NO HAS PERDIDO EL TIEMPO POR EL LEBOIS & CO
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El interés que ciega a unos alumbra a otros.
FRANÇOIS LA ROCHEFOUCAULD (1613-1680)
Político y moralista francés.
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NO HAS PERDIDO EL TIEMPO POR EL LEBOIS & CO
Era un día triste, de esos que cuando miras al cielo no aciertas a ver el color azul por ninguna parte. Por no haber, no había ni nubes, un gran manto gris perla lo cubría todo.
Estaba aburrida tras el mostrador. Dos ventas en todo el día no justificaban el trabajar durante tantas horas. Sus manos jugueteaban con un reloj de pulsera.
Un hombre entró entonces en la antigua relojería.
-Buenas tardes ¿arreglan relojes?-Preguntó dirigiéndose a la joven dependienta nieta del relojero.
-Buenas tardes. Si señor, arreglamos relojes.
-Entonces arréglenme este.-El hombre aguantándose la risa y con el semblante muy serio, sacó de una cartera de piel una bolsa de plástico llena de arena que había sido recogida el día anterior en la playa de la localidad después de oír por casualidad la conversación entre dos muchachas.
La cara de la chica se transformó al ver sobre el mostrador aquel puñado de arena.
-Esto…..es que…
-No me diga que no lo pueden arreglar, que vengo de muy lejos. Me han dicho que ustedes arreglan todo tipo de relojes.-Dijo él pasándoselo en grande pero sin demostrarlo ni un ápice.
-Bien, veremos que se puede hacer ¿Cuánto tardaba en caer la arena de su reloj de un lado a otro?- Preguntó la chica pensando en la cruz que le había caído encima con aquel cliente en su primer día de trabajo y sola en la tienda.
-Pues la verdad, no lo sé, cuando me lo regalaron no me lo dijeron. Varias veces quise averiguarlo pero siempre pasaba algo; sonaba el teléfono, se me olvidaba mirarlo, etc.
Un día se rompió, me quedé dormido esperando que cayese toda la arena. Al despertarme le di un manotazo sin querer. La otra parte del reloj no la he traído, quedó hecha añicos en el suelo, pero di por sentado que en las buenas relojerías tendrían piezas de recambio. Creo que recogí toda la arena, aunque quizás se quedó algún segundo en otro rincón, no lo sé.
-Sí, si que tenemos piezas de recambio, en cuanto a lo de los segundos, no importa, ahora tiene la posibilidad de adaptar el reloj a sus necesidades. ¿Cuánto le gustaría que tardase en caer la arena de un lado a otro? -Preguntó la chica intentando salir airosa de aquella embarazosa situación.
-Una hora ya estaría bien, que es el tiempo que duermo la siesta, aunque bien pensado ¿cómo me despertará el reloj si no hace ruido? ¿Sabe qué? No quiero que me lo arreglen, ya utilizaré el despertador que tengo en casa, puede quedarse con el reloj, no lo quiero para nada.
El hombre se lo estaba pasando de maravilla y La dependienta solo deseaba que aquel cliente se fuese cuanto antes.
-De acuerdo, señor ¿desea algo más?- Preguntó ella muy amablemente.
-¿Sabes arreglar relojes?
-No, los arregla mi abuelo.
-Entonces ¿Qué haces aquí?
-Vendo relojes.-Contestó ella cargándose de paciencia.
-¡Ah! Ya entiendo.-Metió la mano de nuevo en su cartera de piel y saco de ella un reloj de pulsera.-Mira, quizás me puedas vendar este, tiene un pequeño arañazo en el cristal que casi no se ve.- Dijo él recordando lo afortunado que había sido ayer al oír a la joven dependiente decirle a su amiga en la playa lo contenta que estaba de poder empezar a ayudar a su abuelo en la relojería.
-¿Qué le venda el reloj?- . La chica no daba crédito a lo que acababa de oír.
-Bien pensado ¿para que quiero un reloj vendado? No voy a poder ver la hora. Además es un reloj tan viejo. Va, no lo quiero para nada, total tampoco me gustan los relojes con tantas agujas. Se lo puede quedar también.
-¿Seguro que no lo quiere?- Preguntó ella mirando el antiguo y bello reloj.
-Seguro. Esa máquina debe de estar muerta por dentro, o podrida tal vez. No, no lo quiero ni ver. La chica lo colocó junto a la bolsa de plástico llena de arena.
-¿Tiene relojes de bolsillo? Pero que sean de calidad y con cadena.
-Sí. -Dijo ella cogiendo de un cajón un pequeño expositor con relojes de bolsillo de oro y plata.
-¿Sabes? Me lo he pensado mejor, no quiero que me cuelgue nada.- A la chica ya se le estaba acabando la paciencia. Dejó el expositor en su sitio pensando en la cara que pondría su abuelo cuando le explicase lo que le estaba sucediendo.
