A veces se dejaba besar, muy pocas veces, cuando el cliente le gustaba y tenía buen aliento. De haber encontrado a este más temprano, se hubiera quedado más tiempo, compartiendo un porrito o una cerveza, pero estaba cansada, le dolía la espalda, por andar retorciéndose en las cabinas de los camiones, y los tobillos, por los tacos aguja, a los que todavía no se acostumbraba.
“Rohayhú”(1), susurraron los labios de su cuerpo sudoroso y cobrizo, esculpido por el volante del camión. Al escuchar esa palabra familiar, ella, miró alrededor, y se percató de la foto del “Defensores del Chaco”, del banderín azul y rojo colgando del retrovisor, de la foto de una familia en una callecita del barrio Obrero de Asunción, su barrio.
- Dale papito, dale, dame toda tu lechita- lo apuró fingiendo jadeos y acelerando el ritmo.
Cuando se separaron, se dejó besar otra vez y hasta le dijo su nombre, Eva. “Un lindo pibe de mi barrio”, pensó, mientras se acomodaba la remera de lycra estampada, que cubría sus pechos de quinceañera.
Ramón, “el Apóstol”, acomodó su camión en la larga fila de la balanza de Puerto San Martín. Cuando había humedad le molestaba la quemadura del hombro, la que el mismo se había hecho con ácido, para borrarse el tatuaje de los cinco puntos. “El dolor es mi castigo y me cura… Gracias Jesús por este dolor” pensó, mientras apagaba el motor de su Scania. La cola era larga, pero todavía era temprano para ir al templo. Acomodó su voluminoso cuerpo en la cabina, y comenzó a leer los capítulos de la Biblia que había seleccionado para ese día. El sol lo fue amodorrando, pero se forzó a seguir leyendo hasta terminar lo que tenía planeado.
“Rohayhu ha aíse nendive p`yaé” (2), recordó Eva, en la mesa de uno de los improvisados bares, cercanos al playón de descargas del Mercado de Liniers. Habían pasado tres años desde que Orlando se había ido al Chaco, a buscar el sustento que las calles de Asunción le negaban. Su padrastro, al no estar Orlando para defenderla, había intentado abusar de ella. A diferencia de sus hermanas mayores, Eva se defendió cuchillo en mano, con toda la fuerza y la rabia que le permitieron sus esbeltos doce años. La puñalada no lo mató, pero la obligó a irse de su casa. Aña memby, nahániri jevy óga (3), fue la sentencia de su madre, de la quien ella esperaba comprensión. La herida de su padrastro había dejado a la familia en una situación crítica, su madre y sus nueve hermanos vivían de su sueldo de policía.
-¿Cuánto hiciste Chilavert?- le preguntó el Chupa.
Ella no le contestó, y le dio un fajo de billetes de diez que el Chupa contó escrupulosamente. Contento con su parte, comenzó a canturrear y a bailotear alrededor de la mesa, siguiendo la cumbia que sonaba en el bar.“Y ahora yo con éste nazo tomo coca y no del vaso, y ahora yo con éste nazo tomo coca y no del vaso” (4) La tomó de la mano e intentó convencerla de bailar con él. Ella lo rechazó, con un “estoy cansada, laburé mucho” inapelable.
El pidió una cerveza y se sentó junto a ella.
- ¿Te gustan mis zapas nuevas?... Son las mismas que usaba el Frente, con estas no te agarran los ratis- preguntó el Chupa, subiendo los pies a la mesa.
- Las compré en La Salada, doscientos cincuenta pesos, estas te salvan de las balas- prosiguió Chupa.
Ella lo besó, lamiendo con su lengua el piercing de la de él; como a él le gustaba.
- ¿Tenes paco? – preguntó ella, acariciando su pelo corto y platinado de rubio.
- Aleluya, gloria a Dios, y que la paz del señor los acompañe, hasta el próximo domingo hermanos.
- Aleluya – contestó el Apóstol, a coro con el resto de los fieles de la iglesia.
Había descargado, y se había tomado un colectivo desde Puerto San Martín, hasta la zona sur de Rosario, para poder asistir a la misa de la Iglesia Pentescostal.
