuando ya veían toda la bahía de San Sebastián se le pasaba el enojo. Allí comenzaba la carretera interna que bordeaba los balnearios de Las Cruces, El Tabo e Isla Negra, famosa porque allí se ubicaba una de las casas de Pablo Neruda, el poeta. Luego, se enfilaba directamente hacia El Quisco. Arribó a medio día, estacionó el auto en una calle lateral y recorrió su avenida principal. El mismo hotel y el mismo cine, quizá más remodelado, pero por fuera seguían muy parecidos. Se subió al auto de nuevo y visitó su antigua casa, la ocupaba una numerosa familia cuyos niños pequeños jugaban en las rocas de enfrente. Se paró allí y la contempló largo rato, aspirando con fruición el aire marino que tan gratos recuerdos le traía.
Una joven mujer se asomó a la puerta del patio delantero y lo increpó – Usted a quién busca, mire que lleva bastante tiempo mirando la casa. Mejor váyase o llamaré a la policía- le dijo en un tono que no admitía dudas de que efectivamente lo haría si no se retiraba de ahí.
Señora, se equivoca rotundamente usted. Yo soy Carlos García, el antiguo propietario de la casa y deseé verla. Fue un impulso repentino de volver a mi juventud. Perdone si la he perturbado en algo- se disculpó caballerosamente Carlos.
¿Usted es Carlos García, él Carlos García de los años sesenta, hermano chico de la Susana, Daniela y Ximena?- afirmando más que preguntando. Su tono y rostro cambiaron de inmediato, de un ceño fruncido pasó a una amplia sonrisa.
- Yo soy Ingrid, la hermana menor de Katia, quien pololeó contigo un verano. ¿Te acuerdas de mí o no mirabas a las más chicas sino a las mayores que tú? Pues yo sí me acuerdo muy bien de ti, me gustabas en ese entonces, pero tú nunca te diste por aludido, sólo mirabas a mis hermanas, que por lo demás eran harto regias las tontas - le dijo picadamente.
Sí me acuerdo algo de Katia, pero para serte franco de ti, niente- le contestó. Ella fue unos de mis grandes amores de la pubertad. ¿Cómo está, supongo que casada y repleta de hijos?
- Pasa Carlos, entremos a la casa y ahí te cuento todo lo que ha pasado en estos últimos años. ¿Bastantes en verdad?- comentó Ingrid, haciéndolo pasar a la terraza del frente de la casa, que se mantenía más o menos en el mismo estilo de antes.
La Vero, te acuerdas, la mayor, se casó y vive en estados Unidos. Viaja muy poco a Chile. Katia está separada y más regia que nunca, se va a morir cuando le cuente que te vi. Aquellos son mis sobrinos, sus hijos y dos que son míos. Yo también estoy separada. Vivimos juntas en un condominio, pero cada una en su casa. En el verano vamos de vacaciones juntas y este año quisimos arrendar una casa en El Quisco. Nos acordamos que tu antigua casa era bastante grande y averiguamos quién era el dueño actual. Son los Jiménez, ¿te acuerdas de ellos?. Pues bien, como nos conocían nos hicieron un precio por veinte días de febrero y aquí estamos. Katia viaja los fines de semana. Así que mañana estará por aquí. ¿No quieres quedarte y así la ves?- le preguntó asertiva y directamente.
- Me encantaría Ingrid, pero debo llegar a Viña del Mar esta noche. Mi familia me espera- replicó en tono apesadumbrado pues le habría encantado quedarse.
Quizá otro día pueda pasar a verlas. Pero aún tengo tiempo, por qué no damos una vuelta por la playa y me cuentas que ha sido de tu vida- la invitó él ahora. No podía recordar a Ingrid pero sí a su hermana Katia. Luego de su fracaso amoroso con Mariana él había quedado muy mal parado. En eso apareció Katia, bonita, nariz respingada, rubia, esbelta y de ojos azules intensos. Fue ella quien se acercó a él.
- Supe lo de Mariana, Carlos, y no sabes lo tonta que la encuentro al haberte dado de calabazas. Tú que has sido siempre un gran muchacho no te merecías eso. Pero ya verás que todas las mujeres no somos así. Debes levantar ese ánimo. Ah, y también sé lo de tu affaire con Ana Luisa, se comentó en toda la playa porque ella fue la primera pervertidora de cuna declarada. ¿Pero tú parece que no lo pasaste tan mal, o no?
