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Inicio / Cuenteros Locales / venator / Generación precursora e interdicta. Paradoja existenciaria.

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La generación juvenil de los años sesenta y adulta en los años setenta fue de muchos profesionales con alta especialización. Ellos creían pertenecer a una élite y, por eso, formaban un nuevo grupo de pertenencia y de referencia socio económico. Vestían y actuaban estereotipadamente, asistían a los mismos lugares y se relacionaban solamente con las personas que pertenecían a su seudo estrato socio económico o que tenían gran poder. La diferencia con los estratos sociales convencionales era que en éste no importaba mucho – menos que en otros ámbitos pero sí existía la discriminación social y étnica- el origen social del individuo sino su especialización profesional. Eran tan arrogantes como lo fueron Alcibíades y sus seguidores en la Grecia de Perícles, los cuales avasallaron a la gerontocracia dominante con funestas consecuencias posteriores. Así pasó con la esta generación, siendo parte importante de las crisis bancarias y financieras de 1977 y 1982, que conmocionaron a la sociedad.

Más temprano que tarde muchos de aquellos jóvenes de la década del 60’ vieron que en el pasado habían soñado con un mundo posible de ser cambiado - seamos realistas, pidamos lo imposible; prohibido prohibir eran las consigna de antaño- creyendo fervientemente en las utopías y deseando ser la generación precursora del relevo de la generación decisiva en el poder que implantaría los necesarios cambios en los uso sociales vetustos, ya que habían sido observadores o parte de cambios radicales en la sociedad. Sin embargo, cuando se miraban al espejo vieron descarnadamente a un sujeto al cual no conocían para nada. No eran los mismos de otrora, sus principios y valores de antaño tenían actualmente otra jerarquía, no siempre grata ante su conciencia; su vida había sido un gerundio que les causó una mutación total. Para algunos el reflejo de esta imagen se asemejaba a una pesadilla donde, tal como sucedía con el retrato de Dorian Gray, las acciones pasadas – no todas dignas ni encomiables- quedaban plasmadas en el rostro, envejeciéndolo y distorsionándolo grotescamente. Así también estaban lentamente cayendo en cuenta y aprehendiendo, cognitivamente, que todo lo que habían deseado ser, no eran ni lo fueron ni menos lo serían, aunque la impronta de su formación y sueños pasados irrumpía frecuentemente en sus pensamientos, generándoles una intensa angustia.

Desilusionados con el devenir personal y de la sociedad, porque en el mundo se crearon seudo dystopías en vez de utopías, donde se cumplía cabalmente el aforismo del Príncipe de Salina que señalaba que todo debía cambiar para que todo siguiera igual, se volvieron escépticos y cínicos permaneciendo en el sistema pero desesperanzados en sus expectativas y probabilidades para construir un nuevo mundo, con un estado de desarrollo superior al actual. Otros, por el contrario, oyeron el canto de las sirenas que los invitaba a tomar un nuevo rumbo en sus vidas y efectuaron un cambio fundamental de ésta, lo que les permitió revertir el proceso inexorable de la pérdida paulatina de sus sentidos y su alejamiento de la realidad.

Ahora, para los que volvieron a su Ser, la música tiene un nuevo sonido que les hace vibrar el alma; las comidas se disfrutan nuevamente como otrora no siendo ellas solamente una necesidad corporal de pervivencia sino que simultáneamente poseen un sabor y aroma que genera una delectación especial además de que al mismo tiempo alimenta; los objetos y la textura humana se percibe con plena intensidad otorgándoles un goce intenso para los sentidos y las emociones. Disfrutan otra vez de la sensualidad, el afecto y el cariño, así como también buscan la placidez de estar rodeados por los suyos y amigos, donde el dialogo coloquial y afectuoso es constante. Han recuperado la esencia de su ser y sus sueños, los que habían estado oculto o soterrados durante mucho tiempo como consecuencia de la obsesión por el trabajo y del tráfago de su quehacer.

En el momento del abandono distinguieron, meridianamente, que perseguir cual galgo a una inalcanzable liebre que corre por un riel eléctrico era vano puesto que si, en una supuesta situación, se lograse apresarla, lo que se comería finalmente sería solamente algo de metal recubierto con tejidos. Un objeto con un sabor insípido, desagradable y sin olor. La frenética persecución no valía la pena en ningún caso y, en esa situación, era mejor abandonar la competición y transformarse en un observador que podía retirarse de las pistas y del canódromo en cualquier momento para vivir la vida conforme con sus nuevas expectativas.

Esta realidad fue una concusión decisiva para ellos, como el golpe de un mazo, los remeció completamente, generándoles una reversión de la creciente angustia y ansiedad. Sus estados de ánimo ahora estaban exaltados, hipo maníacos, el panorama en derredor lo observaban oníricamente y rayano en un período crepuscular, similar a un cuadro del Bosco, seductor, inquietante pero peligroso al mismo tiempo. Luego, a través del tiempo llegó la serenidad, más no fue permanente, pues los estados de ánimo casi bipolares variaban desde la depresión por verse excluidos de muchos contextos hasta la hipo o franca manía por estar libres y Propietarios de su vida.

