Mariana estaba deseosa de salir aquella noche. Era su primera salida con la mayoría de edad y quería probar qué se sentía comprar alcohol sin tener que mentir diciendo que ya tenía 18. Organizó la salida con sus amigos y se marcharon de casa asegurando que no harían nada fuera de lo común. Sus padres, ingenuos, le creyeron y se despidieron, pensando que ésa sería una salida común y corriente. Sin embargo, los amigos entendían el "nada fuera de lo común" como una situación extrema, que incluía sexo, algo de drogas y mucho alcohol. Pasada las 2 de la madrugada, sus mentes estaban lo suficientemente alcoholizadas como para escribir 3 libros de 500 páginas cada uno con las estupideces que decían. Mariana estaba bastante bebida pero aún le quedaba algo de conciencia, cuando uno de sus amigos intentó aprovecharse de ella. Mariana se soltó pensando que sería el exceso de alcohol y fue a caminar sola por un barrio que vaya a saber alguien cómo se llamaba. Hacía frío pero Mariana no lo sentía con tanto cigarro que fumaba. Se detuvo cuando llegó a un local que se veía normal para preguntar si podía usar el baño. "Maldita vejiga", maldijo la propia Mariana cuando entró al local. El dueño reparó en su cuerpo curvilíneo y en su cara de puta tierna. Le habló dulce y la condujo al baño. Mariana estuvo unos 10 minutos dentro y en ese tiempo el dueño sacó su celular y llamó al amigo que acostumbraba llamar cuando una joven llegaba a esas horas a su local. Mariana estaba cada segundo más conciente y sintió miedo, pero la voz dulce del dueño del local la calmó y la hizo aceptar aquella bebida que marcaría su final. Se durmió y cuando despertó se dio cuenta que estaba desnuda en un auto que no era ni de sus padres ni de sus amigos, y un sudor frío recorrió su frente. El auto no se movía. Mariana se tapó con una sábana sucia que había dentro y salió del auto, alcanzo a dar dos pasos antes de que un hombre la tomara del cuello y la metiera de nuevo al auto. Mariana forcejeó y lloró con ganas, pero nada sucedió. Cerró los ojos y confió en un Dios que había sido su esperanza desde que hizo su primera comunión, pero Dios no llegó. Tampoco llegó el sol, ni la lluvia ni nada, ni nadie. Estaba sola con desconocidos y como una niña se acurrucó y sintió frío. No sería la última vez. La llevaron por todo el país, recorriendo los lugares más sucios e inhóspitos, obligándola a usar su cuerpo para generar ingresos. Mariana vivió 3 largos años de prostituta, hasta que el dueño se cansó de su cuerpo y su cara de puta marchita y la dejó partir. Mariana llegó con el cuerpo usado y ojos melancólicos a casa. Su casa, aquella que dejó por irse de parranda y creerse inmortal con su mayoría de edad. La casa donde su madre la recibió con lágrimas y su padre con frutillas con crema después del glorioso y feliz almuerzo. Sin embargo Mariana lloraba y pedía a gritos que le devolvieran lo que fue. Su cara era bonita pero hasta tal punto inexpresiva que parecía que Mariana era cualquier cosa menos un humano. Su cuerpo era el mismo de antes, pero era un cuerpo usado, un cuerpo que tenía escrito con tinta invisible "prostituta" en la espalda y muslos. Mariana no salió más de casa y se convirtió en una más de las denominadas hijas insectos. Fue una mujer infeliz el resto de su juventud y maldijo aquél día 11 de noviembre en que cumplió 18. Y de seguro piensa en la joven que, como ella, se creerá inmortal con la mayoría de edad y será, como ella lo fue algún día, una esclava de su cuerpo, una parte de una mafia que lucra con algo más que una cara bonita.