-Desde ese día salieron juntos para todas partes y él se iba a la carpa de su familia. Conversaban, bailaban, cada día más apretado, hasta que llegó el momento en que pudo bailar cheek to cheek con ella. Eso fue el indicio de ya era hora de convidarla formalmente a ver la puesta de sol en la Puntilla. Ella aceptó, pero se negó a subirse a las rocas. -Me dan miedo las olas- le dijo. Además no ando con zapatillas así que me puedo caer. -No te preocupes que yo te sostendré- contestó un presuroso Carlos, pero la posición de Katia era firme. No subiría a las rocas aunque él se lo pidiese de rodillas.
- Carlos, ¿ por qué tienes tanto interés que suba a las rocas contigo?. ¿No querrás decirme algo?- le preguntó coquetamente.
- No Katia, no, como se te ocurre. Nada en especial. Simplemente quería subir porque me encanta ver los saltos de ola, nada más- le contestó un sonrojado Carlos.
- Ah, yo me imaginaba otra cosa, pero si tú lo dices- siguió insistiendo Katia.
Esta vez Carlos se hizo el desentendido y actúo como si no hubiese captado su tono. Estaba temeroso de otro rechazo, no se atrevía a decir nada. Ya había quedado bastante mal hace unas pocas semanas atrás y que no quería sufrir la misma experiencia de nuevo. Se formó un extraño silencio ente ambos, cosa curiosa pues nunca dejaban de hablar. Ella al ver su turbación y nerviosismo se acercó, le dio un beso en la mejilla y le susurró al oído.
- Acuérdate que te dije que no todas somos iguales a Mariana- le comentó y luego se marchó. Carlos no la siguió. Su casa estaba cerca de allí así que ella no tendría ningún problema para llegar sola. Quedo helado y enojado consigo mismo por ser tan tímido y pusilánime.
Se quedó en las rocas hasta el final de la puesta de sol. Empezó el anochecer y el choque de las olas contra las rocas era cada vez más fuerte, así como también la brisa marina que salpicaba todo en derredor. Estaba casi mojado. Andaba sin jersey así que su camisa estaba húmeda. No sintió nada de frío y permaneció allí por otro rato más, embelesado con los saltos de olas. Ya estaba oscuro cuando intentó bajarse de las rocas. No veía nada, así que fue sujetándose con manos y rodillas en las rocas. Rompió el jeans y se rasmilló una pierna. Estuvo a punto de caerse de una empinada roca pero alcanzó a sujetarse. - ¡Quién lo mandaba a quedarse tan tarde allí, y sin linterna!- se cuestionó el mismo. Estando relativamente cerca de tierra resbaló en la húmeda superficie y cayó roca abajo. Se escuchó un grito de dolor y otro de ¡Carlos, que te pasó, estás bien! Era Katia quien corrió a socorrerlo y a llamar a otras personas para que la ayudaran a llevarme a su casa. Le dijo a su hermana menor, ésta debe haber sido Ingrid, que fuese a mi casa para avisar y que me viniesen a buscar. Yo casi no me podía mover, pero era más el susto que el golpe. Lo único que valió la pena de aquello fue sentir la mejilla húmeda de lágrimas de Katia apoyada contra la mía y no sé si imaginé o, realmente, me dio un beso también.
Al poco rato, llegó Susana en el auto de su pololo para llevarme a casa. Le dieron las gracias a Katia y a su mamá por cuidarme y le preguntaron a Katia si quería ir con ellos para que le explicara a la mamá que me había pasado. Ella dudó un segundo. Miró a su madre y ante su asentimiento digo que sí iría. ¡Susana se las sabía por libro! . Nos dejaron juntos en el asiento trasero y yo apoyé mi cabeza contra sus rodillas, ella mientras tanto me acariciaba el cabello. No sabía si estaba soñando o era cierto. ¿Cómo sin habérmelo propuesto tenía a una niña dispuesta a estar conmigo y a la que le había insistido hasta la majadería no me hizo caso? Parece que era cierto que la mejor estrategia con las mujeres era la indiferencia.