Si bien es cierto que la descripción y análisis del fenómeno se basa principalmente en la explicitación lingüística que busca la mejor adecuación parcial entre la significación y el significado, el proceso requiere de la utilización de la epojé, que realiza las reducciones científicas, filosóficas así también como las de las creencias del imaginario social pertinentes. Por ello, como un diálogo crítico con un daimon esta situación se grafica con la particularidad de uno de los oficios emblemáticos de la generación egresada del colegio a fines de la década de los sesenta: la actuación profesional en la Mesa de Dinero de un Banco. Allí se actuaba transparentemente, sin fijarse en los pasos metódicos, el desempeño era similar al juego de un deportista de alta competencia que no pensaba sino que jugaba solamente. El dominio de la técnica hacía que la acción fuese transparente y sólo cuando se producía un quiebre, algo fuera de normal, cada cual se percataba de lo cometido o de la situación existente. Antes de finalizar la jornada en la Mesa de Dinero y si al revisar las transacciones totales para cuadrar las operaciones efectuadas en el día a veces se detectaba algo extraño en las cifras, seguramente por alguna imputación estaba mal ingresada - aunque era difícil que alguien se hubiese equivocado en los montos registrados como archivo de respaldo no obstante que dicho error era considerado como una leve equivocación por el Banco y era muy fácil detectarlo y solucionarlo rápidamente- ello determinaba que muchos se detuviesen de inmediato en su actuar casi transparente y se concentraran en el problema.

No obstante, una sensación muy extraña e inusitada le invadió a uno de ellos en particular, alejándolo de su contorno tal como le sucede a una hoja en otoño que vuela erráticamente al ser impulsada por el viento el cual va deshojando lentamente a los árboles en derredor. Aquello lo desvió completamente de su tarea y comenzó a mirar a su contorno con una perspectiva diferente y analítica; aunque en el resto de los operadores nada anormal sucedía, nada distinto a lo normal, sólo era él quien estaba extraño al no seguir el proceso lógico de cierre y tener la mente en otra parte. Ello se explicaba por haber cambiado su lugar de observación y escuchar detenidamente el constante zumbido de la Sala y mirar detenidamente al frenético ajetreo de la Mesa de Dinero, que semejaba un panel de abejas en plena actividad, donde cada profesional tipo abeja cumplía disciplinadamente su tarea asignada dentro del proceso. Esta circunstancia generaba un inconfortable ambiente de trabajo, con altas exigencias y con una fuerte competencia entre los operadores, deteriorándose con ello el clima laboral. Nadie era amigo de nadie, lo vital era destacarse por sobre el resto, lo demás no tenía mayor preeminencia. Él no había sido amigo de nadie ni tampoco le interesó serlo; generalmente, se alejaba de las convivencias entre ellos y asistía solamente a las reuniones formales de la empresa.

En su meditación, por primera vez, también oía palmariamente el bullicio que ocasionaban las fuertes voces de los operadores al efectuar sus transacciones y las conversaciones coloquiales que mantenían con la contraparte y aquello lo incomodó excesivamente, aunque sabía perfectamente que ello formaba parte de su quehacer y ambiente cotidiano; sin embargo, ahora que lo percibía y escuchaba con distancia personal, cual espectador, fue evidente su desagrado al escuchar los altos decibeles y tonos disonantes de ese ruido que hacía retumbar los cerebros, desconcentrándolo de sus pensamientos y de los guarismos señalados en una pantalla gigante, que registraba las últimas operaciones realizadas por cada operador e indicaba la disponibilidad o déficit total acumulado hasta ese momento, que serviría de base para solucionar la complicación.

Entretanto, momentos antes del cierre, cada operador que finiquitaba una transacción de inmediato la registraba en su computador, si ella era ventajosa, en su ingreso los dedos se deslizaban suavemente sobre el teclado como una dulce caricia, deleitándose con el roce de las teclas mas si aquella no reportaba ninguna utilidad marginal su registro era automático y rápido. El regocijo y la complacencia por el logro obtenido tenía una correlación directa con la ganancia de una transacción, sensación que se experimentaba varías veces durante la jornada de trabajo en la mesa de dinero, pero también ello se provocaba al escuchar los comentarios elogiosos de sus colegas los que se atendían con fruición y deleite. El leit motiv de esta total dedicación al trabajo con extensas y arduas jornadas era demostrar un grado de excelencia profesional más allá de los requerimientos usuales ya que eso era, esencialmente, el motivo determinante para los futuros ascensos. La gran mayoría de los que trabajaban en la Mesa de Dinero ansiaban desesperadamente tener un saldo relativo positivo con respecto a sus colegas, frustrándose, envidiando y sintiendo un gran despecho por el que lo superaba en el sitial del escalafón. Inconscientemente – y a veces con una completa convicción - cada uno tenía claro de que el fin justificaba los medios, aunque jamás se atreverían a verbalizarlo públicamente.

