Lames mi alma con tus infinitas y cálidas lenguas. Siempre ha sido así: Nunca ha existido una barrera para tus intenciones amatorias. Tú misma me has confiado que desde que estamos juntos no hay nada que rebase a esa sed de brindarte sin reticencias.
A mí me encanta dejarme consumir. Me recuesto con los brazos abiertos y tú me haces el amor serena, lenta, delicadamente; sin las prisas de aquellos años en que en tantas ocasiones estuve a punto de ser descubierto saltando desnudo de un segundo piso y sin haber siquiera experimentado algún tipo de satisfacción. ¡Tanto trabajo y tan pocos frutos! Eso cultivó tanto mi egoísmo que siempre me preferí a mí mismo y a mi par de diestras manos. Mi mayor recuerdo es que todas ellas eran unas momias que sólo sabían abrir las piernas y gemir monótonamente. Tú eres distinta: siempre llevas la iniciativa y pones atención a los detalles. Me encanta cuando me tocas por detrás de las orejas o cuando te diviertes hurgando en mi nariz. No puedo negarte que siento cierta incomodidad debida a mis complejos cuando te empeñas en chupar uno a uno los dedos de mis pies. Sin embargo, te confieso que nadie me había acariciado de la manera en que tú lo has hecho. Me enloquece cuando metes tus apéndices etéreos por debajo de mi ropa, provocando inconmensurables reacciones acuosas. Los poros de mi piel responden gustosos a la forma en que acostumbras avivarlos para que jueguen con tu pléyade de traviesas bocas. Mi cuerpo todo se transforma en lago que se volatiliza ante tu estímulo y es cuando marcho hacia arriba a jugar contigo convertido en sicalíptico efluvio.
La historia nuestra escandaliza a algunos obtusos que se empeñan en calificarla como una aberrante desviación; bien sabemos que sólo somos un par de chiquillos fascinados por su compañía. Pudiera quizá aceptar que lo nuestro goza de cierta carga de incesto: tal pareciera que eres mi madre cabalgándome con cuidadosa y excesiva ternura. Me cuentas que en algún tiempo te negaste a dar calor y que has pensado volverte fría si lo nuestro terminase. Me confiesas incluso que aunque me cueste trabajo creerlo, aún acostumbras mostrarte envidiosa con algunos y rara vez les brindas algo de ti. Piensas que me causará celos escuchar lo contrario. No sabes que no siento que me pertenezcas. Estoy contigo porque me gusta y he de marcharme hasta que la magia comience a extinguirse.
No es que me importe, sólo me incomoda que los demás no entiendan. Me han acusado de ser un excéntrico, de llevar la contra, de intentar ser popular a toda costa, de usar artimañas sofisticadas a fin de ser el centro de atención. No saben que no es mi intención impresionarlos, y que incluso desearía que no voltearan a nuestro paso. ¡Algunos aún hoy dudan de tú género! ¿Acaso están ciegos y no han visto el carmín encendido en tus labios y la sutileza de tus formas, tus brazos delgados y tus piernas largas y delicadas?
Cuando te presenté con mi familia, ellos insistían que usabas un disfraz: “Todos saben que se trata de él y no de ella. ¿Por qué te empeñas en mancillar el honor de la familia con tu perversión hiriente? Desde aquellos humillantes años en que tu tío Ramiro se marchó con la gitana, nunca hemos padecido un deshonor semejante”. Familia tradicional ha sido la mía. Familia infeliz desde sus orígenes. El tío Ramiro regresó hecho un fiambre a morir de amor a los tres meses (los padres de la vidente tampoco lo aceptaron) y la cíngara murió en la hambruna que se desató en el país de las cobras doradas y los eucaliptos venenosos, cuando intentaba encontrar el camino de regreso hacia su amado.
Yo no quise que tú murieras de amor por mí cuando aparecieras muy temprano y te negaran mi presencia. Tuvo que pasar lo del certificado expedido por el ginecólogo y sellado por el departamento de salud gubernamental para que ellos aceptaran a regañadientes el nuevo romance de su hijo.
La gente me llama anormal. Algunos me miran con reproche morboso; les parezco un bicho raro y prefieren cambiarse de acera cuando se encuentran conmigo. Los menos son aquellos que me palmean la espalda y me guiñan el ojo en el transporte común queriéndome hacer creer que son mis cómplices en la clandestinidad. ¿Por qué aún estando confirmado tu género femenino, a los demás les sigue pareciendo injurioso que nos hayamos dispuesto a mostrar nuestro escandaloso devaneo en casi cualquier sitio? Aún así, sólo en los lugares cerrados nos está prohibido entrar juntos. No sabes como me aburre ir al cine solo; es por eso que ya casi no lo hago de día. Sé que a ti te gusta que te platique los argumentos de los dramas aún a riesgo de ponerte muy cursi. Muchas veces dejas caer un lagrimón que me comienza a carbonizar la piel de por sí ya herida y chamuscada y te pones como loca a soplar muy fuerte un vaho cálido y reconfortante con tu boquita trompuda que nos hace reír divertidos un buen rato después del susto.
