“El fantasma”
Ricardo era un fantasma de un caserío deshabitado al norte de la ciudad. Campaba a sus anchas las noches de luna nueva, sin importarle el espacio y el tiempo pues estaba condenado a vagar eternamente por una extraña maldición. Los fantasmas que vagan por la tierra lo hacen fundamentalmente porque al morir han dejado algún asunto pendiente, una pregunta no respondida, una promesa no cumplida.
Nuestro querido fantasma Ricardo murió a la temprana edad de veintiocho años, de una forma curiosamente estúpida, se atragantó con un caramelo de anís mientras, una noche, se reía y disfrutaba por enésima vez de una de esas películas de Buster Keaton que tanto le gustaban. Desgraciadamente estaba solo en la mansión aquella noche, pues había discutido y terminado su relación con la última de las novias que tuvo.
No se podría decir que Ricardo hubiera sido feliz en su vida, pues desde que cumplió los diecisiete siempre tuvo problemas con todas las relaciones femeninas que tuvo, y no fueron pocas. Él siempre intentaba por todos los medios que la conexión con la pareja que tuviera en ese momento fuera del todo satisfactoria, y simplemente nunca lo conseguía.
En su primera relación, a los diecisiete años, se mostró amable, cariñoso, y muy cauteloso a la hora de tocarla, no fuera a ser que ella se molestara por ser demasiado lanzado en sus intenciones. Pero al parecer, eso a ella no le gustó, y lo dejó para irse con alguien que le “metiera mano” sin tantos miramientos. En su relación posterior se conjuró consigo mismo a vencer su timidez, y ser más atrevido en ese sentido. Tampoco funcionó esta vez, pues ella desaprobaba ese exceso de confianza repentino, además de su torpeza y brusquedad.
En su tercera relación tampoco le fue demasiado bien, pues intentó ser un buen amigo, cómplice y sincero, expresando todos sus sentimientos y emociones, lo que a la postre le trajo innumerables problemas, y un final de la relación con infinidad de conflictos. Trató en su cuarta relación de ser mucho más comedido en cuanto a compartir sus opiniones, sensaciones y secretos, lo que dio al traste con la relación por el mismo motivo por el que había intentado que funcionase.
Así fue pasando Ricardo de relación en relación, intentando que funcionase alguna de ellas corrigiendo los errores pasados, sin éxito ninguno. Con todas las chicas que entraron en su vida intentó algo distinto, y distinto fue el motivo por el que todas lo abandonaron.
El día que murió Ricardo una pregunta estaba pendiente de contestar, un asunto inacabado, una cuestión no resuelta, que le impidió subir a un nivel superior de entre los muertos. Ése era su asunto a resolver, su pregunta: ¿Cómo saber lo que desean realmente las mujeres? ¿Cómo distinguir lo que de verdad quieren.? ¿Cómo entenderlas?
Aquella noche de luna nueva, arropado por su transparencia de fantasma, se acercó a la fiesta que todas las primaveras celebra la ciudad. La gente estaba alegre, se divertía, bailaba y se reía. Por todos lados había música, y un olor en el ambiente a carne asada y especias que desprendían las cocinas al aire libre, donde servían a los transeúntes comida y cerveza en unas barras improvisadas a tal efecto.
No le pareció indecorosa su intromisión en la vida privada de los demás, al contrario, estaba buscando una respuesta y aquella podría ser una buena oportunidad para conseguirla. Estuvo dos días en aquella fiesta, donde pudo ver y oír multitud de comentarios, cotilleos, peleas, declaraciones de amor… A medida que avanzaba el tiempo más confuso estaba respectos a lo que las mujeres deseaban, lo que para una era extraordinario, para otra era estúpido, lo que para una romántico, para otra patético, lo que para una cariñoso, para otra mojigato, lo que para una tierno, para otra bobalicón. Y para ahondar aún más en su confusión, las había que con una misma actuación, le parecía estupendo de uno, y asqueroso de otro, incluso más, algo que le parecía conmovedor al principio, terminaba por parecerle antipático después, sin que mediara explicación alguna al respecto.
Estaba de vuelta a su mansión, triste y apesadumbrado, pensando que estaba atrapado en una pregunta sin respuesta, en un callejón sin salida en el que nadie le podía ayudar cuando a lo lejos vislumbró una luz que salía de una casa que, de madrugada, tenía la puerta abierta, lo que llamó su atención. Se acercó y entró en aquella casa, que resultó ser una panadería, con su olor inconfundible y ese calor tan entrañable que despedía el horno de leña y el pan recién horneado.
Decidió quedarse un rato a ver cómo la habilidad de los panaderos convertía la harina, la levadura y la sal, en un sabroso manjar de pan caliente recién hecho, cómo amasaban la harina con el agua, cómo a todas las piezas les iban dando su forma, cómo con la pala de madera introducían los trozos de masa uno a uno, para después sacarlos en forma de una exquisita hogaza de pan de distintas formas y tamaños.
- Eso es. – dijo para sí mismo entusiasmado, pues al ser un fantasma nadie podría oírlo.
- La solución! La solución está en el pan.!
Sin dudarlo un momento Ricardo corrió hacia la mansión vacía, donde le esperaba la Eternidad. No sabía lo que era eso, pero no deseaba seguir vagando en este mundo sin más pretensiones que las de un triste fantasma.
Al llegar estuvo esperando la señal, y esta llegó en forma de un camino de luz que llegaba desde el mas allá. Un camino de una luz intensa, casi cegadora, en el que se distinguían unas brillantes estrellas de colores a modo de arco iris. Ricardo por una vez se sentía feliz, dichoso de conseguir su sueño de poder descansar en paz.
Cuando se introdujo en aquel camino de luz, una voz interior le preguntó:
- ¿Cómo entenderlas? ¿Cómo saber lo que quieren?
A lo que Ricardo, con la mejor de sus sonrisas y un gesto de ternura contestó:
- Una a una.
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