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EL PUEBLO DE LUZ


Yago era un pastor que cada día se levantaba a primera hora de la mañana. Llevaba a sus ovejas al campo, allí tenían pasto más que suficiente. Hiciese el tiempo que hiciese se le podía ver por el camino que le alejaba de su casa rodeado por las ovejas y acompañado por su fiel perro Labri. Nunca se olvidaba de poner en su bolsa agua, comida y un libro para los ratos libres. Cuando le preguntaban si no le daba pereza el despertarse tan temprano en invierno para hacer su recorrido diario, éste contestaba: El deber es el deber.
Cuando la luz empezaba a despedirse del día, Yago con su rebaño y Labri se dirigían al pueblo al que llegaban para anunciar la proximidad de la noche.

Resultó que Yago tuvo muy mala suerte. En poco tiempo una enfermedad mató a todas sus ovejas. El deber diario se le había esfumado de la noche a la mañana, aún así se levantaba cada día a primera hora, hacía su bolsa y se ponía a caminar dirigiéndose al lugar en el que antaño comían sus ovejas. Al llegar allí y a pesar de ir con Labri, se sentía sólo. Las veces que intentó leer, tuvo que desistir de ello, no podía concentrarse. Se pasaba horas enteras mirando cómo bajaban las aguas de un río que parecían contonearse cuando él las miraba.
Un día se alejó más que de costumbre, tomó diferentes caminos. Buscaba un sentido a su existencia mientras su mirada vagaba perdida por aquellos parajes ¿Qué haría con su vida? En esas estaba cuando del cielo empezaron a caer grandes gotas de lluvia. Corrió tras Labri que después de varios minutos a la carrera desapareció de su vista. Le oyó ladrar y sus ladridos le llevaron hasta la entrada de una cueva.
Pasó de llover a granizar. Yago se lo tomó con calma, pensó para sí, esta cueva es un pequeño paréntesis en mi vida, ya parará de granizar cuando quiera. La examinó, no era una cueva excesivamente grande, pero tampoco pequeña. Se encontró a gusto allí, sentado, viendo caer esa agua helada que sin remedio se estrellaba contra el suelo, contra la tierra que húmeda daba las gracias por apagar su sed.
Su mente repitió la palabra estrellarse lo que le llevó a pensar en las estrellas, tan bonitas como inalcanzables, pensó en la inmensidad del cielo, en lo pequeño que se sentía allí, escondido en un rincón del mundo protegiéndose de esa agua que caía incesantemente.
Se acordó del libro que aquella mañana tomaron sus manos al azar. Sonrió para sí al leer el título. “El hombre que despierta sentimientos dormidos”
No sabía que ese libro figuraba entre los suyos. Era pequeño y en su portada se podía ver un dibujo de una bonita montaña. Lo abrió y sin darse cuento lo empezó a leer en voz alta. Mientras, fuera, el granizo le cedió su lugar a la lluvia que parecía jugar a inventar música. Yago estaba tan ensimismado con la lectura que le sorprendió la noche. Como vio que la lluvia no cesaba, saco de su bolsa la bebida y la comida y la repartió con Labri. Decidió que se quedarían allí a dormir. Acurrucaron sus cuerpos para no pasar frío y así se encontraron al despertar.
Se despertó con hambre, miró al animal y le dijo:
-Labri, yo me lo he pasado muy bien, te propongo que bajemos al pueblo a buscar comida y lo que nos haga falta para estarnos unos días en la cueva, me transmite tanta serenidad….
Labri ladró y Yago lo tomó como un si.
Los habitantes del pueblo empezaron a temer por la cordura del pastor.
Al principio entendieron que necesitara un tiempo para hacerse a la idea de que se había arruinado, entendieron que necesitaba estar solo, pensar en lo que haría de ahora en adelante.
Pasadas dos semanas ya le daban por un caso perdido.
Cada cierto tiempo Yago y Labri bajaban al pueblo para aprovisionarse de cosas que necesitaban para subsistir por los alrededores de la cueva donde se sentía mejor que en su casa.
Al poco tiempo se le terminó el dinero que tenía ahorrado y decidió vender la casa.
Con el dinero que obtuvo, acondicionó la cueva lo mejor que pudo, sembró tomates, patatas y varios alimentos más para irse autoabasteciendo. El agua que necesitaba tanto para cosechar como para asearse y beber la conseguía del río de aguas cristalinas que bajaba de la montaña.
Poco a poco Yago y Labri se acostumbraron a una vida solitaria, tranquila, natural, y sin agobios que les molestasen.

Un día una persona del pueblo subió a hacerles una visita.

