LA PIEDRA MÁGICA


El día señalado amaneció con retraso. Ríos de gente llegaban incesantemente desde diferentes lugares. El viento que hasta allí llegaba, acariciaba pieles sin distinción de colores ni de sexo. La ancha playa de redondeadas piedras estaba cercada por grandes rocas que parecían observar a sus hijas pequeñas desde un lugar privilegiado. Sobre ellas, gentes de diferentes pueblos, tribus, culturas Y países intentaban coger buen sitio para no perderse los sucesos que en aquel paraíso natural iban a acontecer. Unos llevaban amuletos colgantes, otros habían pintado de fiesta sus oscuros cuerpos que orgullosamente mostraban. El mar, con sus idas y venidas explosionaba su grandeza en la orilla convirtiéndose en blanca y juguetona espuma. Aves curiosas volaban tranquilamente sin perder de vista la preciosa costa soleada que se iba vistiendo de ondulantes banderas y símbolos puestos en pie.
Con mirada atenta, los representantes de cada pueblo, vestidos con diferentes y llamativos colores, empezaron a cercar al brujo. No sabían qué les iba a comunicar, sólo sabían que a partir de aquel día, algo grande iba a suceder, y dijo así:

- En el suelo que pisáis hay una piedra mágica. Al representante que la encuentre le concederé su mayor deseo.
- ¿Cómo sabremos que la piedra que cogemos es la mágica? -Preguntó uno de ellos-
- No os preocupéis, sólo la reconoceréis si no la cogéis vosotros. -Contestó el brujo-
Y dicho esto, se retiró a esperar acontecimientos, mientras uno de sus ayudantes hizo sonar un gran “gong” que sorprendió a todos.
Cánticos, himnos, silbidos, gritos de ánimo se pudieron oír por doquier mientras las personas elegidas para representarles empezaron a probar suerte cogiendo muy rápidamente el mayor número de piedras posible, pero sin dejar de mirar a quien tenían más cerca.
Alguien pensó que había descubierto al que había cogido la piedra mágica, y arrojándole otra, fue corriendo a intentar tenerla en su poder, a la vez, alguien le lanzó a él otra piedra. Pronto la playa se convirtió en algo parecido a un campo de batalla, la sangre empezó a teñir las piedras, era como si la tierra comenzara a llorar lágrimas rojas de incomprensión. El brujo no perdía detalle de lo que hacía un chico, se había quedado a un lado viendo horrorizado tan triste espectáculo. Se agachó a coger una piedra y con ella fue hasta el brujo, al llegar a su altura dijo:

- Señor, no he encontrado la piedra.
- Ninguna de todas ellas es mágica. -Le respondió el brujo- Sólo quería que vieseis en lo que os podéis convertir- Y mientras ponía sobre su pequeña cabeza una corona de hojas que le venia algo grande, le dijo:
“Elige pues tu deseo”
El chico titubeó y finalmente dijo:
- Me gustaría que no hubiese más luchas ni guerras innecesarias, ni muertes de gente inocente. Me gustaría que no nos matásemos los unos a los otros.
- Concedido -Le dijo el brujo-.
A medida que la concurrencia se percataba de que algo importante estaba pasando, cesaba de gritar y vitorear para descubrir qué estaba sucediendo.
El chico con su corona de laureles se dio la vuelta y descubrió que las piedras habían dejado de volar entre los presentes. Alguien de su pueblo empezó a aplaudirle, otros se sumaron al aplauso unánime, y cuando todos aplaudían el brujo hizo una señal. Tembló de nuevo el gran “gong” dando por terminado lo sucedido en la playa.
Los hombres y mujeres que antes se arrojaban piedras, ahora se pedían perdón. A la playa llegaban cánticos pacíficos, sin letra, tan sólo música, y continuaron hablando el idioma de la paz.
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Quiero dar las gracias por el pulido del texto a:
CLARALUZ