Señor de vasta verborrea inaudible,
verborrea visual, atajan tus huesos la quietud de tu cama y el amarillo de tu humo.
Ela agua está helada reposada en el lavatodo, pero ni caminas al lago ni desde el patio observas esa boca de fuego allá en lo alto, donde van las nubes que tanto te gustaban, y la lluvia sigue mojando como te encanta, mas estás seco, pudriendo tu cuerpo en las cuatro rígidas paredes, altaneras inmutables juntándose; enterrándote con los codos en la mesa café, pididendo agua hervida de vez en cuando para beber café. Agrandaste oh caballero el morado
bajo tus ojos y tus ojos
ya no clavas en los de otro.
Ni los cierras a voluntad, sólo cuando no resisten se juntan las pieles, te transportan a imágenes internas, añoran muchas cosas; lo sé porque he visto que te muestran las lejanías de esta tumba; comienzan ennegreciendo todo,
lentamente lanzan escarchas plateadas que luego se iluminan,
giran hacia arriba, y abajo aparecen primero sombras arbóreas; cabellos caballos cebollas; hojas, ojos ajos; ramas risas rábanos.
Te incitan, te llaman; despierats, tu orgullo se niega, quedas torturándote en el tiempo,
engullendo gritos, vomitando miseria, apoyando los codos en la mesa y tu culo en el banco, en el sillón o en la cama... ¡Qué culo si ése no es culo!
Son huesos amarillos de humo y cafés de café.
Te deprime tu flojera,
imbécil de vista la dejas fija en la
amargura,
mago de la inacción
te congelas,
te mueves,
agonizas sin leña ni carbón,
engullendo gritos,
gritando orgullo
orgullando engullos fritos bajo soles apagados.
Ufano vagabundeas en tu sala sin vida,
pero tú estás lleno de ella, y de la otra también,
plantas hojas blancas repletas de pulgones a tu alrededor, jadeas al moverte
y lo evitas,
sólo sales galopando,
montando huracanes,
puteando con libros y soledades.
Pero ¿Qué más podrías hacer, adorador de palabras?
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