Hace mucho, pero que mucho tiempo, existió una tribu que vivía sobre un árbol gigantesco. Tan grande era aquel árbol, que les daba de todo: comida, agua de lluvia, hojas para hacerse ropa,… Así, iban pasando los días, los meses, los años, los siglos, hasta que olvidaron bajar, y mientras todo el mundo evolucionaba, ellos siguieron con las mismas costumbres.
Todo era felicidad para aquellas personas, pues sus únicas preocupaciones eran: recoger agua de lluvia de las hojas para luchar contra la sed; recolectar frutas del árbol para alimentarse; y coger hojas para hacer ropa.
Pero un día, subió una columna de humo gigantesca que no les dejaba respirar. Todos en el poblado corrían hacia la copa del árbol. Después de unas horas, desapareció. Mientras se reunían de nuevo en el centro del árbol, pudieron observar que muchos animales estaban enfermos. Los jefes de la tribu, asustados, se reunieron para acabar con el problema, pero no sabían de que forma.
Todo estaba volviendo a la normalidad. Pero unos días más tarde, cuando parecía que no iba a volver a ocurrir, apareció de nuevo el humo, aunque con un color más oscuro. De nuevo, la gente huyó hacia lo más alto del árbol. Cuando el humo desapareció, todos los habitantes del poblado se reunieron en el corazón del árbol. En ese mismo momento, se dieron cuenta de que el árbol y los animales habían enfermado. Incluso algunas de las especies que habitaban junto a la tribu desde hacía siglos desaparecieron.
Días más tarde, durante una reunión de los jefes y los ancianos de la tribu, para buscar una solución, llegó lo peor. Una gran columna de humo negro rodeó todo el árbol. La gente no sabía por donde huir. Cuando el humo desapareció, los animales se habían marchado y todos tosían sin parar.
Así, los jefes mandaron bajar a los guerreros más guerreros, a los sabios más sabios, y al hechicero más hechicero, para que averiguaran la procedencia del humo.


Al bajar, encontraron un mundo muy extraño, con gente que se desplazaba dentro de cajas de hierro. Además llevaban unas ropas extrañas que no parecían hojas. Era una tierra muy extraña con una gente muy diferente a ellos. Sin embargo, ellos sabrían de dónde provenía el humo, y decidieron hablar con ellos para solucionar el problema.
La gente de debajo del árbol decía que el humo provenía de las fábricas de la ciudad y la única manera de que se acabara con él sería derrumbarlas. Pero eso era un problema para ellos, pues aquellas personas vivían de su trabajo en aquellas fábricas, y si las derribaban, no tendrían de qué vivir, y no podrían alimentar a sus familias.
De nuevo había un problema al que dar solución. Todos los gobernantes de encima y debajo del árbol se reunieron para buscar una solución. Hasta allí viajaron expertos en medio ambiente de todos los países del mundo, sin aportar ideas para luchar contra la contaminación de las fábricas.
Pero cuando todos creían que no había solución posible, apareció el hechicero, que en todo momento se mantuvo apartado del resto de la gente, pensando en el problema. Se acercó hasta donde se encontraban reunidos los jefes de la tribu, los gobernantes de debajo del árbol y los expertos. Les comentó que la solución se podría encontrar en su libro mágico de hechizos. Los gobernantes y los expertos se miraron asombrados, pues no creían en la magia, pero como no había otra solución sobre la mesa decidieron darle una oportunidad. El hechicero abrió su libro. En él, había un hechizo que convertía el humo y la contaminación en caramelos, chocolate, chicles, y todas las cosas ricas que podáis imaginar.
Así, las fábricas siguieron funcionando, desapareció la contaminación, se curaron el árbol, los animales volvieron a correr y revolotear entre sus ramas, y todos los niños del lugar se hartaron de caramelos, chocolate, chicles, y todas las cosas ricas que podáis imaginar