La moneda...

Le presente una moneda al juez, tal vez dos, y fijo sus desapacibles ojos en forma de botones almendrados tratando de esbozar un estupor. La plateada frialdad de la moneda flotaba en la aglutinada carnosidad de sus regordetas manos, calándose en el sudor de su culpabilidad. La moneda era prostituida una vez más, la redistribución de los bienes y servicios era otra vez causa de su sedentarismo.

Veía la triste escena continuamente; el arremeter de la mano dentro del bolsillo, el tintinear de uñas, de yemas sucias, el chillido de las monedas adultas y la arremetida final; la mano sudorosa entrando en la intimidad del bolsillo, tratando de tantear cual era la elegida para sus designios, 20?, 10?, 30 minas de plata!. Finalmente, saca la moneda. Medrosa e ingenua, es encauzada sin voluntad hacia otro prostíbulo oscuro; quizás un bolsillo roto o quizás una billetera vieja, quizás de cuero, quizás de tela, pero hueco solitario al final. Las formas ficticias de su sello y de la cara son fundidas por el hombre, enseñadas por el hombre, y educadas por hombre como imagen aparente de lo que se “debería de fundir en la cara y sello”; los gráficos de presidentes, escudos, símbolos, toda una semiótica costumbrista subjetiva e institucional. La pobre moneda es vendida una vez más, deja su hogar para vagar con sudor y sombra dentro de los bolsillos solitarios de hombres sociables, para prostituirse según los propósitos del hombre ergo buenos ergo malos.

Y el juez no dejo caer la moneda, la presiono fuertemente y me dijo -“OK compadrito aquí cerramos todo”-. Un vez mas la moneda lloró, una vez mas deseo tener nombre y alma.