Son las 3.15, como todas las tardes siempre llega esa hora, no es nada extraordinario ni una noticia del otro mundo; en realidad sospecho que seria bastante sobrenatural si el reloj después de las 3.14 pasara como si nada a las 3.16 salteándose por consiguiente las 3.15.
Me encuentro hablando conmigo misma otra vez, cosa que últimamente se volvió un hábito para mi persona.
Y te espero, tratando de escribir las instrucciones para sentarse en un sofá después de las 4.
El reloj siguió su paso, aunque cruelmente despacio deteniéndose en cada número, uno por uno. Y se hicieron las 4 y las ansias incrementaron como suben los precios en los supermercados, pasaron un par de minutos más, y tu llegada cada vez se veía más lejana.
Preparaba discursos interminables, mientras la razón, siempre tan sabelotodo intentaba convencer al corazón, que no iba a venir, que le debió surgir una oferta mas tentativa, que venir a sentarse en el mismo sillón, a escuchar las mismas canciones del mismo Calamaro Andrés (a pesar de no ser tu artista favorito, siempre supiste mi casi adicción hacia el) y sentarte a lado de la misma chica, de estatura bastante baja y de pelo casi siempre desordenado y color ni claro ni oscuro.
Fue entonces que contradiciendo a mi razón, escuché tus torpes golpes en la puerta del frente, y no había duda de que eras vos, el único ser que conozco cuya timidez le impide tocar el timbre como cualquier persona normal.
Y me acerque despacio a la puerta, por los grandes vidrios vi tu sonrisa y las mismas ansias que en mi se habían transformado en decepción.
Te abrí dejando en el olvido a la maldita razón y a sus estupidas malas predicciones, te abracé echando mis manos ligeramente sobre tu cuello y te dije despacio “¿Cuantas veces te dije que toques el timbre?”no me respondiste nada concreto, y la respuesta tampoco importaba mucho en ese momento.
Entramos por la puerta de grandes vidrios grises, y nos sentamos en el mismo sofá estampado con flores.
Después de un largo beso, se te cayo de los labios un te extrañe tanto, y todo fue igual, igual que siempre pero a la vez tan distinto, y te di sin pena la bienvenida a mi rutina, dejando de importarme la posibilidad de que se puedan volver monótonos todos nuestros días.
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