La Sabia, la vasca, la abuelita que manda, rígida, fuerte, la que no le dió un beso al abuelo hasta después de casados.
La cocinera, ojo, la cocinera principal, no pelaba papas ni picaba cebollas, eso era para los ayudantes de la casa de los Mitre.
La Baba, que me llevaba y traía de la escuela, que me cocinaba mil y una comidas diferentes a ver si alguna me gustaba, porque yo era muy ñañosa y ella me cuidaba.
La que decía que el vasco era el único idioma que el diablo no había podido aprender.
La que se espantaba frente a mis mini shorts y mis noviecitos de turno.
La que hacía las mejores tortillas con las claras batidas a nieve.
La que leía el diario de punta a punta sin anteojos hasta mas allá de los noventa años.
La que limpiaba la casa el día anterior a que viniera una señora a ayudarla porque: Hija, ¿Qué va a decir de nosotros? Que vivimos en medio de la mugre.
La que lavaba los platos y dejaba la cocina impecable todas las noches, porque hasta los arrieros lavan todo antes de irse a dormir.
La que cuando viajábamos en colectivo y le querían dar el asiento contestaba, No gracias, quédese Ud. que viene cansado de trabajar, yo estoy paseando con mi nieta.
La que tenia un refrán para cada ocasión, siempre oportuno, siempre justo, siempre apropiado.
La Sabia, con esa sabiduría innata, que no se aprende en la universidad.
La que me enseñó todo lo que sé de la vida.
Gracias Abuela, siempre estás conmigo.
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