Habría que abrigarse de tanto saberse enfermo. Pero de esa enfermedad que bien podría ser palaciega como digna de un menesteroso. Aquella vez en que le sugirieron alma envejecida y en franco deterioro, traficante de miserias a punto de recibirse, émulo de condecorado patituerto, decidió que había que darse al vuelo nomás. Y sucede que por ratos, las artes de buscar qué comer y cómo no morirse de sed y de pena, arropan las horas desde el alba hasta la mar, desde el momento en que se retorna de esa muerte imprecisa y abandonada con el sólo ejercicio de abrir los ojos y reconectarse con el frío despertar hasta la indigna distancia de tu caminar coqueto y fémino, buenamoza por dios; vale el doloroso espectro de la lucidez. Saberse enfermo de vivir y de trasegar la remolona angustia…, y la verdad…, hay que viajar hartas horas antes de volver a echarse un sueñecito, y embolsarse un viaje sustentado en conceptos que siguen naciendo en sí y de sí, para volver a descubrir-se.
¿Sabe usted que las aulas de la mirada son laberínticas? Cómo no. Si uno se puede dar de bruces con el equívoco. Hacia dónde se dirija la mirada, pueden haber portazos y chirridos de pupilas enrejadas. O puertas entreabiertas, o sólo tirillas muticolores en donde el albedrío del viento, colado como siempre, sugiere, promete, invita, incita. Aquello da de comer ¿sabe usted?... Y de beber. Entonces nuestro cojo puede hacer repercutir esta gananciosa muestra de interés que es el vórtice de una mirada dulce, en el baúl del hambre y olvidarse por un rato que no sólo el pan sirve para desayuno. El pan no es suficiente para vivir… Acaso el agua…, el agua que llueve y resuena en el río y en la playa…
Esto da para tanto y tan poco…
Recuerda que ya no recuerda los espejos que no sean accidentales, ni agua ni vitrina y baño público. La falta de reflejo le ha ocultado el rostro pretendido. Vaya uno a saber si es para mejor… Remembranza de sí, ausente y dirigida hacia una galaxia interior, método ahogado de brotar desde el olvido, del abrupto desapego. Valiente cojo. Se persigna cuando le aborda un ataque de culpa, de hijos cada vez más nebulosos, de nietos desconocidos…, de no amantes…
Converso en un miembro más de la amplia humanidad, eslabón de la circunstancial cadena evolutiva y planetaria, expulsado de la ambición secreta y profana, forma parte del número sin mapa, del equilibrio estadístico, del error y los índices macros. Pero, ¿qué hay de los viajes interiores? ¿de las profundidades a las que no acceden las probabilidades ni las exégesis? ¿ni la poesía?
Entonces es propio el naufragio en el mar poyético, en el sucio arrebol que envuelve los quicios del atardecer que se oscurece. El paulatino verter cansancio para los asombrados transeúntes que apropiados de la vereda y el cartón caminan hacia el obituario tácito. ¿Qué hay que hacer para tan magra postulación? ¿decidirse y optar? ¿volverse loco? ¿ser echado del alma de la familia? ¿sólo ser pobre?...
Cuando son más las preguntas que las respuestas, es porque quien las formula es seguramente un incorformista, un reformista, un continuo transformista. Un bromista que sólo busca embromar, meter el dedo en las costillas, mirar con cierta inquisición y no desviar la vista. Mi caso. Militancia de escritorio al fin… Qué diablos…
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