Tengo tanto miedo, Alicia. Nuestros padres están fuera de la casa, despreocúpate. Gemidos. Lo matamos. Alicia, Alicia. El oscuro y ancho mango del cuchillo, ahora repleto de sangre. En la cocina. La cocina que nos hace respirar culpa. La manija de la puerta crema, roja, roja.
Una hora después, Alicia riéndose a carcajadas. ¡Dios Alicia, como puedes ser tan malvada! Pobre criatura, pobre, pobre. El recipiente de azúcar resbalo por las losetas, pequeñas partículas rubias y otras de cristal, el jarabe de jengibre, gotas por mi mandil azul de la empleada, ella, callada y confusa se dirigió a su dormitorio.
Alicia, Alicia, nuestros padres regresaron, deja limpio todo, hecha mucha de mi colonia por todos lados, pon la sonrisa más inocente del mundo y te seguiré.
Alicia, lo hiciste todo a la perfección, todo, siempre, pero yo, estaba nerviosísimo frente a nuestros papás; ellos percataron algo. Señalé tan rápido como pude a la cocina, mis padres se trasladaron hacia allá, mientas Alicia se quedó ordenando los manteles. Mis padres, imitando a Alicia, rieron a carcajadas y conversaban de la inestabilidad del euro y de otros monstruos más.
No puedo entender como y porque mi hermana es tan tan perversa con esa criatura que no tenía culpa de la malvad de ella.
Pobre conejito, pobre conejito. |