A la salida del templo, dejó una generosa contribución en la alcancía, y le preguntó al pastor por un hotel decente y barato. Quería descansar bien, a la tarde tenía una carga hasta Asunción. Las cosas le estaban yendo bien, había comprado su propio camión y no le faltaban los clientes, quizás podía ir al banco y sacar un crédito para comprar otro. Había un chico, en la Iglesia de Mariano Acosta, que le había pedido trabajo. Era un buen chico, responsable y muy creyente, iba a ser un buen peón.
Mahiara, la Lucy y el Chupa, dormían profundamente cuándo Eva despertó. Se vistió en silencio, y juntó en el bolso algo de ropa para el viaje, imposible llevarse todo. Fue hasta el baño, y con muchísimo cuidado, corrió el espejo, para meter la mano en el agujero que había en la pared. Guardó en el bolso, el dinero, la piedra de cocaína y un pedazo de marihuana. Dejó las pastillas y el arma; el Chupa tenía que laburar y a ella el veintidós no le servía para nada.
Antes de irse, garabateó una despedida con su letra infantil: “Perdoname por pegarte el palo Chupa me boy a Paraguay a ver a mis hermanas cuando guelva te devuelvo todo TE LO JURO”.
Caminó apurada por el familiar laberinto de pasillos de Ciudad Oculta. Al llegar a la avenida, se subió el primer colectivo que pasó. “Si este se despierta me mata” pensaba.
La cama era cómoda, la habitación limpia, el baño no tenía agua caliente, pero estaba bien, sin embargo, casi no había podido dormir en toda la noche. Las pesadillas habían vuelto, y lo atormentaron hasta el amanecer. Los rostros de los ángeles lo acusaban, sus voces, sus cuerpos alados y mutilados lo perseguían por un laberinto.
A las diez lo despertó el teléfono.
- ¿Desea quedarse un día más?- preguntó la conserje – El desayuno se sirve hasta las diez y media.
- Buenos días, – contestó Ramón, con voz pastosa de sueño- no, ahora desocupo la habitación, muchas gracias, qué Dios la bendiga.
En la boletería de la Internacional le pidieron sus documentos. Ella los había olvidado.
-Flaca, sin D.N.I. no te puedo vender un pasaje internacional, no insistas, y deja pasar a la gente- fue la respuesta inflexible del vendedor, que hizo caso omiso de sus sonrisas.
“Cheto, puto de mierda” pensó Eva, mientras se recriminaba la torpeza de haber olvidado los documentos. Ya era casi el mediodía, el Chupa se habría despertado y debía estar buscándola. No podía volver al playón del mercado y quedarse en Retiro era peligroso. “La Panamericana esta en la reconcha de la lora, si no me levantaban rápido alguien puede verme… o peor, si me levanta la yuta con toda esta guita, y la merca soy boleta” pensó impaciente, mientras intentaba decidir que hacer.
“Rosario 12:15”, decía el cartel de Empresa Argentina. Ella miró el mapa y se dio cuenta que le quedaba de camino, había tenido algunos clientes regulares de Rosario, con un poco de suerte podía encontrar a alguno; el nombre de la ciudad le gustaba, así se llamaba su hermana menor, le iba a dar suerte.
Llevaba cuatro horas calcinándose adentro del camión, cuando vinieron a cargarlo.
-Perdoname Apóstol, se nos quedó un semi en Baigorria y tuvimos que ir a ayudarlo, me olvidé que hoy venías vos- dijo Tega, el despachante de la fábrica, cuándo se acercó con las cartas de porte.
- ¿Por qué no te bajaste a tomarte un porrón con los muchachos? Debe hacer un calor de locos, adentro de la cabina.
Odiaba la impuntualidad de los clientes, pero igual le sonrío a Tega.
- Aproveché la espera para dormir, y para ofrecerle al Altísimo el calor y la molestia, además yo no bebo- contestó Ramón, sin alcanzar a ver la mueca, con la que se burlaba el despachante.
