La muerte nos sigue los pasos como un tigre se los sigue a su presa. Y nosotros caminamos sordos, como si no nos diésemos cuenta de que nos acosa la Gran Manta Negra. Vemos a nuestro al rededor y lo vemos todo, todo menos la que siempre ha estado allí, la que no se va nunca, esa pantera invisible de patas mudas. Fijamos nuestras miradas en otras miradas, que a veces son vacías y a veces llenas. A veces llanas, o a veces profundas. Nos preocupamos por cosas superficiales, lloramos por estúpidas canciones de amor, nos alegramos de nuestra buena suerte y muchas veces nos reímos de la mala suerte de otros. Pero después de muertos, ¿Qué nos queda? ¿Por qué el destino nos prepara para saludar pero nunca para despedirnos? ¿De qué, por favor, de qué nos sirve vivir si igual nos vamos a morir? ¿Somos acaso piezas del Ajedrez de Dios? Y si es así, ¿Quién hace del rey, y quién hace del peón, si a la final ninguno manda ni ninguno obedece? Si duele tanto morir porque se nos aleja de quienes queremos, ¿Para qué queremos? Y si no queremos a nadie y caminamos solos, ¿Tienen algún sentido nuestros pasos?.