Nuevamente volví a mi pueblo, después de aquella muerte repentina y secreta del abuelo cuando niño. Entonces degustábamos esas tortas de la abuela con dulces caseros, cerezas y merengues encantados. Sus manos fabricaban el esponjoso bizcochuelo bañado por almíbar y licores, donde destellos de chocolate flotaban entre las nueces. Aquel amarillo se mezclaba con un blanco nieve, lo borracho de la masa mojaba los labios en una seducción de rojos untados por las lenguas, dando ese efecto devastador y permanente. Luego el inexorable tiempo se fugó entre los cuerpos hasta desembocar en este nuevo viaje a mi pasado. Cuando de grande descubrí aquellos ingredientes en sus recetas lo mantuve en secreto, hasta que la noche se hizo leños de esos antiguos humos...
En la mañana todo parecía distinto; el sillón hamaca corroído; esas viejas cortinas pendiendo bajo el polvo; las historias de nuestra casa dando vueltas en mi mente; esa mirada fija de la abuela que lo decía todo dentro del féretro...
Durante el entierro imaginé que había sido un crimen perfecto; mezclando esos almizcles irrigados con salsas y frutos, para tamizar aquellas infidelidades en los postres amasados con el pequeño cuerpo del abuelo... Sin dudas ahora estarían otra vez juntos, amasando quién sabe que otros sueños de venganza...

Ana Cecilia. ©