La demora había retrasado el cuidadoso itinerario con el que había planeado el viaje. Calculó, que por culpa de esta, no iba a poder pasar por el santuario de la virgen de Itatí. Revisó su agenda turbado, este verano todavía no había podido ir, el 8 de marzo tenía una carga en Posadas, a la vuelta quizás, podía tomarse la tarde libre. Buscó en la carpeta, en donde anotaba cuidadosamente todas sus actividades diarias, y registró cuidadosamente las que había realizado durante ese día. Lectura de la Biblia, 3 horas, oración, 1 hora y media, siesta 1 hora con cuarenta y cinco minutos, 150 abdominales y 60 planchas de brazos. Miró con orgullo los gráficos y las cifras, Febrero venía muy bien, solo le faltaba visitar un santuario para que sea un mes perfecto. Quizás podía irse hasta la basílica de Caacupé; cuando llegara a Asunción. Miró el recorte del diario, lo besó, y lo volvió a guardar en la carpeta rotulada con la palabra "ángeles" -“Todavía te debo ese viaje, no te preocupes mi niña, Ramón siempre cumple sus promesas, voy a orar por vos”- dijo en voz alta.
Ya empezaba a atardecer cuando llegó a la autopista. Ella, hacía dedo en la rotonda de Avenida Circunvalación, estaba vestida con jeans y zapatillas, y un pequeño bolso que colgaba en bandolera de su hombro.
“No puedo tener tanto ojete”, pensó Eva, había hecho dedo menos de una hora, cuando la levantó un camión que también iba a Asunción. El camionero era un tipo gordito, de cuarenta y pico, evangelista –llevaba toda la cabina llena de crucifijos y calcos que decían “Jesús te ama” o “Dios es mi pastor”-. Le había ofrecido llevarla todo el viaje, y ni siquiera había insinuado que tenían que tener sexo.
- Cebame unos amargos chiquilla, el termo esta atrás, el agua esta caliente- dijo él.
- Muchas gracias, preciosa. ¿Cómo te llamas? – preguntó
- María – mintió Eva.
- María, que bello nombre, el mismo que la madre del Salvador. ¿Qué hace una niña cómo vos sola en la ruta? Es muy peligroso- preguntó él.
- Vuelvo a Paraguay, a ver a mis hermanas
- ¿No serás prostituta, no? Sí lo sos te bajo en la siguiente parada, no quiero llevar en mi camión a una pecadora.- preguntó el.
- No, trabajo por horas, vengo a dedo por qué no tengo guita para pagarme el pasaje- mintió Eva. “Suerte que salí con esta ropa, sino el puto este me baja” pensó, mientras sonreía con cara angelical.
- ¿Puedo poner música? – preguntó Eva
- Sí, adelante.
Ella puso un cd de Damas Gratis que llevaba en el bolso, y comenzó a tararear “Se te ve la tanga”. “Pa adelante y pa atrás, pa adelante y pa atrás, pa adelante y pa atrás, para adelante y para atráaaas”
- No, - dijo el apagando el estéreo- esa música no, pone alguno de los míos.
Ella obedeció y puso un cd de los que había en la guantera, eran todos de música cristiana. Lo eligió por que le gustaba el chico de la tapa.
- La buena música, como las buenas personas, le dan gloria a Dios.- dijo él.
La noche había ocultado el monótono paisaje de la Ruta 11. “En dos horas más estamos llegando a Resistencia y podré descansar. Mejor no ir a dormir al parador, no quiero que me vean con esta niña los otros camioneros, van a pensar que estoy pecando… Un buen cristiano predica con el ejemplo”, pensó Ramón. Estaba contento con tener compañía, las noches en la ruta se hacen largas, aunque hubiera preferido una chica distinta, más fea quizás. “Su belleza es un regalo del Señor, los pensamientos impuros que me atacan son obra del demonio, debo vencerlos. ¡Gracias Jesús, por permitirme probar mi fortaleza, dame fuerzas para no sucumbir una vez más a la lujuria!” pensaba mientras miraba fijamente la invariable recta de la ruta 11. Las luces rojas y azules de un control policial, giraban a lo lejos en el horizonte.
- No frenes- dijo Eva asustada
- Porque no voy a frenar, si yo …
- Si frenas, les digo que me secuestraste, soy menor y no tengo documentos.- amenazó ella traspasando de un salto los asientos y escondiéndose en la parte de atrás de la cabina.
El oficial le hizo señas para que se detuviera y él se detuvo.
