En alguna tarde de noviembre las memorias parecían afligirse en mil fragmentos de poesía, se suponía que esta primavera estaría más alegre que en años anteriores. Todas, blasfemias de meteorólogos fracasados, ya ni si quiera se puede creer en los expertos. En eso se resumía Noviembre, cristales convertidos en permanentes fósiles, rocas tan duras como los huesos, y aún así, no fue tan difícil verlos destrozados.
Tus calles eran fuente de múltiples delirios, de mucho antes supe que mi vida estaría rodeada de invierno y que tú plantarías la discordia gris que hoy me carcome. Yo ya estaba condenado a desaparecer. Desde un principio los vestigios no fueron más que muestras claves de desamor, nunca pude atravesarlos y nunca lo haré. Sé que será difícil llegar a ser lo suficientemente bueno como para tenerte a mi lado, es algo que a tu ego no se le permite razonar.
Sólo había un motivo, uno que todos desconocían y que probablemente nadie vería en mí. Sus cabellos, rojos como tan falsos labios, sus ojos, todo en realidad era escalofriante, incluso mi reflejo, esa imagen marchita que no podré borrar nunca, pero es mía, a mi eso no me da asco. Siempre me dijeron que las circunstancias daban a conocer el último encuentro, y en mi caso es normal, porque además yo soy escritor. No sé si será falta de elocuencia o extravagante razón, pero de algún modo los escritores de mi edad terminan en los mismos ciclos viciosos de los cuales empezaron. Comencé escribir desde antes de los diez años, en ese entonces no existían los amores crueles y apenas si habían motivos para llorar, en la vida discriminé entre dos opciones simples, hacer lo correcto o jugar en lo erróneo. Ahora la vida me cobra las apuestas, nunca imaginé que escribir sería tan sublime, tan marchito. Me hallo mustio en las cadenas irrompibles que yo mismo creé, no hay vuelta a estas horas, ninguna. Es lo que merezco por ser tan tacaño, por inundarme de atrevimientos irreales a mí. En esos días no había si quiera estrellas a quien hablar, solo estaba yo, jugando en carruseles de ensueños y mezclando mi cuerpo en teorías que nadie me sabría explicar, es el costo de escribir como lo hago.
Tres veces me dijiste que no me amabas, que esto era un sueño, que no habría escapatoria feliz en el asunto. Mentiras, tú solo quería alejarte del modo más elegante. Pero no me arrepiento ni te culpo amor mio, siempre supe que terminaría tan arruinado y marchito como mis labios. Todo se concluye en falsas hipótesis, aún quiero conocer porqué el tiempo nos trató así, y de cierta forma, relatar esta historia de la manera más cruda y fría posible. No tengo tengo fuerzas para volver a llorar.
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