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¿Matar al Amaru? A esa enorme serpiente alada y deforme, acaso están locos un sólo hombre contra aquel monstruo.

- No te estamos pidiendo eso, queremos que guíes al grupo de hombres que matará a la bestia.

- Igual es una locura que podría hacer un grupo de campesinos contra aquel ser capaz de matar a decenas de guerreros.

Acaso tenemos otra opción- sentenció, finalmente, el más anciano del grupo.

Era verdad, el Amaru había matado ya treinta y tres personas entre mujeres y niños; y estropeado los cultivos con su helada presencia, nuestro ayllu se encontraba realmente diezmado y habiéndose reducido la fuerza de trabajo nuestra supervivencia estaba amenazada. Y las autoridades del gran imperio no estaban interesadas en resolver el problema, no mandarían un solo guerrero para solucionar el problema de un ayllu tan pequeño y poco productivo. Además, huir no era una alternativa, ya que todo lo que poseíamos, comida, casa, vestido, dependía de esas tierras.

Había matado antes pumas asesinos de ganado y cóndores locos que atacaban a las personas, tal vez, por eso habían pensado en mí, pero un Amaru, era imposible.

¿Y qué decides Kanaku?- preguntaron todos en coro, atentos a mi respuesta.

Un pequeño niño de unos seis años, como los que liquidó el Amaru, llamó especialmente mi atención, tenía ojos enormes y me miraba fijamente; mientras se aferraba fuertemente a su madre.

Esta bien lo haré- respondí tratando de disimular la angustia y el miedo.

Bien, iras a la caza del monstruo con veinte hombres que tú escojas, los demás trabajaran el triple, para compensar la ausencia y poder sobrevivir- dijo el anciano con ese tono suave y sabio, que todos asumíamos como una orden.

Veinte personas, sólo veinte, para enfrentar a un ser tan poderoso, era en realidad llevarlos a una muerte segura; aunque de alguna manera todo el ayllu ya estaba condenado, sólo era cuestión de tiempo, este último pensamiento me ayudo a elegir. Pensé que los más ágiles y jóvenes me serían de más utilidad contra un enemigo como ese; mientras que los más fuertes se quedarían para el trabajo en el ayllu.

Al día siguiente, cuando decidimos partir, los lamentos de las jóvenes compañeras de los elegidos estallaron conmovedoramente, eran como aullidos enloquecidos, como si se despidieran para siempre de ellos. En ese instante un profundo pensamiento me asaltó, era la imagen de Qantu, mi antigua compañera, que había muerto hace unos cuantos años alcanzada por un rayo que la destrozó. Muerta por un rayo, que absurdo. Bueno, igual de absurdo que ser asesinado por el Amaru, en verdad toda muerte es absurda, que hay pues en la vida más absurdo que morir. Recordé su dulzura, su ternura, por un pequeño momento me sentí envuelto por la alegría que ella me inspiraba cuando estaba viva. Pero regresé a la realidad, a la cruel y tangible realidad.

Ya todos andando es hora de partir- ordené.

Después de Qantu no tuve otra compañera, ni hijos, creo que por eso todos me veían con cierto desprecio. Es como si vieran un hombre incompleto, partido; en cierto sentido tenían razón, Qantu me hacía mucha falta, era como si hubiesen extirpado una parte de mi cuerpo.

Cargábamos como provisiones todos los granos de maíz y toda la carne seca que almacenábamos en caso de sequía. Era una cantidad disminuida, ya que la emergencia producida por el Amaru nos había llevado a consumirla en gran parte. También ordené que llevaran sus mantas más gruesas y todas las pieles con las que contaban, ya que debíamos resistir el frío mortal que expedía el cuerpo del Amaru.