“Soy una pelotuda, como no me traje el veintidós”, pensó Eva. Dos kilómetros más adelante, él había detenido el camión en la banquina.
- Salí de ahí, vamos, salí o te rompo la cabeza- gritó él, con la llave cruz en la mano.
Eva tembló, si hubiera estado el Chupa no tendría miedo de ese estúpido, pero sola era otra cosa. Decidió salir, era mejor intentar escapar que quedar ahí atrás encerrada.
El la tomó de las muñecas y la zamarreó con fuerza. Jadeaba. Le pegó en la cara con la mano abierta.
- Ahora me vas a decir, quién carajo sos y que mierda estas haciendo en la ruta- le gritó volviendo a pegarle.
Eva repitió la historia. El no le creyó.
Ella sabía que hacer en estos casos, si intentaba defenderse, sola en el medio de la ruta, iba a ser peor. No lloró, ni le suplicó que no le pegara, quizás solo quería violarla. “A los violadores, lo que les gusta es sentir tu dolor, si vos no te resistís es mejor”, pensó intentando calmarse.
- ¿Y?... Contesta. ¿Quién sos? Y no me vengas con esa historia, antes de conocer la palabra de Dios, yo también transité por el pecado, sé que estas mintiendo.
Ella no contestó, pero se fue calmando, su experiencia en la calle le decía que no iba a matarla. Se estaba excitando, su miembro parado se notaba a través del jean
- ¿Te escapaste de tu casa? ¿Te busca la cana? ¿Qué hiciste?. Contesta mierda, contesta o te mato- le gritó, pero sin pegarle.
- Me fui de mi casa, el hijo de mil puta de mi padrastro intentó violarme, mi mamá es una mierda, que lo dejaba toquetearme
El se estremeció al oír esas palabras, recordó el aliento a alcohol de su padre, el dolor de sus golpes y sus insultos, la vergüenza de saber que todos sabían. El tenía nueve años, era apenas un chico, demasiado chico para saber que eso le podía pasar a un varón.
Ella notó que sus palabras habían echo el efecto deseado, Ramón la había soltado y ya no la amenazaba. También vio como seguía creciendo el bulto en su entrepierna.
- Nadie va a creerme, el hijo de mil puta es policía, no puedo ni ir a denunciarlo- prosiguió Eva, sollozando.- Pero vos sos bueno, ayudame por favor, ayudame a llegar a Paraguay, ahí están mis hermanas.
El la abrazó y la apretó contra su pecho. Ella sentía su respiración entrecortada, sus manos sudorosas que le acariciaban la espalda por encima de la remera, su sexo hinchado, seguía creciendo a pocos centímetros de sus dedos. Ella dudó. Debía bajarle la cremallera ahora, o primero buscaba los preservativos en el bolso. “Mejor los forros primero, si se la chupo ahora, después quien lo para”, pensó Eva profesionalmente.
En el momento que se separaron, él, sorpresivamente, bajó del camión. “Ahora que le picó a este boludo”, pensó Eva, quedándose quieta.
Por el retrovisor, lo vio masturbarse frenéticamente apoyado contra el camión.
Tardó unos minutos en volver. Estaba tranquilo, parecía ser el mismo de hace unas horas. Su mano derecha estaba herida, sangraba.
- ¿Qué te paso en la mano?- preguntó Eva.
El no contestó, puso en marcha el camión
- Dejame que te la cure, se te va infectar – insistió Eva.
- No, no me toques, no vuelvas a tocarme- contestó tajante.
Cerca de la medianoche llegaron a la “Posta de la Diosa”, el estaba demasiado cansado para buscar un hotel en Resistencia.
Combinaron que él iba a dormir unas seis horas, ella lo iba a esperar en el bar, y lo iba a despertar al amanecer.
- Andá con cuidado niña, aquí hay muchos pecadores, no hables con nadie y si alguien te molesta, veni conmigo al camión- le advirtió el.
“Amén” contestó Eva para sus adentros. Estaba cansada de escuchar música cristiana y de la charla anodina de Ramón.
Cenaron juntos en el camión. Cuando él se fue al baño, ella aprovechó para esconder el dinero y las drogas. Esnifó un par de líneas de cocaína, y se guardó en los bolsillos, cien pesos y una piedrita de marihuana; la noche iba a ser larga y aburrida, pensó.
