Treinta años junto a un déspota, sirviéndolo, acatando con sumisión sus órdenes, recibiendo a cambio desprecios, infidelidades, empujones y puñetazos. Mientras recordaba, se fue acercando al lado de su marido, mirándolo con frialdad le gritó. —¡ Nunca más seré tu esclava! — Con temor apartó el rostro esperando el castigo, pero ante la falta de respuesta con arrojo lo increpó, —Zurce tus calcetines, lustra tus botas, lava tus porquerías, plancha tu ropa y ve con tus putas baratas. —¡Respóndeme! — Él siguió con esa expresión impenetrable en su rostro, la mujer dio media vuelta y se alejó del féretro.