-Hola Yago ¿cómo estás? ¿Necesitas que te traigamos algo? – Le preguntó.
-No, gracias, estoy muy bien aquí, no me falta de nada.
-Me alegra oír eso, en el pueblo creen que te has vuelto loco.
-¿Sólo porque me gusta vivir tranquilo? – le preguntó Yago.
-Bueno, tampoco es muy normal vivir tan sólo.
-Tampoco estoy tan sólo, tengo a Labri, a mis libros, al río, a la montaña, al viento, a la cueva.
-Sí, si lo entiendo pero con ellos no puedes hablar.
-¿Quién dice que con ellos no puedo hablar? Claro que puedo hablar, ellos me escuchan, y a su manera, cuando les pregunto, me contestan. Son muy buenos compañeros.
-No te molestes, pero no entiendo lo que me dices.
-Quizá a mi también me pasaría lo mismo si estuviese en tu situación.
-¿De que situación me hablas? Sigo sin entenderte.- Le dijo el visitante.
-Mira, es como cuando entras en un lugar muy oscuro, al principio no puedes ver nada, poco después los ojos se acomodan a la poca luz y ves todo lo que te rodea.
-No sé, quizá tengas razón.
-Si quieres quedarte solo un día, te darás cuenta que la tengo.
-De acuerdo, me quedo a pasar un día entero, después me iré por donde he venido.
-Lo que tú quieras, eres libre. Ven, te enseñaré mi huerto.

Yago enseñó a su paisano como vivía y lo bien que se estaba allí.
Llegada la noche y después de cenar Eladio, que así se llamaba el huésped le preguntó:

- ¿A ésta hora que sueles hacer? Fuera de la cueva hace frío y está todo oscuro.
-Cuando la oscuridad abraza es cuando llega la hora de una buena lectura junto al fuego.
-¿Cada día lees?
-Sí, un ratito, ¿Quieres que te lea? – Preguntó Yago a Eladio mientras se acomodaba para empezar con su sesión de lectura a la vez que acariciaba a su fiel y peludo amigo.
Escucha- dijo-
“… Con el tiempo consiguió estar tan bien consigo mismo que ese bienestar salió de dentro suyo y se instaló a su alrededor contagiándoselo a los animales y a las personas que tenía más cerca. Con el tiempo, despertaban en ellos sus buenos sentimientos que dormidos en sus interiores florecían ahora fuertes. Con el tiempo otros se enteraron que había un pueblo en el que daban segundas oportunidades a sus buenos sentimientos cansados y dormidos…
Con el tiempo pasó de ser un pueblo gris a ser un pueblo de luz…”
-Yago, es increíble, empiezo a pensar que tú eres como el personaje de tú libro.
Ahora mismo no me cambiaría por nadie. Me gusta estar aquí, contigo. He recuperado las ganas de vivir mejor y de hacer algo para conseguirlo. Hace tiempo que no me sentía tan bien como ahora.
-Tampoco te pases.
-Te lo digo en serio. Si me dejas, me gustaría quedarme a vivir aquí, contigo. Unos días, de prueba.
-¿Estás seguro de lo que dices? – Le preguntó Yago un tanto extrañado.
-Sí, estoy seguro. Lo que no sé es dónde podría vivir.
-Si quieres te ayudo a hacer una pequeña cabaña de madera cerca de mi cueva.
-¿Lo harías por mí? – Preguntó Eladio sorprendido.
-¿Cuándo empezamos? – Le contestó Yago.

A primera hora del día siguiente Eladio, Yago y Labri bajaron hasta el pueblo.

La noticia corrió como la pólvora, Eladio se marchaba a vivir con Yago. Las gentes del lugar no entendían cómo dos chicos jóvenes se aislaban de todo y se iban a vivir a las montañas.

Con el tiempo los habitantes del pueblo les fueron a visitar y se sintieron tan bien allí que les pidieron poder vivir en la montaña con ellos. Con el tiempo el pueblo quedó desierto mientras la montaña se llenaba de vida. Los buenos sentimientos que habían estado dormidos en algún oscuro rincón de las personas, se desperezaron allí, al lado de Yago, Labri, Eladio y la cueva, que siempre esperaba la hora en que su huésped le leyese tan estupendos libros.
Con el tiempo corrió la noticia y el nuevo pueblo que abrazaba la montaña de la cueva era visitado por personas que querían recuperar sus buenos sentimientos dormidos.
Con el tiempo, el pueblo de luz se hizo tan grande y extenso que sin uno moverse de su casa sentía el alma de la montaña que descansaba dentro de una cueva.

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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ


Texto agregado el 22-04-2007, y leído por 128 visitantes. (0 votos)


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