La historia que vais a leer en este relato llevaba rondándome por la cabeza desde hacía tiempo, pero, como sabéis, mis cuentos suelen ser bastante extensos y por ello, he decidido dejaros lo que llevo escrito para que me déis vuestra opinión. Debo decir que el tema que trata es comprometido y lo iréis viendo a lo largo de las siguientes partes que escriba. Sin embargo, como última aclaración, diré que no deseo expresar ninguna opinión política ni de otro tipo con él, sino reflejar una realidad. Espero que os guste, y muchos saludos a todos
Urrol (Parte I)
Coloreadas por la resplandeciente luz del atardecer, las verdes colinas del valle de Urrol emergían cercanas al arroyo. La más alta, coronada por un diminuto santuario, aguardaba la llegada de dos invitados inesperados.
- Tío Lolo, ¿a dónde vamos? preguntó una hermosa chiquilla a su acompañante, un hombre fornido y robusto, pero con suaves facciones.
- Enseguida lo verás, Julia le respondió éste, alzando la vista hacia el edificio al que se aproximaban, mientras aferraba con fuerza la mano de la niña.
- ¿No íbamos a cenar en tu casa, tío? - insistió ella.
- Ésto es mucho mejor. Ya verás que bien lo vamos a pasar continuó el otro, dedicándole una alegre mueca de simpatía.
Julia pareció quedar satisfecha con su respuesta y siguió caminando.
Sin embargo, al tiempo que la noche cercaba la inmensidad del valle, se avecinaba una horrible tormenta.
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Le despertó el repiqueteo de las gotas de agua en la ventana. La estancia estaba vacía, silenciosa, y el fuego de la pequeña chimenea, luchando por no extinguirse, todavía crepitaba. La lluvia acariciaba con suavidad el húmedo cristal, por el que resbalaban motas de líquido transparente, esforzadas por adelantarse las unas a las otras en su carrera previa a consumirse.
Carlos se incorporó con cierta dificultad y echó un vistazo a su reloj de muñeca. Las doce y quince minutos de la noche. Llevaba allí dormido desde las diez, aunque estaba más cansado que cuando se acostó. En un primer momento no recordó por qué se encontraba en la sala de estar, pero al instante recapituló y comenzó a subir las escaleras de mármol a grandes zancadas. Con todo el sigilo que pudo, atravesó el pasillo y volteó la puerta del primer dormitorio cuidadosamente, para no despertar a su hija; después, se acercó a la cama y acarició la colcha, pero no encontró nada. Atemorizado, irrumpió en la habitación contigua, causando un gran estrépito. Una joven mujer, que descansaba acurrucada sobre un lecho sin deshacer, se incorporó de un salto, asustada.
- ¡Nadia! ¿Dónde está la niña? le espetó apresuradamente Carlos.
- ¿Todavía no ha venido Lorenzo?
- No, el cuarto está vacío.
- ¡Oh, Dios mío, qué habrá ocurrido! exclamó con voz temblorosa ella, al tiempo que se ponía la bata de felpa y se calzaba las zapatillas.
- He estado esperándoles abajo, pero me he quedado dormido
¡supuse que ya habrían llegado! continuó su marido, indignado.
La pareja descendió hacia el exterior de la casa. Carlos descolgó el teléfono, posado en la mesita auxiliar cercana a la entrada. Nadia, estremecida, observaba cómo levantaba el auricular y pulsaba las teclas del aparato con nerviosismo.
"Tiene un nuevo mensaje en su buzón de voz
" , le interrumpió una sobria grabación, al otro lado de la línea. Él, ansioso y con el corazón en un puño, golpeó uno de los botones con fuerza.
"Carlos, soy yo " dictó una potente voz masculina. " Escuchad ésto con calma: desalojad el pueblo en menos de 24 horas y marchaos a una distancia prudente, a Pamplona como poco. Me he llevado a Julia: si queréis volver a verla, seguid mis instrucciones; de lo contrario, todos correréis un grave peligro."
El teléfono cayó de las manos del hombre y rebotó contra las baldosas. Abrió la portalada de madera de un golpe, escapando de los brazos de su mujer, que trataba de aferrarle con desesperación. Carlos levantó la mirada hacia las pocas luces que iluminaban la aldea; pero su ira apenas le permitió percibir nada. El nombre de su hija resonó por todo el valle; y el eco de su ahogada voz despertó a los escasos habitantes de la comarca.
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La máquina se puso en marcha con un ligero borboteo y, por un momento, pareció que funcionaba. Sin embargo, la ilusión duró poco; y el joven que se erguía ante ella emitió un leve suspiro. Justo cuando hizo ademán de levantar el pie del suelo, para propinarle un par de patadas, una voz resonó tras él.
- No creo que sea adecuado recurrir a un método tan ordinario, Navarro.
El imponente individuo se aproximó al aparato y manipuló con delicadeza los controles. En cuestión de segundos, el vaso de plástico ya estaba colmado de líquido caliente.
- ¿Capuccino? Es mi preferido comentó, cogiendo el recipiente con dos dedos, para no quemarse.
- Gracias, comisario respondió el joven, todavía asombrado por el dominio de su superior sobre las expendedoras de bebidas.
- De nada replicó éste -. Y ahora, a trabajar añadió, esbozando una media sonrisa.
El agente observó con recelo cómo su jefe se alejaba con su café y volvió a su puesto, desganado.
En ese preciso instante, Jose María Gutiérrez, comisario y dirigente de la policía de Lumbier, acababa de entrar a su despacho. A pesar de que la noche ya estaba bien entrada, todavía quedaba mucho trabajo por hacer. Desde su señorial sillón de cuero, que ocupaba detrás del largo escritorio, había procedido a abrir la correspondencia con cierta pereza. Cuando su abrecartas dorado ya rasgaba el papel del último sobre, el molesto pitido del teléfono rompió el silencio que reinaba en la estancia. Dejó que sonara durante varios segundos y dudó en atenderlo; pero finalmente levantó el auricular con pesadez. No obstante, tras unos escasos minutos, su actitud era más que interesada, y en su rostro se reflejaba una nota de preocupación.
- Está bien
de acuerdo. Vamos para allá afirmó, concluyendo la conversación.
Apenas le había dado tiempo de colgar el aparato cuando la puerta se abrió con estrépito y un joven agente entró, presuroso.
- ¡Comisario! dijo, sofocado -. Venimos del pueblo se dio la vuelta, refiriéndose a los otros dos policías que le cubrían las espaldas -. Se ha dado la voz de alarma, al parecer, se ha producido un B-25 en las proximidades de
- Estoy al tanto cortó su superior, con semblante severo -. Avisad a todas las unidades y poneros en marcha inmediatamente.
Instantes después, un numeroso grupo de coches patrulla atravesaba las inmediaciones de Lumbier, con las sirenas en marcha, rumbo a las profundidades de Urrol.
Continuará...
Nota: Por petición de Nilda, aclaro un concepto: Urrol es un valle del norte de Navarra (España), el cual visité hace unos meses y que me inspiró para escribir estas líneas. Todos los lugares que nombro en el relato son reales, y los describo tal y como son. |