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RECUERDOS DE PLAYA III

Estaba metido en un taco, llevaba casi una hora de estar medio parado, pues apenas había avanzado unos pocos cientos metros en más de cincuenta y cinco minutos. Por suerte el vehículo era relativamente moderno y no tenía problemas de ventilación ni de radiador. Ya había muchos que estaban humeando por el motor recalentado. Era pleno verano, la familia estaba veraneando pero él tuvo que, o en realidad quiso, quedarse un tiempo más en la capital. Adujo razones de trabajo impostergables. Nadie alegó, su familia lo tomaba como algo normal así que ningún plan se postergaba. Irían nuevamente a aquél departamento que habían arrendado la vez pasada. La decisión ya estaba tomada desde principios de año. Esta vez Carlos García no lo pensó dos veces y aprovechó la primera oportunidad que tuvo para quedarse como un viudo de verano, aquel hombre maduro que según su estereotipo salía con sus amigos a parrandear o a los Pub para buscar mujeres más jóvenes dispuestas a pasar un buen rato, comer bien e ir a bailar. Sin embargo, él no había ocupado aún su libretita negra que todavía la mantenía actualizada con el nombre de sus amigos y amigas de años anteriores o de juventud. Muchos de ellos estaban separados. Parecía que él era uno de los pocos que aún mantenía un matrimonio bien constituido. Si bien en ello había mucho de apariencia pues hace tiempo que las cosas como pareja no andaban muy bien que digamos, pero el peso de la costumbre influía bastante como para tomar una decisión apresurada al respecto.

Pensó en su mujer, Macarena, y se acordó de cómo era años atrás, en su juventud. Jeans a la cintura tipo Saint Tropez, con anchas bastillas llamadas “pata de elefante”, cinturón ancho, una ligera blusa cubriendo su torso y altos de zuecos de madera. Pelo castaño claro largo, muy liso, producto de la famosa toca, método casero que alisaba hasta el cabello más rebelde. Siempre impecablemente vestida y peinada a la moda. Modalidades que seguía manteniéndolas hasta la fecha. Asimismo, recordó a los Beatles, a los Rolling Stones y a las fogatas en la playa con canciones de la Joan Baez, Bob Dylan, Francoise Hardy y Charles Aznavour de entre muchos. Allí donde todos cantaban desafinadamente la canción Blowing in the wind, el segundo himno nacional para los norteamericanos en los sesenta. “How many times must a man turn his head, pretending that he doesn’t see…… The answer my friend is blowing in the wind. Luego fueron Joan Manuel Serrat, Leonardo Fabio, Los Iracundos y tantos otros más como fogatas hubo.

No obstante, en la espera, con el aire acondicionado puesto y la radio F. M funcionado con bastante volumen, se le vino a la memoria, irrumpiendo con mucha fuerza y dejando atrás cualquier otro recuerdo o reminiscencia, los años de veraneo en El Quisco.

Corría el mes de enero, casi fines de mes, época en que muchos retornaban de sus vacaciones y otros llegaban, algunos como los García se mantenían allí toda la temporada estival. Carlos, bastante más alto que en años anteriores y con voz más ronca se paseaba por la playa haciendo suspirar a más de un lolita. Susana, su hermana mayor, como era su costumbre llegaba al verano sin pololo y buscaba de entre los galanes de la playa algún pretendiente más serio para pololear. Daniela y Ximena, sus otras dos hermanas mantenían al pololo del año anterior. Su fugaz pololeo con Mariana lo había marcado positivamente, ahora buscaba realmente una polola y no sólo a una niña con quien entretenerse un rato. Mas, hasta el momento ninguna había llenado sus expectativas y las que sí podrían haberlo hecho, no lo cotizaban ya sea por ser su poca edad o porque estaban pololeando.