Calculé que el alimento nos duraría unos quince días. Sólo necesitábamos siete días para llegar al lago más cercano, que es donde supuse encontraríamos al Amaru. Sabía seguirle la pista a un puma, por sus huellas, por el olor; sabía la hora en que un cóndor atacaría; sin embargo, no tenía la menor idea de cómo cazar a un Amaru. Decidí ir al lago más cercano, porque los lagos habían sido la prisión de estas creaturas, ya hace milenios cuando el dios Kon Ticse Wiracocha los encerró, así que el Amaru que atacaba nuestro ayllu debía tener su guarida en un lago próximo. En todos esos días en que caminamos hacia nuestro objetivo, tuve la impresión de ir a tiendas, a ciegas, sin saber que situación sería más dramática; si encontrarlo, enfrentarlo, y, seguramente, perecer; o no encontrarlo y regresarnos al ayllu derrotados sin haber peleado, a esperar una muerte, igualmente segura, que vendría a nosotros en forma de horrible y aterradora serpiente.

Llegamos al sexto día, muy agotados, me dispuse a buscar alguna huella que me indicara que el monstruo había estado ahí, verifiqué junto con mis hombres todo el contorno del lago, fue una tarea de un solo día, el lago no era muy extenso. Y justo cuando el rojizo sol se ocultaba entre los picos de las imponentes montañas, vi aquella huella, como si fuera una visión, una alucinación; pero no era tal, los demás también la podían ver, era como un pequeño camino de unos treinta metros, con pequeñas porciones sobresaltadas, sin duda las huellas de sus escamas. De pronto, sentí un frío recorriendo mi espinazo, era el miedo; pero a la vez se apoderó de mi pecho un la exaltación, una alegría helada, era, tal vez, la satisfacción de encontrar lo que se buscaba, o algo más profundo: la esperanza.

- Vamos a acampar aquí

Vi sus jóvenes caras llenas de miedo.

- No hay otra opción muchachos, tenemos que esperar que la creatura regrese.

Esa noche pereció más oscura que otras y el rumor de las aguas amenazantes. Algunos no pudieron dormir y se mantuvieron alertas.
Al día siguiente entrenamos las estratégicas que habíamos pensado para liquidar al Amaru. Nos separaríamos en cinco grupos a una distancia considerable de la bestia, bien cubiertos con las mantas y las pieles para soportar el frío, y apuntaríamos con las hondas a los ojos, luego ya cegado el Amaru, de más cerca lo heriríamos con las lanzas, hasta matarlo. En la tarde antes que cayera, nuevamente, la noche les hice recoger las piedras más filudas, las cuales servirían de arsenal para las hondas.

Pasaron dos días en que hicimos lo mismo que el primer día. Tras el tiempo transcurrido, sin ninguna novedad, la desesperación hacía presa de los más jóvenes, cuánto tiempo esperaríamos, me preguntaba yo mismo, tres días más, tal vez, así las provisiones alcanzarían para el camino de vuelta; pero regresar para qué si allá sólo nos esperaba más miseria. Y si la creatura no regresaba nunca, se iba y nos dejaba en paz, que tonto, que pensamiento más tonto, eso no pasaría sabíamos que su objetivo era acabar con todos, no nos quedaba más que esperarla ahí hasta el final, hasta morir de inanición.

- ¿Qué vamos hacer?

- Huyamos.

- Escapemos.

Con el pasar de los días las voces y las interrogantes aumentaron, no sabía cómo acallarlas, si hubiéramos sido guerreros, habría matado al primero en quejarse para que los demás tuvieran miedo de revelarse. Traté de razonar haciéndoles ver que de nada nos servía huir, traté de arengarlos para infundirles valor, pero mis esfuerzos eran ya inútiles. No éramos más que unos pobres y desesperados campesinos tratando de luchar por nuestro ayllu.