- ¡Vuelve a la tierra hombre, si llevas volando como media hora!- le escuché decir a Ingrid quien caminaba a mi lado por la costanera que rodeaba la playa de rocas. ¿Dónde estabas me puedes decir? Porque es bien descortés arrancarte así de mí- bromeó Ingrid. ¿Te apuesto a que estabas en las rocas y en el Yatching bailando con Katia, o no?- le dijo en son de cariñosa burla.
- Sí tienes razón, me volé hacia el pasado. Me pasa a menudo últimamente, debe ser el stress actual que inconscientemente buscas los tiempos idos, cuando eras feliz- le confesó.
- Pero hombre, quien te viera pensaría que la estás pasando muy mal y parece que no es así puesto que por lo que me has contado tienes tu Bufete propio de Abogados una linda señora y familia. ¿ Qué más puedes desear? Ay, perdona si resulto impertinente, es soy pensamiento hablado. ¿Cómo podría saber yo lo que efectivamente te pasa, no?.
-No te preocupes Ingrid, si el complicado soy yo. Otro estaría feliz pero para mí no es así. No sabía por qué estaba siendo tan franco con ella cuando apenas la conocía. Se veía bastante joven y buena moza, pelo rubio natural igual que Katia pero con ojos verde mar. Su figura no tenía que envidiarle nada a una modelo pues era delgada pero con exquisitas formas. La feminidad era parte inherente a ella La observó un rato y pensó. ¡Quién tuviese unos años menos! Pero ya era muy tarde para pensar en aquello.
Ingrid notó que la miraba de manera extraña, no insinuante ni tampoco conquistadora sino como nostálgico. ¿Que le pasará a este hombre por la cabeza?- se preguntó Se ve que se mantiene bien todavía, aunque no debe ser muy mayor. Máximo unos cuarenta y tantos. Lindos ojos y mirada seductora, sería un buen acompañante si o estuviese casado- razonó. ¡Lastima que estés casado Carlos, lo pasaríamos muy bien!- le dijo en tono burlesco pero Carlos no pudo evitar el sonrojarse como antaño. Y además se sonroja. ¡De dónde salió este espécimen extinguido!
Carlos miró la hora y vio que se le hacía tarde. Se despidió con un beso en la mejilla y le dijo que pasaría el domingo cerca de medio día, para ver si las encontraba a las dos.
-Sería regio Carlos. ¿Por qué no te vienes a almorzar el domingo?- le propuso
- Ya, sería ideal, así las veo a los dos- pasaré por aquí como la una de la tarde. ¿Te acomoda esa hora?- le replicó.
Manejó con toda calma por Algarrobo y Mirasol, disfrutando el paisaje. Allí tomó el camino que lo llevaría a la carretera Santiago Viña del Mar. Llegó a su departamento de noche pero no muy tarde. Todos se acercaron a saludarlo. ¿Por qué te demoraste tanto?- le preguntó Macarena. Por nada, es que vi a unos amigos en el camino y almorzamos juntos. Solamente uno de sus hijos notó la cara de contento del papá y le dijo.- ¿Vaya, llegaste de buen ánimo este fin de semana, lo pasaste bien en Santiago como viudo de verano?- y se río, contagiando a todos excepto a Macarena quien apenas esbozó una forzada sonrisa.
Sí, estuvo bien la semana. Estoy contento porque los veo a ustedes. ¿No se nota?.- No mucho papa- le respondieron como un coro sus hijos. Bueno qué hay de cenar, tengo hambre. ¿Qué me darán de comida?- preguntó en el mismo tono jocoso.
Después de la cena fue a la terraza y se sentó mirando al mar. ¡Que curioso se dijo, luego de recordar tanto al pasado hoy éste chocó de frente conmigo! Se tomó un wisky y se fue a dormir con una sonrisa en los labios. Esperaba ansioso el próximo domingo. ¿Cómo estaría Katia? ¿Igual que siempre? ¿Parecida a Ingrid?. Ya faltaba poco para develarlo. Este domingo entraría de lleno en su pasado para ver si éste era tan luminosos como se lo imaginaba en sus racconto.
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