En el nuevo grupo de amigos de Susana encontró a Isadora, hermana menor de uno de los integrantes del grupo. Su hermana ya había arrojado sus redes a Humberto, muchacho que estudiaba Medicina y aunque no era del tipo líder tenía una prestancia que llamaba la atención del género femenino, era como dicen “gusto de mujer”. Carlos nunca supo en qué consistía ese famoso atributo pero tenía claro que él no lo tenía desarrollado. Era buen mozo eso sí, alto para su edad, atlético y, sobre todo, perseverante una vez que se fijaba su objetivo, pero le faltaba ese no sé qué, decidor. Isadora le gustó a la primera mirada. Morena, ojos grandes y verdosos, pelo liso, tez clara y ligeramente tostada que le resaltaban sus rasgos finos y alto cuello. Esbelta pero con incipientes curvas, que ya denotaban que su cuerpo iba a ser poco menos que esculpido por Pigmaléon en unos pocos años más, de mediana estatura, muy alegre y sensual pero nunca provocativa. Parecía la imagen de una polola ideal. Pero Carlos no sabía nada de ella aún. Nuevamente, como en años anteriores tuvo que recurrir a la ayuda de sus hermanas, que ya le habían tomado gusto en actuar como celestinas para su hermanito menor, para inquirir más datos acerca de ella.

Por primera vez, Carlos se subyugó con una niña. Se puso tímido y parecía indeciso ante cualquier avance necesario. Sus hermanas se preocuparon y le dieron consejos sobre cómo conquistar a una mujer, los códigos femeninos y el lenguaje corporal de ellas. Datos de por sí muy útiles para un joven y novel conquistador. No obstante, como sucede en la vida real de los hombres, ante la niña que realmente les gusta se ponen vergonzosos y muy pasivos, a diferencia de cómo actúan generalmente en grupo, donde son desenvueltos, mundanos y bastante entradores. Era como si le hubiese dado una especie de catatonia, estaba paralogizado. En vez de acercarse a ella la rehuía, poniéndose colorado cada vez que sus miradas se entrecruzaban.

-Mal síntoma dijeron las hermanas García. Carlitos se nos enamoró. Habrá que averiguarse bien quién es esta niña y si el hermano es amigo de Humberto- señaló Susana, que como siempre era la más decidida

-Resultó que Luis, el hermano de Isadora, no era precisamente amigo de Humberto, mas bien se caían mal, aunque ambos frecuentaban al mismo grupo. Bueno algo es algo- dijo finalmente Susana, llamando a Ximena y a Daniela.

- Parece Daniela que tú vas a tener que jugar un rol importante, pues como Eduardo no está, tú estas sola y siempre te han visto así, tendrás que ganarte la confianza de Luis. Ya sabrás tú cómo lo haces mujer, pero debes ponerlo de parte de Carlitos para que él pueda pedirle pololeo a Isadora- le comentó Susana .

El sonidos del claxon de varios autos al unísono removió un poco a Carlos, quien se dio cuenta de que la fila de autos había avanzado bastante trecho y que él estaba haciendo un taco enorme al no moverse. Deberían haberle estado tocando bocinazos desde hace rato, pues el ceño de los conductores no era de los mejores y los gestos con las manos eran múltiples. Aceleró y tomo rumbo hacia un pequeño Pub, ubicado en las cercanías de su casa. Ésta se encontraba sola, con las camas sin hacer y con platos sucios por doquier. Mañana era el día en que la empleada iba a hacer el aseo, así que Carlos ni se preocupó en arreglar ni lavar nada esperando ese bendito jueves. La empleada puertas afuera iba cada dos días a hacer aseo y cocinar para los días siguientes. Bastaba con poner los guisados nuevamente en el microonda y quedaban listos los platos en unos pocos minutos.

Con el horario de verano no se notaba muy bien la hora, estaba claro aún, pero eran más de las veinte horas, momento apropiado para relajarse y beberse un buen trago. Estacionó muy cerca del local. Tuvo suerte pues lo dejó justo en un lugar sin parquímetro y caminó menos de media cuadra. Todavía duraban las altas temperaturas del día. Hoy había sido especialmente caluroso y la temperatura bordeó los treinta grados centígrados. Este excesivo calor era inusual para una ciudad de clima más bien templado, pero que a través del tiempo había ido cambiando su clima templado a uno de clima caluroso seco. Por los años sesenta las máximas temperaturas no superaban los veinticinco grados, hoy la ciudad parecía un horno.

Entró al local donde la mayoría de los garzones lo conocía, se sentó cerca al ventana refrescándose con el agradable aire acondicionado del local, adecuado para fumadores. Pidió una cerveza bien helada y algo para picotear, una tabla de quesos surtidos. Miró en derredor y no vio a nadie conocido, estaban todos de vacaciones. En las mesas habían tres parejas, un grupo de muchachos y cuatro jóvenes solas.