Justamente, aquel día, cuando apenas salía el sol, y yo daba todo por perdido, una gélida ventisca nos congeló los rostros despertándonos de inmediato, aquel frío desgarrador nos anunciaba la llegada del que tanto temíamos y esperábamos; por un instante quedamos petrificados, sorprendidos; sin embargo, cuando me puse de pie los demás me siguieron y pusimos en practica nuestro plan. Observé las caras emocionadas, aterradas. Nos dividimos en cinco grupos alejándonos del Amaru y empezamos a dispararle con nuestras hondas, como habíamos planeado. El Amaru volaba encima de nosotros agitando sus negras alas, esquivaba ágilmente las pedradas y buscaba con sus aterradores ojos rojos a sus agresores. Las piedras apenas hacían estragos en el cuerpo de la monstruosa serpiente, algunas le dieron en las alas dificultando su vuelo que se hizo rasante. Los intentos por dañarlo fueron disminuyendo y la fuerza de los disparos debilitándose, ya que el frío se intensificaba cada vez más, y las mantas y pieles no eran suficientes para protegernos. La creatura invistió contra uno de los grupos, abriendo furiosamente su mortal hocico, destrozándolos completamente. Pensé que en ese momento los demás grupos huirían corriendo del lugar, pero nadie se movió, miré a mi alrededor y en mi grupo sólo dos personas atacábamos a la bestia con las hondas, yo y un joven que lanzaba las piedras a duras penas, instintivamente. Los otros ni se movían estaba debajo de las pieles, tratando de abrigarse, de no morir de frío, con los músculos agarrotados, seguramente, sin posibilidad de moverse. Maldición la bestia invistió a otro grupo matándolos a todos. Traté de darle en los ojos con las piedras, como lo teníamos planeado; pero no pude, cuando me disponía a cargar, nuevamente, mi honda fue cuando vi como unos de los horribles globos oculares del Amaru explotaba por el impacto de una piedra.

-Le di al maldito- escuché decir al joven de a lado.

Quería abrazarlo por la emoción, por la alegría de haberme devuelto la esperanza; sin embargo, había algo más importante que hacer era mi oportunidad de destruir el otro ojo del Amaru y dejarlo completamente ciego. Corrí hacia el monstruo y le tiré mi lanza, el Amaru estaba enloquecido del dolor, se movía rápida y violentamente, por lo que no le pude herir, traté de volver a mi grupo; pero mi carrera era lenta y torpe, ya no soportaba el frió mortal. Sentí, de repente, un doloroso corte en la pantorrilla, era una de las filudas escamas de la cola de la monstruosa serpiente la que me había herido e hizo que cayera al suelo. En sus alocados movimientos vi como la cola del Amaru mató al tercer grupo, les rebanó la carne como si fueran la pulpa de un suave fruto. Intenté pararme, no moría sin luchar, así tenga que pelear solo con mis manos. Entonces, fue cuando salió del otro grupo un joven a toda carrera con una lanza en la mano, me sorprendí por su velocidad y fuerza para resistir a pesar de las adversas condiciones, logró clavarle al Amaru su lanza en el hocico e, incluso, pudo destrozarle el ojo que todavía conservaba con un segundo golpe; justo antes de terminar desgarrado por la mordida de la serpiente. Aproveché que el Amaru se encontraba en un estado de gran dolor, para buscar mi lanza, felizmente, no estaba tan lejos de mí, di unos cuantos pasos y la cogí. Sabía que debía juntar todas mis fuerzas en el siguiente movimiento, que tal vez, sería el último. Corrí, sintiendo el dolor en mi pierna y el frío que cuarteaba mi piel, corrí y me agarré fuertemente de la cabeza del Amaru, sus pelos eran como finas y filudas espinas; al aferrarme a él con uno de mis brazos, la sangre empezó a deslizarse de mis brazos y pecho a mis piernas, clave la lanza una, dos, tres, cuatro veces, con toda mi furia contenida, el Amaru se agitó, se retorció de dolor y con un movimiento violento me lanzó hacia el suelo. Me quedé tirado sintiendo como mi cuerpo desfallecía lentamente, con muchísimo esfuerzo logré observar a mis compañeros de lucha, algunos estaban destrozados y desgarrados, y otros no se movían, seguramente, habrían perecido congelados. Sentí el resoplar del Amaru que se hacía más fuerte y prolongado, hasta desaparecer, el frío empezó a cesar lentamente y supe que lo habíamos conseguido, habíamos matado a la creatura. Cerré mis ojos y la imagen de Qantu invadió mis pupilas, sonreí, finalmente, todo había terminado.

Texto agregado el 22-04-2007, y leído por 522 visitantes. (0 votos)


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