Me encontraba al borde de un acantilado en una bahía desconocida, definiendo como atravesar esa magna y misteriosa extensión de coloración azul de Prusia, seguir por la calma y seguridad que ofrecía bordear la orilla de la ribera o tomar el camino más corto, aparentemente el menos trabajoso, cruzar ese océano como si se tratase de un atajo y así lo hice me lancé sin dubitación alguna sobre la decisión, como si realizase algo tan natural como lanzarse a una pileta en un domingo soleado, así caí en las mandíbulas del imperecedero mar, nade sin descanso, no existía una posibilidad de retornar a la costa, ya no podía mirar atrás.
Las imágenes de los infinitos reflejos que la escasa luz hacia en la superficie del mar, el negro absoluto al sumergir la cabeza y esa mezcla de tonalidades azul-naranja se intercalaban como vistas en diapositivas, recuerdo vagamente que esos matices eran lo único que parecía variar a mi alrededor, el cielo se encapricha en mostrarlos solo cuando sabe que el ser que las observa esta en las postrimerías de su existencia, así mientras más me alejaba de la ribera, sentía que las gotas de agua en mi rostro que antes me salpicaban al bracear ahora caían del cielo, ese que parecía manifestar con sus coloraciones una batalla épica de Júpiter donde no se definía la supremacía de ningún color sobre el negro azulado, se apoderaban del firmamento aunque solo por instantes fugaces los colores más vivos, en esos mismos instantes llovía con excesiva intensidad.
Hasta que no pude mas, me detuve en medio de la tormenta, se venia en contra mía una ola gigantesca, inexpugnable, inabordable mientras durase la noche, mientras durase mi sueño ya que al despertar parecía llegar de un lugar muy distinto de aquel en el que me sumergía casi todas las noches, por que en el resto de ellas mi ser estaba entregado a las banalidades de esta vida que con frecuencia estaban ligadas al alcohol, que maceraría en mi cuerpo los días posteriores y me alejarían el sonido de las campanas en la noche, (no se decir si eran campanas reales pero de fondo el sonido magnificado de un cascabel se acoplaba y lo distinguía perfectamente) esos ruidos que acompañaban mis largas y tormentosas veladas.
Aquellos pensamientos sobre mi vida mostraban todos mis miedos, me entregaban por completo verdades que me atormentaban, vacíos de ritmo en los que carecía de mi alma y sentía que todo mi cuerpo se desbarataba en un solo segundo, suspendido en medio de flamas azules como el azufre oscuro, me acerque por primera vez a el, no recuerdo el color de sus ojos ni su forma, el miro insistentemente los míos y manifestó poder compartir la sabiduría para que mi sufrimiento se dispersara y no vuelva nunca mas.
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