-Una mujer sola es fabuloso, dos es bueno también pero más de tres era una multitud. Además la mujer se comporta diferente en grupo que en parejas o sola- se dijo para sí

Estos racconto voluntarios o backsight de principios de los años sesenta le sobrevenían de vez en cuando, sobre todo cuando su ánimo no era de los mejores. Quizá fuese un mecanismo de defensa para recordarle que la vida merecía ser vivida. Llegó la cerveza y Carlos bebió un largo trago, refrescándose, luego encendió un cigarrillo, aunque no era muy fumador. Miró nuevamente en derredor y vio a una sonriente mujer de treinta y tantos años, integrante del grupo, que cuando dirigía la mirada hacia él hacia un gesto extraño, sensual, era así como un mohín y un velado especial de ojos.

-¿Me estará coqueteando o sólo es parte de una broma?- se preguntó Carlos. No quiso averiguarlo y miró hacia la calle. No es que fuese tímido, sino que simplemente hoy no tenía deseos de flirtear con nadie ni menos de iniciar una de esas pasajeras conquistas. Veladas de una tarde y noche solamente.

Recordó nuevamente la angustia que sentía cada vez que miraba a Isadora y la sabía tan lejana. No era porque ella lo rehuyera sino porque él la contemplaba de lejos solamente. No se atrevía a acercarse a pesar de la experiencia que había ganado en años posteriores. Algo le pasaba con esta niña que lo cortaba e inhibía. Se sentía pusilánime pero no podía hacer otra cosa. No fue Daniela quien finalmente se acercó a Luis sino Ximena, más desenvuelta y coqueta que su hermana. Logró atraer su atención y que éste se le acercara con evidentes aires de conquista. Ella aceptó las actitudes de él pero no le permitió ningún avance, llevaba más de un año con su pololo y lo quería, no tan fanáticamente, pero sí lo apreciaba como un entrañable compañero. Mas, Luis era atractivo, caballero y muy galante y ahora sí que se le presentaba una situación difícil a la coqueta Ximena. Una vez entrados en confianza le preguntó por Isadora, ¿Si pololeaba o no? ¿ Qué tipo de niños le gustaban o prefería a muchachos mayores?. Luis que no era nada de tonto captó de inmediato que el interés de Ximena por Isadora era por Carlitos , su hermano menor. ¡Ésta es la mía, se dijo! Ya tengo por dónde interesarla más.


-¿Qué te parece si formamos un grupo y vamos la playa del Canelillo? No está lejos pero es bastante solitaria, hay que atravesar un bosque y luego llegaremos a una hermosa playa, de arenas muy blancas, grandes roqueros a los lados y suficientemente grande para que quepan muchos grupos diferentes, sin siquiera verse entre ellos. Es preciosa ¿Qué dices? Le puedes decir a Susana, a Daniela y a Carlitos, Yo convido a unos amigos y le digo a Isadora que venga con nosotros, así ella conoce a Carlitos. Fue una jugada maestra pues la cara de Ximena se iluminó de inmediato y le dio un beso en la mejilla.

-Tienes razón Luis, sería maravilloso. Aunque ya hemos ido al Canelo y al Canelillo, siempre las he encontrado unas playas divinas y, por suerte, sin gente alrededor. Yo le diré a mis hermanas y a Carlitos. Lo haremos mañana mismo-contestó una radiante Ximena.

-Luis quedó orondo de su jugada maestra, ahora le faltaría convencer a esa mocosa malcriada de Isadora. Estaba seguro de hacerlo, pues ella nunca rehusaba los estímulos de su hermano mayor y la posibilidad de salir y llegar más tarde, igual que los grandes. Lo malo es que iría ese pesado de Humberto, pero consideró que era mejor tratar de encontrarle un lado bueno, aunque era difícil hacerlo, pues no le convenía estar mal con el pololo de la hermana mayor, la que según veía era la que llevaba el pandero- pensó seriamente.

Partieron temprano en la mañana, aún estaba algo fresco el aire, pero la caminata los hizo entrar en calor. Llegaron a la playa y desempacaron todo. Las hermanas habían traído un suculento picnic y bebidas. Aunque las guardaron para después y ahora sólo repartieron unas pocas botellas. A los hombres les habían traído algunas cervezas, cosa no muy común en aquellos años, pero como Susana era la que dictaba las normas del grupo, se hacía lo que ella quería.