-Entonces ¿Le puedo servir en algo más?
-Relojes de pared de esos de “cu-cut” ¿Tienen?
-Se refiere a esos en los que un pajarito sale de su casa cada hora y…
-Si, de esos.
-Claro que…
-No, no, déjalo, prefiero uno de esos grandes de péndulo ¿Tienen?
-Si que…
-Déjalo, déjalo, me gustan pero no son prácticos para llevarlos por la calle.-Al hombre cada vez le costaba más mantener la seriedad viendo las caras y la paciencia de la pobre muchacha. -Aunque si los hubiese con ruedas.
-¿Le puedo servir en algo más?- Preguntó ya con poca dosis de paciencia.
-¿Tiene relojes de Sol? No, no, déjalo, que lo quiero para todo el año, y en días así no son muy prácticos.- La muchacha no sabía ya como guardar la compostura.
-Entonces ¿Quiere adquirir algo?- Preguntó casi mordiendo las palabras. Él pensó que ya se lo había pasado suficientemente bien a costa de la muchacha y que ya iba siendo hora de comprarle algo.
-Sí, claro. Me gustaría uno de esos relojes de numeritos. De esos que sólo con mirarlos te dicen la hora exacta. Es que no me gusta ir contando rayitas ¿sabes?
-¿Se refiere a los digitales, supongo?- Preguntó ella esperando reconducir la situación y al menos vender algo aquella triste y desesperante tarde gris.
-Si, los digitales, pero de los baratos, que marcan las horas igual que los caros.
El hombre salio satisfecho del establecimiento con un reloj digital nuevo que le había costado 40 euros y habiéndoselo pasado de maravilla gracias a la relojera.
La muchacha miró entonces la hora, su abuelo no tardaría en llegar. Le tendría que informar de las pocas ventas que había podido hacer durante todo el día y explicarle lo que había sudado para hacer aquella última.
Al poco tiempo el abuelo ya estaba informado de todo lo acontecido en su ausencia.
La joven le dio la bolsa de plástico que contenía arena y (el) también el viejo reloj. El relojero después de tirar la arena al cubo de la basura observó con atención el reloj.
-¿Y dices que te lo ha dado? -Le preguntó.
-Sí. Abuelo, me da la sensación de haber estado perdido el tiempo, quizás no sirvo para esto- Contestó la muchacha.
-¿Sabes? Es un Cronógrafo Lebois & Co, calculo que es de los años 40 y creo que la caja que aguanta la maquinaria es de oro. Deja que le haga una prueba.
Al poco rato.
-Es de oro, un Cronógrafo Lebois & Co de los años cuarenta y con la caja de oro. Niña ¿sabes cuanto cuesta encontrar uno de estos? Voy a telefonear a un cliente, escucha la conversación.
-¿El señor Heredia? ¡Ah! Es usted. Soy Eleuterio, sí, el relojero. Me acaba de entrar un Cronógrafo Lebois & Co de los años 40. La caja que aguanta la maquinaria es de oro. Lo he comprobado y funciona correctamente. En su día me dijo que si encontraba alguno en buen estado se lo hiciese saber ¿Cuánto dice que me ofrece? 1250 euros. No sé si será suficiente, tengo que hablar con el señor Torres pues también esta interesado en este modelo.-La muchacha al oír hablar de esas cantidades de dinero, se le encendieron los ojos de la emoción.- Bien, hablaré con él, le diré que usted me ofrece 1700, ni un euro más.
El abuelo colgó el teléfono miró a su nieta, fue hasta ella y le dio un abrazo y besó tiernamente su frente. Descolgó el teléfono, marcó el número del señor Torres que estaba comunicando. Lo probó en varias ocasiones con el mismo resultado. Al final la voz del señor Torres se hizo audible al otro lado del aparato.- ¿Señor Torres? Soy Eleuterio… ¿Qué le ha llamado el señor Heredia? Entonces sabrá que me ha ofrecido, ya ¿Cuánto? ¿Dos mil? Entonces puede pasarse a buscarlo por la relojería cuando quiera ¿Ahora? Bien le espero.
¿Aun sigues creyendo que has perdido el tiempo? El relojero metió la mano en el bolsillo trasero de su pantalón donde guardaba la cartera, la abrió saco de ella 200 euros que dio a la muchacha que abrazó al abuelo.
-Buen trabajo hija, ya puedes irte, y mañana recuerda venir a la misma hora.
-Gracias abuelo, muchas gracias.-Dijo ella mientras guardaba el dinero en su cartera. Salió a la calle con una sonrisa adornando su joven rostro bajo un cielo que perdía el gris a marchas forzadas maquillándose de un alegre negro con Luna y salpicado de brillantes estrellas.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ
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La suma de la sabiduría está en esto: que no es tiempo perdido el tiempo dedicado al trabajo.
RALPH WALDO EMERSON (1803-1882)
Ensayista y poeta estadounidense.
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