Innumerables veces dejé correr mi imaginación con los cuentos de Mercedes Franco por el patio de mi casa, viendo como, sumida en sus juegos inocentes, mi tierna ilusión revoloteaba por las masetas de la abuela y se adentraba en las hojas altas de la palmera de la esquina.
Oí los desgarrantes gritos de “la llorona” cada vez que mi hermana lloraba por una mala calificación en Matemáticas, llegué a presenciar la furia del “Abuelón” la vez que escondí las llaves del auto de mi tío, y hasta sentí la presencia de los ceretones cuando corrí asustada luego de un susto propinado por mis primitos cuando fuimos juntos a una poza en Carúpano. Y todos esos recuerdos se grabaron en mi memoria, como aquellos recuerdos que se te quedan con tinta indeleble escritos en las dulces y delicadas páginas de la infancia.
Mercedes Franco tiene ese “noséqué” para convertir en especiales aquellos lugares que sin sus cuentos para algunos no significarían nada. Los lugares son especiales cuando tienes algo que te recuerde a ellos, y la forma en que Mercedes narraba las interesantísimas historias sobre fantasmas convirtió en especiales para mi muchos sitios del mapa Venezolano. Ahora, cada vez que paso por los llanos recuerdo al Silbón, que cargó con los huesos de su padre en el lomo de su mula, y nunca deja de silbar y lamentarse de su atroz crimen. Y al escuchar sobre los fríos Andes recuerdo con claridad al solitario Hachador, que, pobrecito, no tenía nadie a quien prenderle una hoguera con sus troncos. Y es que, ¡pobres de nuestros fantasmitas venezolanos!, cuando empezamos a conocer las maravillas de la electricidad y la luz, sintieron tanto miedo de que los abandonáramos para siempre que poco a poco fueron sumergiéndose en las sombras de algunas casonas coloniales o edificios abandonados, allí donde la presencia de lo antiguo aún se olía en el aire. Ya nadie se acuerda de ustedes, mis queridos aparecidos, pero aquí estoy yo, que siempre los recuerdo y me emociono cada vez que vuelvo a leer sobre ustedes.
Mercedes Franco y sus palabras tienen la magia suficiente como para adentrar a un niño durante largas horas en una historia que dura menos de dos páginas. Podría asegurar sin pensarlo dos veces que Vuelven los Fantasmas fue mi libro favorito hace algunos años, cuando apenas empezaba a crecer en mi la semilla de la lectura.
¿Cómo olvidar el primer ejemplar que tuve de “Vuelven los Fantasmas”? Tenía no más de ocho años, y lo heredé luego de que mi hermana mayor se aprendió de arriba abajo sus páginas. Apenas lo toqué sentí esa picazón que te da en las manos cuando tienes un libro nuevo y estás ansioso por saber qué secreto y qué tesoro esconden sus páginas. Con el tiempo, y desgastado mi pobre librito se desmoronó, y con dolor tuve que dejarlo atrás. Luego seguí comprando mas y mas ejemplares, cada uno con la misma suerte del anterior, hasta que un día durante una mudanza no supe más de los restos que quedaban del ultimo Vuelven los Fantasmas.
Siento el derecho suficiente para afirmar que Mercedes Franco, con sus cuentos y relatos se convierte para mi en uno de nuestros mejores talentos venezolanos, y por eso le escribo este ensayo a ella. Sé que, en donde esté, ella también recuerda como yo a nuestros fantasmitas, y por eso escribió un libro sobre ellos. Por personas como Mercedes nuestros fantasmas no terminan de morirse nunca, y con ellos, siguen vivas nuestras tradiciones, tan importantes siempre para recordar de donde venimos y hacia donde vamos. |