Tu llamado era el bálsamo que curaba mis heridas, tenia la capacidad de tranquilizarme. Ese simple hola cambiaba mi existencia, tenia el poder de hacer salir el sol sólo para mi, mi vida cobraba sentido con ese llamado.
Fui tu esclava para escucharte y no extinguirme. Te serví voluntariamente por el pago ínfimo de un llamado.
Un día decidiste no volver a llamar, ay de mi, ¿qué iría a sucederme, cómo sobrevivir?
Caí en el abismo del silencio, una extraña fuerza me tironeaba hasta el centro de la tierra donde el fuego me quemó el cuerpo y el alma. Viví el infierno de Perséfone.
El tiempo avanzó muy lentamente, sin siquiera tener conciencia del mismo.
No sé cuántos miles de años pasaron sin escuchar tu voz. Me fui acostumbrando a ese silencio, me reacomodé en mis tinieblas. Comencé un duro y largo camino de subida.
Hoy, nuevamente en la superficie, estoy tranquila y feliz, disfrutando la brisa, el mar, el campo, el sol radiante.
Cuando sonó el teléfono sabía que eras vos. Decidí no contestar.