La Posta de la Diosa estaba abierta toda la noche, a la derecha de los surtidores y la gomería, estaba el playón en donde se estacionaban los camiones. A la izquierda, un drugstore y una parrilla tenedor libre, competían por saciar el hambre de los camioneros que cruzaban Chaco, con destino a Paraguay. Eva prefirió sentarse en el drugstore, estaba la tele prendida, y no le gustaba que el olor a asado se le pegara en la ropa.
Todavía no había terminado la primera cerveza, cuando entró a comprar cigarrillos, un chico morocho de unos veinticinco años. Ella se lo quedó mirando fijamente, le gustaba la remera de Viejas Locas y el gorrito tricolor –rojo, negro y amarillo- que llevaba puestos. Al pagar los cigarrillos, el se percató de su mirada y de sus sonrisas.
“¡Qué fáciles que son los tipos!”, pensó Eva, cuando el se sentó en la mesa y comenzaron a hablar.
- ¿Tenes un pelpa?”- le preguntó Eva. El no entendió.
- Papel – aclaró Eva, haciendo la mímica de armar un porro.
- Sí, en el camión… ¿Vamos?- preguntó el
- Sí, dale- dijo ella, apurando el fondo tibio del vaso de cerveza.
Una mujer alada, un ángel rubio, lo besaba en los labios. Ramón acariciaba voluptuosamente sus pechos, mientras ella, desabrochaba botón por botón su camisa. Los otros ángeles, los suyos -aquellos por los que siempre oraba- los rodeaban cantando salmos con sus voces melodiosas. El ángel rubio lo desnudaba completamente, lo ayudaba a reclinarse sobre un prado florido y lo sodomizaba. Su sexo se balanceaba dentro suyo, sin dolor, acariciando sus sentidos con una suavidad que invadía cada centímetro de su cuerpo. El mundo comenzaba a desvanecerse, mientras el ángel se apoderaba de él, penetrándolo, cada vez un poco más adentro, taladrándolo, abriéndolo y cerrándolo en torno suyo, deshaciendo sus vísceras en cada movimiento. Todo lo demás desaparecía en su cuerpo, y en el suyo. Por eso, Ramón tardó tanto en identificar el origen, de esas otras caricias húmedas, un pene rojo, grande y con un olor conocido, pugnaba por entrar en su boca. Al abrir los ojos, el prado había desaparecido, la áspera carpeta de cemento del correccional de menores, lastimaba sus rodillas.
– Dale puto, chupa – decía su compañero de cuarto – Chupala como se la chupabas a tu papito- le ordenaba con la navaja clavándose en su espalda, mientras, el otro, lo desgarraba por atrás con sus embestidas. Sus ángeles reían y lo insultaban a sus espaldas. Todos ellos, hablaban con la voz severa y seca de su madre.
- No, por favor, no- su propio grito, lo despertó en la cabina del camión.
No le cobró. Después del segundo porrito, se echaron un polvo largo y placentero. Le gustaba cojer fumada, cosa que nunca hacía con los clientes, para no entretenerse demasiado; el tiempo es oro cuando estas laburando y nadie le pagaba extra por quedarse más tiempo. Llegó al drugstore apenas unos minutos antes de que apareciera el.
- ¿Dormiste?- preguntó ella mirando el reloj; eran las cuatro y media.
- Sí, ya descansé. Por favor María, llename el termo con agua caliente, yo voy cargando gasoil
Eva obedeció y se encontró con él, junto a los surtidores.
Al entrar en la cabina, Ramón sintió su olor, olía a sudor y marihuana. El conocía el olor, había fumado hasta que conoció a Andrea, en la Unidad 26 de menores adultos de Marcos Paz. Andrea, era catequista de la Iglesia Pentecostal, ella le había enseñado la palabra de Dios y lo había ayudado a dejar sus vicios. Había sido su novia, y le había conseguido su primer trabajo, cuando le dieron la condicional. Andrea, era también, uno de sus ángeles, el primero y más querido de todos.
- ¿Me vas a ayudar a cruzar la frontera?- preguntó Eva, cebándole un mate.
