Eran dos personas totalmente diferentes, al igual que los mundos a los que pertenecían. Su profesión era escribir y juntos poseían una curiosa cualidad: Sus historias se transformaban automáticamente en realidad. Al principio ellos no sabían que el universo en el que uno vivía era el creado por el otro y viceversa. Su ambición mutua por ser reconocidos como el mejor, los llevo a conocerse. En ese mismo instante se dieron cuenta de su relación. Era la primera vez que se veían, mas sin embargo se eran dueños recíprocos. Uno conocía al otro por ser su creador, y el otro conocía al uno por la misma causa. En su afán por ser el primero, trataron de eliminarse entre si. De a poco fueron dañando aquellas maravillosas obras de literatura, las que otrora eran las razones de sus vidas. Ellos por su parte no sufrían daño alguno, ya que sabían con anticipación, la próxima jugada de su contrincante. Una creación mutua, un tercer hombre, de buenas relaciones con ambos, decidió reunir la increíble historia y publicarla. Los reconocimientos no se hicieron esperar; esta persona ganó muchos premios, y, gracias a su relato, se hizo acreedor al primer lugar de favoritismo, tan anhelado por los dos personajes. Se le consideró como el mejor escritor de todos los tiempos. Sus creadores, furiosos, decidieron unirse para acabar con el. En un descuido uno de ellos decidió acabar con el otro. Siendo este su creador, él fue condenado al olvido por todos los lectores. Aquel gran personaje, posiblemente presumiendo su trágico final, dejó en un papel un texto a modo de consejo en el cual se puede leer: “Un escritor, pudiendo cambiar el mundo con la magia de su pluma, decide irse por el camino de la vanidad y el egocentrismo, buscando reconocimientos absurdos donde no los hay, es una verdadera lastima semejante desperdicio”. También tuvo una ultima petición, que sus cenizas, conjuntamente con la de sus creadores fueran mezcladas en la tinta que habría de revelar al mundo esta leyenda. Y así se hizo. |