Recuerdos de playa I
La costa central es de aguas muy heladas pero tiene la comodidad de estar cerca de Santiago y de contar con algunas playas de baño muy seguras, dunas y bosques cercanos, lo que le da una característica especial a las caletas transformadas en improvisados balnearios. Nuestra casa de veraneo de entonces estaba localizada en El Quisco, cercano al antiguo balneario de Algarrobo, al cual se le miraba como ciudad puesto que para comprar cualquier cosa importante o recurrir a alguna asistencia médica éste era el lugar más próximo. Todo compra grande debía hacerse allí pues el recorrido hacia Cartagena, otrora gloria de elegancia y refinamiento, era mucho más largo. Por suerte este camino era bastante expedito y sin demasiados hoyos en su asfalto, similar a lo que sucedía con otras carreteras interiores.
La Calle principal de este balneario contaba con una minúscula paquetería, bastantes pequeños hostales, un hotel de mediano porte y un cine -con asientos si es que se podía llamar asientos a largos travesaños que amenazaban con romperse a cada instante- que repetía las mismas películas durante todo el verano y otras tantas durante el invierno. Infaltables en Semana Santa eran El Manto Sagrado con Victor Mature, un artista con cara de palo, totalmente inexpresivo, y las películas de Marcelino pan y Vino. Yo me las conocía de memoria y hasta podía recitar sus parlamentos.
De pronto una pelota inflable de considerable peso aterrizó en mi estomago, despertándome de un estado de vigilia y ensoñación. Me erguí lentamente, tome la pelota y miré quién había sido. Eran unas muchachas, bellas y tostadas, de pequeños bikinis quienes jugaban con ella e involuntariamente se les había arrancado. No me quedó más que sonreírles – que patético era ver a un viejo flirtear con lolitas o muchachas quinceañeras, así lo sentía yo por lo menos- brevemente y devolverles la pelota. ¡ Qué lástima, estaba recordando algo que para mí fue una de las épocas importantes de mi vida y se me fue la imagen!. Me tendí nuevamente, antes ubiqué mejor el toldo para estar a la sombra y continué con los ojos cerrados. Quería aislarme del bullicio de esta playa de moda, repleta de gentes que sólo buscaba lucir su cuerpo y conocer gente para salir de noche. Era una ciudad con playa, no quedaba nada de las caletas de antaño.
Inconscientemente volví a aquellos tiempos pasados, recordándome de qué es lo que hacía y la primera vez que pololeé o casi poloeé. Mis actividades diarias consistían en hacer deporte casi todo el día y las niñas ocupaban una prioridad más baja que una buena pichanga o una competencia de natación a la balsa, alejada unos ochocientos metros de la rivera.
Reviví el proceso casi en presente y sentí los mismos cosquilleos en el estomago que tuve cuando hube de enfrentarme a la prueba de fuego del pololeo. Yo solo sabía que había besos y besos con lengua. Los pololos se daban estos últimos. Esa vez no tuve necesidad de decir nada, por suerte para mí pues habría tartamudeado como loco, dando rodeos primero y luego tartajeando las palabras adecuadas. Allí supe lo que era un beso con lengua. Ahhhhh fue rico. Pensar que en frío me habría dado asco el sólo hecho de imaginarme el traspaso de salivas y lengüeteos mutuos. ¡Lo que son las cosas!
Ana Luisa era su nombre. Piel muy blanca, tostada color fascinante, bronceador tipo especial, creo, pelo largo y liso, color castaño oscuro, con hebras más claras producto de la continua exposición al sol. Disfrutamos - o al menos yo lo hice pues era algo completamente nuevo para mí- de apasionados besos hasta que nos llamaron a tomar el té. Después, le pregunté a mis hermanas qué significaba el hecho de haberle dado un beso a Ana Luisa, o que ella me lo hubiese dado. Me explicaron que podía ser mucho o nada.
-¿Cómo es eso? – les pregunté ansioso
- Bueno, hay que ver primero si Ana Luisa lo hizo sólo por esta vez o si están pololeando. Tengo la impresión de que esto que pasó fue algo pasajero, pues ella anda con muchachos mucho mayores que tú - le dijo su hermana mayor, experta en estas lides.
- ¡Diantres, o sea que ella se aprovechó de mí! Bueno, para qué me quejo si fue macanudo. Ojalá que la pillé de nuevo y me use así- pensaba.
Se acercaba la puesta de sol así que me vestí y me quedé en la playa contemplando el ocaso. El cielo estaba hermoso y centelleante. Mientras observaba el lento hundimiento del sol en el mar, recordé qué gratos habían sido aquéllos momentos. Ahora ya no hay caletas ni lolitas, todo cae en la vorágine de la ciudad balneario. Somos un número más entre la multitud que se pelea un espacio en la playa o en los estacionamientos. Me levanté, sacudí mi ropa y enfilé hacia mi casa con un aire renovado.
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