- No, yo no ayudo a las drogadictas- le respondió él
- Yo no soy drogadicta, por favor ayudame, … me puedo esconder atrás en la carga, si me descubren, les digo que me metí sin que te dieras cuenta.- insistió Eva
- Vos fumas marihuana, sos drogadicta y puta… Estuviste con un hombre, tengo nariz.- dijo Ramón, señalándose la nariz.
Ella se acercó a él y le acarició sensualmente una pierna. “Si me lo cojo, este boludo va a estar tan agradecido, que me va a llevar a China”, pensó. El no la miraba, pero se estaba excitando, su cuerpo no podía mentirle.
- Estaciona el camión y charlemos, – dijo ella con voz melosa- dale, porfi, dejame que te explique- mientras seguía acariciándole la pierna, y tocándole con la punta de los dedos, su pene, que comenzaba a hincharse.
El no contestaba, seguía mirando fijamente el camino, como si ella no existiera. Eva se arrodilló y comenzó a desnudarse, se sacó el corpiño, y se lo arrojó a la cara. El detuvo el camión y lo estacionó en la banquina.
Eva lo besó fugazmente en los labios, tomó sus manos y se las puso en sus tetas. Le desabrochó el pantalón mirándolo a los ojos, él sonrío en silencio, no parecía molesto, quizás un poco sorprendido.
Ella pensó en los forros, pero decidió chuparsela sin ellos, no quería que se le escapara, como la vez anterior. Lo atrajo hacia ella, separándolo del volante. Ramón dijo no, un no mudo, imperceptible, un no distinto a los otros no. Un no, que se dejaba hacer.
Ella le bajó los pantalones de un tirón, dejándoselos enrollados debajo de los muslos, y comenzó a recorrer de arriba abajo su sexo con la punta de la lengua. El último pensamiento consciente de Ramón, fue para el motor del camión que continuaba encendido. Lo apagó, y se abandonó al concierto de mordidas, besos y caricias; que Eva ejecutaba con un virtuosismo del que se sentía orgullosa.
Cuando consideró que ya había sacado a relucir todas sus habilidades, decidió darle el tiro de gracia, se la tragó entera y aguantó con ella dentro un buen rato. Le gustaba mucho engullirla toda, presionarla contra el paladar, engordándola contra su lengua. Cuando por fin la devolvió a la luz, estaba morada, pringosa y dura. Con calculado profesionalismo, escuchó a Ramón gimiendo con la respiración frágil. Se sintió segura y le sugirió que fueran atrás.
Nunca vio la cuchilla, solo sintió un golpe en su espalda y un dolor atroz, quizo gritar, pero el segundo golpe, le asfixió el grito con un borbotón de sangre tibia. Como en un sueño, escuchaba una voz lejana que lloraba y le hablaba de Jesús. Un frío aterrador, la hizo temblar como una hoja, poco antes de dejar de respirar.
Ramón la reconoció por las zapatillas. La foto en blanco y negro, en la página quince del Primera Línea de Resistencia, mostraba un cuerpo cubierto por una sábana.
El leyó atentamente el artículo, no decía el nombre, ni la edad, solo describía el lugar y el estado, en que habían hallado el cuerpo. Tampoco él recordaba exactamente el día que la había matado, eso lo contrarió, el no era tan desprolijo, se llamaba María, pero Marías hay muchas Antes de recortar prolijamente el artículo, se fijó en la fecha del diario, 22 de marzo.
“Santa Catalina de Suecia, la hija de Santa Brígida”, pensó contento al revisar el santoral. “Por avenida Gaona, en Caballito, hay una parroquia Santa Brígida”. Con esmerada caligrafía, escribió “María Catalina”, encima del recorte, y lo guardó en la carpeta; con los otros.
- “No te preocupes chiquilla, voy a orarle a tu madre para que te cuide, Ramón nunca se olvida de sus angelitos”- dijo en voz alta y puso en marcha el motor del camión
(1) “Te amo” en guaraní
(2) “Te amo y quiero estar contigo pronto” en guaraní
(3) “Aña memby, nahániri jevy óga” “Hija del diablo, no vuelvas a casa” en guaraní.
(4) Fragmento del tema “Mi nazo” (Yerba brava)
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