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Frustración

Me están matando lentamente. Tanto que ni siquiera percibo el dolor.
Estoy muriendo lentamente, de hastío, de hartazgo de nada entre ensoñaciones de todo.
Se que respiro, pero no me doy cuenta. Aguijones adormecidos pululan mi cuerpo, mi alma que ya ni siquiera se revuelve en el pantano para salir de él.
Me estoy matando de nada.

Hoy salí como cualquier día a cumplir con ese destino que me agobia, que me obliga a maldecirme eternamente cuando imagino los infinitos hubieras que son presente en millones de espasmódicas realidades alternas.
Incluso en ellas me percibo entre dolorosos estertores mentales que ni siquiera el Prozac puede calmar.

Me está matando el sol que se yergue orgulloso sobre mi cabeza, mostrándome a cada segundo quién es dueño del poder. Ardiente imperio que me agota aún más que la desidia extinguidora.
No he dormido en dos semanas, obligándome a asistir a los funerales de cada uno de mis sueños. En ninguno vi caras largas. Ni siquiera aquellos que dependían de estas falsas quimeras que me alimentaron durante siglos, ni siquiera ellos soltaron una lágrima de dolor. Me infecta su deslealtad.

El hambre me abandonó en la cuneta, la sed dejó de impulsarme hacía el oasis de mi mente. Las fuerzas me han dejado y cada segundo enfurezco más por este estúpido abandono.
Me enferma haberlos necesitado, me enferma la podredumbre alrededor, llena de moscas que pelean por el último pedazo de mi resistencia. Resistencia que se resiste a cumplir sus funciones de sanidad mental.

Estoy muriendo lentamente, de hastío, de hartazgo de nada entre ensoñaciones de todo.

No soy fuerte. No permanezco indemne ante la tormenta y jamás he perseguido hasta el fin del mundo al enorme Moby Dick de mis ojos infantiles. ¿Es mi culpa haber perdido el corazón?
Siempre fui mente, al menos desde que me extirparon ese catracho inservible que se alojaba en mi pecho. Inquilino no deseado, o peor aún, necesario.

Se quemaron los motores. Ni la música ni la tristeza, ni la más congelante de las lluvias puede hoy recuperar lo que ayer fui. Estoy perdido en algún paraje solitario de mi laberíntico ser, y este impostor que hoy presume dichoso de ser yo, es, quizá, el único que podría encontrarme.

Me he cansado de pelear, de buscar y esperar. Me he cansado de la somnolienta sensación que es la vida y lo que es aún más doloroso. Me he cansado de mis ideales mortuorios.

Texto agregado el 26-04-2007, y leído por 84 visitantes. (0 votos)


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