No se pueden ni imaginar, aquellos que por alguna casualidad os hayáis venido a leer estas palabras, lo verdaderamente carbón que puede ser un viejo. No se si seréis jóvenes, o menos jóvenes, pero estoy seguro que en algún momento de vuestra vida habéis tenido que sufrir la malicia de este colectivo terrorista, que no pudiendo cargar con una mochilla repletita de dinamita, se dedican a minarte la paciencia con las mas sutiles armas.
El otro día, caluroso el, baje de mala gana a la frutería, y como se pueden imaginar, esta estaba repletita de estos calculadores asaltantes de la tranquilidad. Primero pregunte quien iba ultimo en la cola, y una ancianita pequeñita y débil que había entrado claramente detrás de mi, contesto que ella misma. Claro esta que no iba a pelearme con tal ser, o criatura o uva pasa llena de veneno, por haber quien iba primero, así que hice como que no había pasado nada y permití que se pusiese delante de mí.
Hacia un calor infernal en aquella mierda de frutería, si me permiten la expresión, y aunque iba con una camiseta y pantalones cortos, el estar entre tantos ancianos forrados con trapos que abrasarían hasta en el invierno de Siberia, comencé a chorrear sudor descontroladamente.
Llegó el turno de la momia que se me había colado, y comenzó pidiendo unas peras para prepararlas al vino ya que a su hijo le encantaba comerlas antes de ir al trabajo, porque su hijo era obrero y tenia que estar fuerte y sano para aguantar la dura jornada. Se tiro la señora de los cojones hablando de su hijo con la frutera lo menos un cuarto de hora mientras pedía un kilo de naranjas, medio kilo de kiwis, media docena de plátanos de Canarias y tres pomelos, que entran muy bien después de haber cenado una sopa de fideos. La señora de la frutería, demostrando una paciencia imperturbable (seguramente construida con años de entrenamiento en aquella frutería de barrio), acabó de meter todas las frutas en las bolsas de plástico a petición de aquella calculadora viejecita, cuando el Alzheimer flaqueó y la señora en cuestión recordó que a la noche tenía pensado preparar una macedonia para su queridísimo hijo y que todavía le faltaban una par de melocotones y una piña. Note que la frutera torció un milímetro el gesto de tranquilidad y me alegré de no ser la única victima de aquella fiera de la fruta.
Mi compañera de sufrimientos acabó por fin con la que tenía que ser la representación del diablo en su faceta más irritante y por fin pude comprar el par de mandarinas que me había encargado mi abuela.
Disculpen aquellos que por alguna razon u otra se hallan sentido ofendidos o ofendidas por este texto, pero quiero que sepan, lectores que con este texto solamente quier sacarle el lado divertido a un curioso aspecto de nuestra sociedad. Gracias
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