Las lagrimas rodaban por su rostro, bajaban color negro después que todo el maquillaje se corría, una a una dibujaban un recuerdo que al final dolía, y cuando caían al piso solo era una mas entre una mancha de agua que ya formaba un charco de lagrimas.

Cuando su mamá entro por la puerta la abrazó, y después tomándola cariñosamente por los brazos y viéndola a los ojos le pregunto:
– Dónde te duele?
– Aquí mami – le dijo ella señalándole el pecho – aquí – y agacho la cabeza para seguir llorando.

Su mamá solo se quedo junto a ella callada, y acariciándole su cabeza porque aunque ya era una mujer ella seguía siendo su niñita con dolor en su pechito.

Unos kilómetros hacia el sur también sufría otro niño de 26 años, solo que su desahogo no era llorar, ni estaba con su mamá, ni tampoco tenía a su niñita a la cual había hecho sentir dolor en el pecho. Solo tenía una botella de vino y a su perro quien solo lo veía y suspiraba como diciendo: ni modo, pero ya va a pasar.