Carlos había logrado vencer su timidez inicial y conversó animadamente con Isadora durante todo el trayecto. Ella se reía con él pero no le daba oportunidad alguna para que él pudiese decirle algo más íntimo. Carlos decidió esperar hasta conversar con Susana.

En la playa le preguntó que opinaba ella, si valía la pena que él le dijera algo. Ella le contestó que aún era demasiado pronto pero que tratara de cuidarse de no parecer un simple amigo más sino un pretendiente. Ella hablaría con Luis y le sonsacaría más información que Ximena, puesto que ella es algo quedada en esto. No te preocupes, que ya lo solucionaremos.

Llamó al garzón y le pidió un vodka tónica esta vez. Al voltear hacia el mozo, notó los ojos de la misma mujer puestos en él, fijamente, como esperando un mirada recíproca de complicidad. Lo hizo pero le dio a entender que luego se acercaría a la mesa, no ahora. Esto era simple química, atracción física momentánea, una relación netamente pasajera, muy usual en estos días en que nadie quería comprometerse sino pasarlo bien. Bastaba conversar un poco, invitarla a comer y luego a bailar, si es que durante la comida no pasaba algo antes, ya que eso era lo usual. Si ya te habían elegido, porque en realidad ellas escogían y lo hacían saber de inmediato, era natural que desearan apurar las cosas pues ellas buscaban lo mismo que el hombre, pasar un rato junto, nada más. Era un machismo al revés.

En la playa del Canelillo, el pobre Carlos lo pasaba de dulce y agraz. Por un lado estaba con una Isadora muy receptiva pero totalmente distante en el plano físico. No se notaba que él le gustara, si bien hace poco que se conocían y ésta era la primera vez que conversaban tanto. Pero él estaba apurado, se había enamorado, y quería pololear con ella de inmediato. Hasta la misma Susana le había dicho que las cosas no estaban listas aún y que quizá no pasaría nada con él. Pero él tozudamente siguió adelante ese día y toda la siguiente semana, hasta que un día sábado de principios de febrero, le pidió pololeo. Ella le contestó con la típica frase femenina cuando no quieren nada serio con la persona.

- Mira lo que pasa Carlos, es que yo te veo como amigo solamente, no siento otra atracción por ti. Espero no haberte dado ilusiones de otra cosa pues lejos de mi estaba el hacerlo.

A Carlos se le vino el mundo abajo, ¿Por qué no él? ¿Qué tenía de malo? Le costó caer en cuenta que no pasaría nada con Isadora a pesar de que intentara e intentara. A ella le gustaba otro muchacho mayor y consideraba a Carlitos muy chico aún, además no le gustaba.

Primera vez que sintió como un agudo dolor en el pecho. Estuvo a punto de llorar pero se contuvo pues sus hermanas estaban cerca. Se fue a su pieza y lloró y lloró. Una vez más calmado se dijo que la próxima vez no le pasaría lo mismo porque se fijaría más en las señales previas, que le había enseñado Susana. En verdad, con Isadora él se había cegado y no quiso ver algo evidente. El único consuelo que tuvo fue el pensar que quizá en unos años más la tortilla se daría vuelta y quizá ella lo buscaría a él. Sin embargo, esa racionalización no lo dejó muy convencido pues el creía que algo fallaba en él o que había equivocado el camino, al no seguir el consejo de Susana. Lo que sí se dio cuenta de que existía un paradoja femenina en estos dominios del amor y el pololeo. La mujer se interesaba más por el indiferente que por el que andaba detrás de ella.

Una vez bebido el vodka tónica se acercó a la mesa contigua. La mujer se llamaba Mabel y sus amigas Rossana y Laura. Les convidó una tabla de quesos y un trago, mientras conversaba con Mabel. De pronto las dos amigas se levantaron e inventaron una excusa tonta para irse, ella no dijo nada ni él tampoco. Salieron juntos del Pub y fueron a comer. Terminaron la noche en el departamento de ella. Al día siguiente, se levantó sin prisas, bebió una taza de café y se despidió con un beso y el típico “nos vemos”, despedida totalmente ambigua y que nunca se cumple. Se fue a casa para arreglarse y seguramente viajaría a la playa más tarde o el viernes a medio día. Por suerte era día jueves.


Texto agregado el 30-04-2007, y leído por 105 visitantes. (0 votos)


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