Empero, nadie se percataba que este modo de vida generaba enormes costos ocultos que salían a relucir en cualquier momento, eran como un animal en reposo que no se sabía cuándo atacaría, reduciendo primeramente el goce por el olor y sabor de las comidas y luego insensibilizando el placer que ocasionaba el tacto con las cosas apreciadas y seres queridos o deseados. La dedicación exclusiva y la obsesión por lograr un sitial de excelencia hacía que se encerrasen en un mundo particular, excluyente, que perjudicaba todo tipo de relaciones además que subyugaba a los sentidos en general, ocasionando que el placer se apreciara solamente cuando se reunían todos los sentidos en una combinación con un altísimo nivel de adrenalina, ansiedad y angustia – lo que hacía imposible diferenciarlos o cuantificar su intensidad ni apreciar su graduación - tendientes a cumplir el único objetivo vital y existenciario. ¡Ser un triunfador! Un winner, aquella impronta social devenida de U.S.A. que ha significado la desesperación y desesperanza de muchos jóvenes estadounidenses. Nadie quería ser un looser, por ello, la película auto satírica y auto flagelante, Forrest Gump, significó un hito simbólico importantísimo al declarar públicamente que en la sociedad de las oportunidades hasta un casi oligofrénico – sin malicia, como el joven de los sesenta- puede ser un winner por antonomasia y casualidad. Aquél film sepultó definitivamente los mitos del “american way of life” y del winner de antaño, donde todo era posible en la tierra del libre y del valiente.

Volviendo atrás, el comportamiento del joven aludido era consecuencia de un estado de ánimo alterado, tal como le sucedía a la mayoría. El carácter se tornaba irascible y la sensibilidad se transformaba en susceptibilidad provocando reacciones sobredimensionadas ante nimiedades, sobre todo en los dominios hogareños; en los otros dominios, aquél se disimulaba actuando como una persona profesionalizada y conocedora de su oficio, poniéndose una especie de máscara personal, al igual que el significado etimológico de persona, lo que le permitía desempeñarse eficazmente en toda situación y asumir el rol más adecuado para cada ocasión. En esta situación, la angustia y ansiedad avanzaba apresuradamente y el individuo buscaba diversos productos y estimulantes para disminuir la tensión. El stress era mal visto laboralmente y más aún los derrumbes por motivos emocionales; las crisis se consideraban un claro indicio de que el profesional no era apto para desempeñarse en situaciones de mucha exigencia y de alta tensión. Eso redundaba en el traslado inmediato a un puesto administrativo y un veto definitivo para el ascenso.

Consecuentemente, el joven a quien mencionáramos, al poco tiempo renunció. De improviso se bajó del tren expreso y tomó un ramal, sin saber dónde lo llevaría, pero esta vez podía bajarse en cualquier estación. No obstante, el costo vital para él y los que hicieron lo mismo fue enorme, por lo general también perdieron su matrimonio de años, el pro-yecto prenupcial ya no era, no existía ya. El costo social por la pérdida de status y posición social fue igualmente grande, pero lo fue por la mirada despectiva de sus mayores y pares que los veían transformados- según ellos- de motu proprio en loosers.

El abandono representaba un gracioso abandono del statu quo, como si la pérdida de la responsabilidad laboral y de los parámetros convencionales de éxito hubiesen sido ocasionados por motivos de fuerza mayor y fuesen irreversibles.

En el tiempo que tuvo que hacer entrega de su posición, ya no sentía amenazante ni opresor al ambiente de trabajo, lo sentía lejano y totalmente ajeno a él, sintiéndose fuera de lugar, como un transeúnte que sólo está de paso. Aquél no era su asunto, en concreto la Sala era una simple oficina con una caterva de personajes que se movían automáticamente desempeñando perennemente un rol que ya se había constituido en su esencia, no era como el actor que luego de la función de teatro se quita el ropaje y sale con sus amigos o comparte con su familia; por el contrario, esto ya era su personalidad, la máscara le había transformado definitivamente su rostro, ése era el suyo, y para ellos cualquier costo o precio valía la pena con tal de obtener lo que ellos fervorosa y obsesivamente anhelaban; el ascenso de posición y ser considerado un winner.

Luego se alejó tranquilamente del lugar. En este momento él se sentía pletóricamente el Propietario de su vida, había dejado atrás su mascara y roles y ahora podría exclamar como el rey Lear: Off, off the lendings. ¡Fuera, fuera todo lo prestado!

¡Cualquier similitud en este relato con la realidad es sólo coincidencia!





Texto agregado el 27-04-2007, y leído por 177 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
16-11-2007 Leído.Bien. No me gusta,muy frecuente el uso de palabras que no son del dioma castellano. You have the choice between developing good habits and developing bad habits. Saludos. ketti
 
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