En cuanto el firmamento comienza a teñirse de azul lóbrego, tú tienes la obligación de marcharte. Sé perfectamente que no te gusta irte tan temprano, que quisieras quedarte conmigo para ir a cenar en algún lugar encantador como aquellos que te he contado o tal vez a bailar a alguno de esos lugares que son ruidosos por la noche y de los que tú solamente percibes silencio y ves salir personas zigzagueantes cuando apareces por la mañana. Sabes bien que eso es imposible y que la vez que te tardaste casi una hora en despedirte, las quinceañeras te ofendieron y te lanzaron piedras al rostro por ser la culpable de la prolongación de su espera tediosa (de la oscuridad cómplice que les permitiera un encuentro más íntimo con sus jóvenes e insípidos amantes), aunque los ladrones te lo agradecieron, pues pudieron descansar un poco más antes de entregarse a su rutina vespertina. Me has propuesto también irnos a vivir al norte de las tierras que quedan al otro lado del mar para poder estar juntos más tiempo (te han contado que allá la noche dura muy poco). Bien sabes que mis planes son otros y siempre terminamos riñendo.
Ciertamente no es sencillo nuestro romance. No todo es lindo. Yo quisiera que lo fuera, pero tal parece que a últimas fechas te empeñas en encontrar por donde comenzar una discusión. Me enfurecen tus ardores cuando te cuento que anoche conocí a una estrella, que jugué a los trabalenguas y a los palíndromos con ella y que incluso fuimos a ver una película. ¿Qué no te das cuenta que la única a la que he elegido amar eres tú? ¿Acaso no entiendes que necesito ampliar mi visión, conocer otros mundos, aprender otras historias, beber otros sabores y cantar otras melodías para tener de que hablarte? ¿De donde sacas que eres tan fascinante para que mi felicidad se reduzca a tu resplandor? ¿Preferirías que te engañara y te dijera que dormí plácidamente soñando contigo? ¿Acaso no te has dado cuenta que soy insomne o no te has preguntado cómo es que siempre que llegas me encuentras despierto?
Se está tornando difícil. Te escogí a ti porque me sentí hastiado de las mujeres y sus celos. Pensé que eras más libre, pero me he dado cuenta que la complejidad femenina no es más que una falacia. Se trata de una sucia añagaza. Todas funcionan cómo un reloj. La esencia mujeril le ha ido ganando terreno al amarillo de tu resplandor de astro. A pesar de ser de tan lejos te has ido convirtiendo en una de ellas.
Me gusta estar contigo, Yo nunca tengo queja hacia ti cuando acaricias a la nínfula desnuda en la playa o al gato echado en la azotea, o a la pareja en el acto en campo libre, o al árbol, o al reptil, o al gusano, o a la piedra. Yo no te he pedido fidelidad. Te he aceptado como eres. No tengo queja alguna contra tu descomunal promiscuidad. ¿Qué derecho sientes entonces sobre mí? ¿Quién te ha dicho que te pertenezco? ¿Por qué te empeñas en echar a perder todo con tus celos absurdos?
Creo que nunca encontraré a alguien que me haga el amor como tú, pero tampoco estoy dispuesto a seguir soportando el chantaje de tus lloriqueos ardorosos y cargantes. Al principio pensé que era divertido gastar dinero en pomadas e infusiones, pero ayer que salí con esa estrella que me está inquietando (¡se veía preciosa con su peinado de gases raros y luces de vapor de agua!) y el dinero se me agotaba peligrosamente, me di cuenta que lo de los ungüentos es un gasto que raya en lo ridículo e innecesario.
No sé. Creo que esto se está tornando demasiado común. Creí que vivir contigo me traería nuevas emociones y aunque te confieso que en mi vida erótica nunca había vivido una experiencia de tal locura, tampoco estoy dispuesto a entregarte la totalidad de mis sueños humanos.
Creo que es tiempo. No lo he decidido en este momento, lo vengo tejiendo hace bastante. Es aquí y ahora.
Me largo, quédate allí en tu cielo, con tus calores y tus desvaríos. Yo me largo a buscar una rama, una mariposa o un pozo a quien amar. Espero que tengan menos poses de diva que las que a veces te asaltan.
En fin, bien me lo dijo mi madre: “¿Qué buscas con ella? ¿No te has fijado que hay muchas más bellas y distinguidas? ¿Quién te ha dicho que esa es la más fascinante? ¿Qué no te has dado cuenta que sólo es una estrella más?”.
Sí, ahora lo creo. Nunca me quise dar cuenta de que sólo eras una estrella como cualquier otra. |