Lentamente mi respiración se fue deteniendo y claras imágenes llegaron a mi memoria mientras retumbaban, distantes, los últimos latidos.
La dulzura de la infancia me hizo sentir en la planta de los pies el crujir de las hojas secas del patio de la casona y el sabor de los nísperos me humedeció la boca.
Una sensación de calor en las mejillas me recordó el día en que perdí el tesoro de mi niñez y volví a sentir el abrazo que me hizo avanzar a trancos hasta ser esta hembra decidida y fuerte que todos recordarán.
Una lágrima difusa cayó por mi rostro pálido , me estremece igual que el día en que mis entrañas me dieron ese amado hijo.
Abro los ojos en un último esfuerzo de ver a todos a quienes quiero y allí están a mi alrededor. Los bellos ojos de mi nieta es lo último que logro ver...

Y un profundo suspiro se oyó entre el silencio y los sollozos, un tenue vapor escapó de sus labios, que sólo yo vi pues nadie reparó en el trazo que dejó el humo al cruzar la habitación hasta rebotar en el vidrio.
Abrí la ventana y el vapor atravesó mi cuerpo, salió desde mi pecho y se elevó como un rezo dividiéndose en largos brazos de colores que se perdieron entre las nubes.
Sólo segundos duró esa conexión en la que el alma de mi abuela me revelara sus últimos momentos y partiera a unirse a la energía del universo a través del arco iris que surcó el cielo aquella tarde inolvidable.